Diario de León

POESÍA

Dando tumbos

el hundimiento Manuel Vilas Premio Generación del 27, Visor, Madrid, 2015. 150 pp.

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josé enrique martínez
León

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I rónico, facundo, desenfadado: así se nos aparece el personaje que desfila por la poesía de Manuel Vilas, un sujeto autobiográfico, trasunto de las vivencias y acciones del poeta; un personaje que ha cumplido cincuenta años (Vilas nació en Barbastro en 1962) y sigue amando a esa España que «desprecia cuanto ignora» como declaró Machado. Surgen así los dos temas principales de El hundimiento: el propio yo y España. Para Vilas no se trata de pensar la existencia en abstracto, sino en un lugar y un momento. El de sus poemas es un yo situado; una pieza puede comenzar: «Es una mañana del uno de marzo / del año dos mil trece / y estoy en un pueblo llamado Getxo». Pero a diferencia del personaje que celebra la vida en libros anteriores, como Gran Vilas (2012), en El hundimiento cobra presencia la muerte. El propio título alude al derrumbe o el acabamiento, tan patente en el protagonista de la novela Bajo el volcán , de Lowry, pongamos por caso. «Soy el hundimiento», proclama el personaje movido e inquieto de Vilas, amante de los hoteles de una noche, como Gil de Biedma, o de muchas noches. No es difícil construir la imagen de ese personaje figuradamente desencantado, bebedor, que maldice de la vida y de Dios y, si viene a cuento, de las mujeres a las que ama tanto, algo loco, cínico e iconoclasta, deslenguado, tierno a la vez que descarado, que recrimina a la vida porque es ingrata, pues nunca el deseo responde a la realidad, como expresó Cernuda, al que homenajea Vilas con estas palabras: «El paso por este mundo no se extingue del todo / para aquellos que vivieron por la palabra». Si hubiera que destacar algún poema, citaría la alegoría de Los nadadores nocturnos , que nadan y nadan porque no saben qué hacer y para olvidarse de la vida, «como los planetas sin nombre, / dando tumbos en la estúpida oscuridad del universo». Son fantasmas, sombras apenas materializadas, como lo es el padre muerto, reiteradamente evocado, y lo es la madre, cuya elegía traza el poeta.

El otro asunto es España. Uno de los últimos números de la revista Ínsula se dedicó a la presencia de España en la poesía actual. Uno de los artículos versaba sobre Vilas. Es justo. No es tampoco una España inmaterial, sino un espacio más bien cerril y desabrido. El poema que cierra el libro, el más extenso, dibuja su pensamiento sobre España, sin beaterías ni improperios, colocándose del lado de los que la padecen: «Los españoles pobres son mis hermanos, eso siempre».

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