Diario de León

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Treinta años después de su muerte en París, Julio Cortázar y su genial pluma no solo no han perdido vigencia sino que siguen inspirando a las nuevas generaciones de escritores argentinos. «Creo que (Cortázar) está presente a la hora de pensar mis personajes, la importancia de las ciudades como ámbitos recurrentes en mis ficciones, la búsqueda de una escritura que resulte cercana a la experiencia de la lectura», reconoció Olguín, novelista y periodista argentino.

Olguín, ganador del premio Tusquets de Novela en 2009 con Oscura monótona sangre, destacó que en la década de los ochenta «muchos críticos intentaron destruirlo, se burlaron de él o lo ningunearon, pero sus libros han sobrevivido en el gusto del lector». Cuando Hernán Ronsino (Chivilcoy, 1975) comenzó a escribir, sobre los 20 años, descubrió que Cortázar vivió y trabajó como maestro durante cinco años en su ciudad natal, unos 160 kilómetros al oeste de Buenos Aires, lo que le llevó a leerlo «con atención y desde un lugar muy cercano», rememoró. El autor de Lumbre y Glaxo, ambientadas en Chivilcoy, señaló que el juego y la música, imprescindibles en Rayuela y en muchas otras obras cortazarianas, han tenido una gran influencia tanto en la literatura argentina como en la latinoamericana. La cuentista Samanta Schweblin coincidió en que Cortázar «abrió el juego» y «le dio al cuento rioplatense, característico por su oscilación entre la realidad y el fantástico, un espacio más abierto y lúdico».

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