Diario de León

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El cónsul de la modernidad

RICARDO GULLÓN CANJEÓ SU FISCALÍA DE SANTANDER POR LA AVENTURA AMERICANA PARA dAR CLASES DE LITERATURA. ANTES, TUVO UN PAPEL DECISI-VO EN LA APERTURA ARTÍSTICA DE POSGUE-RRA Y MÁS TARDE ORDENÓ EL CANON LITERARIO, PONIENDO AL DÍA LA OXIDADA CRÍTICA ESPAÑOLA. divergente

Imagen del escritor Ricardo Gullón en su casa

Imagen del escritor Ricardo Gullón en su casa

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Sin embargo, su éxito de intelectual cosmopolita en los años de la transición no le resultó barato. Testimonios de la época amasan costales de rencor contra este astorgano universal que tuvo la osadía de cambiar su seguridad de alto funcionario por la incertidumbre de una peripecia literaria que necesariamente tenía que discurrir fuera de España. Bachiller precoz, compartió los estudios de derecho con su afición literaria. En 1933 aprueba las oposiciones de fiscal y su padre, como premio, le paga la edición de la revista Literatura , que aparece un año más tarde. Hay una edición facsimilar de sus seis números, hecha por el gobierno de Aragón en 1993, porque compartió con Ricardo su dirección el zaragozano Ildefonso-Manuel Gil. Cela, en San Camilo, la menciona como termómetro de la efervescencia de los jóvenes escritores.

INTELECTUAL REPUBLICANO

Sin embargo, aquella de Madrid no había sido su primera empresa literaria. En la década de los veinte, había participado en Astorga, junto a los Panero y Alonso Luengo, en el lanzamiento de las revistas La Saeta (1925) y Humo (1928), así como de la Guía artística y sentimental de Astorga (1929). Entonces paseaba la muralla leyendo versos de Rubén, tutelado por Félix Cuquerella, el poeta modernista extraviado en el olvido. Ya en Madrid, tramó otras aventuras amistosas, como las revistas Brújula (1932) y Boletín último (1932), cuyo único suscriptor fue Juan Ramón Jiménez. Su cómplice astorgano más próximo entonces era Lorenzo Martínez Juárez, que firmaba como Azael para proteger al hermano canónigo que le financiaba la estancia en Madrid y no quería verse salpicado por sus audacias. En 1933 se casa con María Luisa Pintueles, heredera de los cafeteros del Caribe, que tenían su residencia de indianos en Asturias: La Venta de Miyares, donde reposará vacaciones y fines de semana durante su estancia santanderina.

En 1934, ya con destino en Soria, publica su primera novela: Fin de semana, que se inscribe en la estela deshumanizada de Ortega y revela su voluntad de distanciarse del costumbrismo. La atmósfera de esta historia de amor entre un burócrata y una mecanógrafa incluye el desdoblamiento de Elsa en Marlene, la prosa vanguardista y el prisma freudiano para descifrar las relaciones de pareja. Leopoldo Panero la comentará en Literatura. En Soria reside en el hotel Comercio y en el verano de 1934 impulsa con sus amigos el historiador Maravall e Ildefonso-Manuel Gil el recorrido a pie de la ruta del Cid desde Vivar, siguiendo la huella de Ezra Pound.

REPLIEGUE EN SANTANDER

Con la guerra, Gullón va destinado a la Audiencia de Alicante y a su final acaba preso en el castillo de Santa Bárbara. Después de un proceso de depuración que dura hasta 1941, se incorpora a la fiscalía de Santander, donde estará hasta su primer viaje a Puerto Rico, en 1953. Regresa en 1955 y tres años después se despide de España hasta su jubilación. En los años santanderinos publica Vida de Pereda (1944); Novelistas ingleses contemporáneos (1945); su segunda novela, El destello (1948, en edición reducida de 206 ejemplares), que es un relato tradicional, con ingredientes policíacos y de pasión rosa; La poesía de Jorge Guillén (1949), en colaboración con José Manuel Blecua; y Cisne sin lago (1951), biografía de Enrique Gil y Carrasco (1815-1846), que dedica a sus amigos los Panero y Luis Alonso Luengo.

Colabora intensamente en revistas españolas ( Espadaña, entre otras) y americanas, dando testimonio al exterior de cómo había quedado «roto y mutilado el cuerpo literario de nuestro país». Pero, sobre todo, inspira Proel (1944-1950), que en su segunda etapa convierte en ambiciosa publicación cultural, y participa desde la Escuela de Altamira en la renovación del arte español. En aquellas insólitas jornadas de Santillana, en torno al pintor alemán Goeritz, coincide con Ciorán, amigo del boticario de la villa. Poco después, publica De Goya al arte abstracto (1952) y diversos estudios sobre artistas de vanguardia. También su estudio pionero sobre La poesía de Luis Cernuda, que nunca pudo distribuirse, bloqueado por la obsesión de su censor, el novelista Pedro de Lorenzo.

LA AVENTURA AMERICANA

En 1953, con una excedencia, viaja a Puerto Rico, donde Juan Ramón le espera en el aeropuerto. Da clases de Leyes y ordena el archivo del poeta. Esta estancia la recoge en Conversaciones con Juan Ramón (1958), delicioso testimonio de su relación con el poeta y Zenobia, del descubrimiento de los cafetales donde nació su mujer y del encuentro con su paisano Gabriel Franco, ministro de Hacienda republicano, allí exiliado como catedrático. Leyendo este libro se hace más dolorosa la pérdida de sus memorias, cuya redacción tuvo que abandonar a causa de un robo en Austin, que lo dejó sin las cartas, documentos y notas que había ido ordenando durante años con ese fin. En 1958 abandona la fiscalía y regresa a Puerto Rico para dar clases de literatura. Ahí emprende una nueva etapa muy fecunda, que le valió, a su regreso, el Príncipe de Asturias en 1989 y el ingreso un año después en la Academia. Pero esa ya es otra historia.

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