Diario de León

Entre la visión mítica y el esperpento

caballo de oros Víctor F. Freixanes Siruela, Nuevos Tiempos, Madrid, 2012, 292 pp.

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nicolás miñambres
León

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El preámbulo, Quintín de Borela. Tiempo de afinación y fuga , anticipa en teoría, en las primeras líneas de la versión literaria del autor: «Esto es un cantar de ciego (...) Le he dado muchas vueltas (...) y no consigo encontrar género que mejor le encaje. Cantar de ciego». Esta confesión de condición metaliteraria, presente en diversos pasajes de la obra, describe el punto de vista del autor ante una serie de acontecimientos, atroces y desgarrados muchos de ellos, ocurridos mediados del pasado siglo. Se trata de la dramática situación social de la comarca literaria de Vilanova de Alba, surgida a raíz del descubrimiento del wólfram, un aspecto social rescatado en el Bierzo por Raúl Guerra Garrido.

Esencialmente se describe un panorama humano, desolador, controlado por don Floro y dominado por pasiones primarias que en muchos pasajes hacen pensar en el Valle Inclán de las Comedias bárbaras. No hay en estas páginas ningún afán de documentación sociológica, lo descrito se ajusta a una visión en forma de parábola: esa hiperbólica partida de cartas que va a jugarse a lo largo de tres días. La juegan siete protagonistas que «no son generales ni grandes de la patria, sino gente del común, la mayoría bastante derrotada».Y añade el autor: «Eran siete, contando al de Boullon, que tendrá consideración aparte». Además de ellos (Pico Serrano, el Agonías, don Evaristo, don Manoliño, Martín García, el licenciado Loberías, el de Boullón...) sobresale de forma misteriosa una mujer, la joven Rosaura Castro, «la linda Rosaura, sobrina de Martín García, muchacha de gentil figura y de aldeana belleza». Por circunstancias de la vida, ella, «la niña de la Gaiosa» estará vinculada de forma diferente a lo largo del tiempo a Martín García y al licenciado Lobeiras, este último uno de los personajes má sugestivos de la obra.

A pesar de que la acción discurre en torno a ese presente alucinante y bárbaro de la partida de cartas de Pasamundo, la novela recoge las circunstancias y las motivaciones del suceso, el pasado de la mayoría de los personajes, jóvenes algunos, como Pancho Cibrián, el revolucionario, compañero de Rosaura en los juegos infantiles. La complejidad temática de la obra recibe una aclaración precisa en la parte final: «Caracas. Epílogo en tres jornadas y una carta», El recurso metaliterario alcanza aquí su máxima rentabilidad al recapitular ciertos aspectos y perfilar algunas actitudes, si bien con ciertos ecos de un «deus ex machina». En una visita profesional a Sudamérica, en 1994, el autor, buscando a un pariente lejano, conoce a «la señora de Villegas, en otro tiempo Amalia Serrano».

El feliz encuentro se desarrolla literariamente en tres jornadas y, muerta la dama, en una «Carta o memoria que la difunta Amalia de Villegas, antaño Amalia Serrano, escribe al narrador, para que conste» Magníficamente resuelto, en el epílogo el lector descubrirá el inesperado desenlace vital de algunos personajes y ciertas claves de su pasado, en las que no falta alguna manifestación de curiosa anagnórisis. Estamos ante ese espacio por el que se pregunta el autor: «¿a dónde llevó la marea los restos del naufragio»?

Termina así una novela deslumbrante, en la que la crónica vital de unos seres de variada condición humana se transforma en páginas de llamativa originalidad literaria, siguiendo la estela de los cantares de ciego, como advierte el autor en el comienzo de la obra: «Esto es un cantar de ciego». De ese género heroico y soñador quedan múltiples y felices flecos.

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