Diario de León
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León

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Ya que va de pastores, no podemos dejar de citar las danzas que caracterizaron durante siglos a los simpáticos montiscos. Los pastores de la tierra que invernaban en sus hogares leoneses, tenían en común el rito de la danza. Lo mismo en maragatería que en las riberas del Esla y los llanos del Payuelo, los pastores montañeses de cada pueblo celebraban la entrada del año reuniéndose en la plaza disfrazados con pellicas y subidos en zancos para aumentar su estatura. La danza se hacía por grupos, que se componían de ocho danzantes y el «birria» o «zancarrón», que era el director de la danza. Esta se hacía al son de la dulzaina, a la que acompañaban los danzantes golpeando uno contra otro, dos palos o bien con una chapa de hierro que llamaban plancha, que llevaban como escudo en su mano izquierda, que hacían sonar con la vara que portaban en la otra mano, la derecha. La indumentaria de los danzantes consistía en una faldeta con lienzo blanco muy almidonado sobre un calzón del mismo tejido y con numerosas cintas llamadas «colonias», que cruzaban su pecho, o que formando moñas se prendían en la camisa sobre los hombros. El «birria» iba cubierto de pieles de cordero, y con la cara embadurnada, generalmente de almazarrón. Por eso, todavía mezcladas con otras coplas más cercanas se oyen por esos pueblos de Dios las que un día cantaron las mocitas que andaban en amores con algún apuesto zagal: «Los pastores son la gala/ de la montaña leonesa,/ madre, yo quiero a un pastor/ por compañero de mesa/». O la del gañán añorante que a empuje del otoño tiene que regresar a sus lares, pero con los ojos puestos en la moza leonesa: «Cuando voy «pa» Extremadura,/ allá por el San Miguel/ le pido a nuestra Señora/ que me guarde mi querer/».

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