Diario de León

| Jorge Revenga

Domingo de Ramos: soñar despierto

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Jorge Revenga
León

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Casi estoy por apostar que han madrugado. Así debe ser. En cada rincón de la ciudad y alrededor de los templos, miles de ramos de olivo y palmas se cimbrean anunciando la llegada de Cristo a su Pasión. Un poco más tarde, se verá mucha sonrisa. Muchos papones de varias cofradías celebran otro rito sagrado: el de sus juntas generales de hermanos. A medio día, el protagonismo debe dejarse a los niños. Los acercaremos a San Marcelo, con algo nuevo que, sin duda, mirarán y remirarán con los ojos como platos, preocupados por lo que pudo haber pasado en caso de no haber estrenado esos zapatos o ese abrigo. Y seguro que intentarán elevar su palma o su ramo de laurel o de romero hacia los cielos, cuando el señor obispo de la Diócesis -"rodeado de acólitos- dirija sus palabras con el hisopo al aire. Las casullas rojas nos recuerdan -"aunque nadie lo diría-" la sangre que muy pronto se va a derramar.

Es tiempo de aperitivos, de vermús con escabeches, de limonada fresca, de paseos despreocupados por la ciudad que ya está imbuida en su fiesta más señera, en la más participativa, en la que nadie necesita estímulos oficiales. Así debe ser. Nadie está obligado pero casi todos, actores o espectadores, presentan con orgullo a cuantos se acercan a esta ciudad tan necesitada de esfuerzos colectivos, su Semana Santa, esa vieja Señora cada vez mejor conservada. Y guapa. Se lo aseguro.

A la hora más taurina, el Gran Poder querrá simbolizar nuevamente la entrada del Maestro en la ciudad. Cristo y su Madre (obras de Melchor Gutierrez, siglo XX) estarán acompañados por los apóstoles (Tomé, Siglo XVII). La calle Carreras -"casi a la salida-" o la vuelta a casa -"cuando los hermanos rezan a su titular-" pueden ser buenos momentos para ver el cortejo de los hermanos de túnica negra y plata.

Con la noche ya encima, sobre las ocho de la tarde, va a comenzar una semana santa recuperada de lo más remoto de nuestros recuerdos. La inmemorial Procesión del Dainos o Santo Rosario de la Buena Muerte, hará contestar a los espectadores, con soniquete nasal, la frase aprendida a fuerza de repetición («Dainos, Señor, buena muerte/ por tu santísima muerte») . La procesión jugará con los sonidos. Con las tabletas para dar órdenes, con las horquetas golpeadas rítmicamente, con una banda de música de las Siete Palabras que ya es imprescindible en esta procesión y con un coro que marcará los tiempos. Si quieren rezar la salve a la Virgen Blanca catedralicia, será sobre las nueve de la noche. Si por el contrario, prefieren saborear uno de los momentos más silenciosos de la Semana Mayor celebrado entre más gente, es necesario acudir a la iglesia de Santa Nonia sobre las diez y media de la noche. Allí la cofradía decana, Angustias, sacará a la calle a la Virgen de las Lágrimas para encontrase nuevamente con su Hijo que pasará sin hacer ruido, sin alharacas, sin detenerse, como queriendo alargar el paso ante su madre. El coro, les guiará en ese Encuentro rescatado del pasado. Escuchen y saboreen todos los gestos. Merece la pena ver cómo era la semana santa antigua sin moverse del siglo XXI.

Si se dan prisa, antes de acabar el día, aún pueden acercarse a la plaza del Grano. Allí podrán saborear uno de los finales de procesión más bellos de la Semana. Aunque no sólo la despedida de este cortejo es digna se llevarse en la memoria.

La Redención, quien habrá sacado su procesión a la calle del portón del albergue de peregrinos de las Carbajalas, tan pronto pase el Dainos por el Grano -"sobre las ocho y media de la tarde y sólo tras la llamada solemne del secretario de la penitencial a la puerta-" va a llenar de gestos del pasado nuestras calles.

La marcha Reo de Muerte interpretada por la Agrupación Musical de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, pondrá en marcha al Ecce Homo más bello de la celebración primaveral leonesa (Mena, siglo XVII); sus pebeteros, derrocharán incienso. Le seguirá un Cristo de la Redención (Anchieta, siglo XVII) y una Madre de la Divina Gracia (Valentín Yugueros, siglo XX) que se viste de antigua viuda leonesa como quienes la acompañan en su lento caminar.

Las horquetas y los raseos de todos los braceros (solo hombres) llenarán las calles del Húmedo de nostalgia. Su silencio, parece querer rendir homenaje a una semana santa necesitada de recuperar las maneras del pasado. Al llegar a San Martín, la Coral Coyantina recibirá los pasos con sus voces, al igual que lo hará para despedirles -"sobre las once de la noche- antes de dejarlos encerrados y decir adiós -"ya en secreto-" a una procesión que nos hará soñar mucho más allá de cualquier Domingo de Ramos. Hagan la prueba. Y disfruten. Ya solo quedan ciento sesenta y ocho horas.

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