Diario de León

HOMENAJE

El hombre que no quiere ser singular (pero lo es)

La Cámara de Comercio de León rinde homenaje al párroco del Mercado y lo nombra Personaje Singular de Semana Santa

Don Enrique, el párroco del Mercado, escucha a Pablo San José durante el homenaje de la Cámara de Comercio

Don Enrique, el párroco del Mercado, escucha a Pablo San José durante el homenaje de la Cámara de Comercio

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SUSANA VERGARA PEDREIRA | REDACCIÓN
León

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"Muchas gracias pero yo ya era singular antes de este homenaje". Enrique García Centeno, párroco del Mercado, ejerciendo esta mañana de su mejor papel, el de don Enrique. Así empezó su emocionado discurso tras recibir el premio como Personaje Singular de Semana Santa que le entregó la Cámara de Comercio. Emocionado, pero él se hubiera dejado yo que sé qué antes de reconocerlo. Así que se enjugó discretamente los ojos como si hiciera mucho calor en la iglesia del Mercado y carraspeó como si se hubiera resfriado. Y eso que fue él quien ordenó que el acto se celebrara dentro del templo y no en la puerta, como se hizo el año pasado. "Hace mucho frío y no se oye nada", dijo. Y la orden se cumplió.

Ya se ha dicho que su voz es ordeno y mando en la parroquia. Y que a Enrique García Centeno puede que no, pero a don Enrique no le contesta nadie sin llevarse un buen bufido. Una forma de camuflar un sentido corazón. Todo muy leonés.

Pero volvamos al principio. Ya para empezar cambió el atril por el altar. “Yo me pongo aquí”, anunció a los organizadores del acto. Y desde ahí dijo lo de que él era ya singular antes de este homenaje pero bueno, algo más añadió que suavizó la tajante aseveración, vamos, en su más puro estilo. “¿Sabéis por qué?, porque todos somos singulares”. Y hubo como un respiro en la iglesia. El párroco estaba de buen humor.

“Esto era innecesario”. Otro susto. “Porque no me lo merezco". Nuevo respiro. Luego contó que lleva 56 años en la parroquia, que sólo ha hecho que obedecer “al señor obispo”, que su gran logro es la catequesis de los adultos, que todo habría sido imposible sin sus colaboradores, a los que dio las gracias, y que él sólo no habría podido.

“Y nada más”, zanjó. Pero sí lo había. “Que os quiero y espero -escuche aquí el lector un carraspeo de emoción- que vosotros sigáis queriéndome igual”. Ay, este don Enrique, singular hasta el final.

Recibió una ovación, cogió entusiasmado el reconocimiento enmarcado -el otro ya lo había tenido con el cerrado aplauso de los asistentes-, “ya tengo un hueco en mi despacho”, había anunciado en voz baja a los organizadores, y se dejó besar por todo el mundo. Pero antes de dar por terminado el asunto, se dirigió al fondo de la iglesia. “Mira periodista, sin un pitillo en los labios”. Y aunque él diga que no, fue un bufido. Un tierno bufido.

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