Diario de León

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Relatos de vecindad

AYER SE CUMPLIE-. RON CINCO AÑOS DEL ADIÓS DE ANTONIO PEREIRA (1923-2009), CUYA AUSENCIA NOS DEJÓ A SOLAS CON EL DELEITE DE SUS FABULACIONES. VERSOS, CUENTOS, NOVELAS Y RETAZOS DE MEMORIA INTEGRAN SU LEGADO LITERARIO, DEL QUE CUIDA . LA FUNDACIÓN DEDICADA A . SU OBRA. divergente

El escritor villafranquino Antonio Pereira (1923-2009)

El escritor villafranquino Antonio Pereira (1923-2009)

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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S u lectura revela la seria anomalía de que el maestro español del cuento muriera sin un reconocimiento de postín. Porque los relatos levantan su pedestal de clásico. Pudo y debió ser el primer cuentista en recibir el Nacional de las Letras, pero no gastó en el cortejo. Se conformó con el Castilla y León de las Letras, al conjunto de su obra, el Fastenrath de la Academia por El síndrome de Estocolmo, en 1989, el Leopoldo Alas por Una ventana a la carretera, en 1966, y el Torrente Ballester por Las ciudades de Poniente, en 1994. Pero no fueron sus únicas tentativas. También intentó el Nadal que se llevó Cunqueiro con Un sitio para Soledad, el Adonais de Félix Grande y el Guipúzcoa de Batlló. Supo no tener prisa. Pereira empezó a publicar cumplidos los cuarenta y nos dejó, en cifras cabales y redondas, veinticinco libros de prosa y once de versos. Además de un generoso legado de bonhomía y un inmenso caudal de afectos. Primero versos, luego cuentos, más tarde novelas, y vuelta al don de la brevedad.

ACORDES DE CONSUELO

Meteoros (2006) reúne y pondera la poesía total de Pereira, desplegada en media docena de libros. El volumen añade al fluir de los versos la confidencia esclarecedora de un epílogo ricamente surtido de noticias y reflexiones. En los sesenta Pereira publicó sus tres primeros libros del género. Poesía de los oficios familiares, de los viajes cercanos, de la amistad derramada, de la nostalgia y el entrañamiento. Dibujo de figura (1972) ofrece señales de un tono crítico imprevisto: «Ya sabía que un muerto no es gran cosa / en una edad de tapias y cunetas». La depuración expresiva, la cadencia narrativa y coloquial, la renuncia a la rima, parecen conducir al silencio del poeta. Luego reunirá los cuatro libros publicados, con dos series de poemas inéditos, en el volumen antológico Contar y seguir (1972). Ahí aparece Memoria de Jean Moulin, héroe de la resistencia francesa. Viva voz abrocha el volumen con una miscelánea de apuntes, complicidades y tributos de amistad.

RUMOR DEL NOROESTE

El caudal de la obra narrativa de Pereira no se limita a la brevedad de los relatos, aunque es cierto que País de los Losadas (1978), la última y más valiosa de sus novelas, tiene la trabazón y el ritmo oculto de los cuentos y se alza como referencia de una travesía modélica entre la propia voz, el clamor del noroeste y los tributos ambientales a la experimentación. Antes ya había publicado un par de novelas: Un sitio para Soledad (1969) y La costa de los fuegos tardíos (1973). La primera es una narración costumbrista con moraleja final: la muchacha berciana que emigra a Francia y vuelve al terruño para emprender una confusa huida con padrino. En cambio, La costa de los fuegos tardíos disfraza con envoltorio novelesco la mercancía de unos cuentos que entonces tenían difícil salida. Tampoco orilló las cavilaciones, de las que nos dejó leves apuntes en Reseñas y confidencias (1985) y en Crónicas de Villafranca (1997), suficientes para acrecentar la sensación de una deuda escatimada: la de sus memorias literarias

EROTISMO DIOCESANO

Pereira encontró en el cuento la horma para templar el hilo a la cometa de su fantasía. En esta distancia corta, el humor fronterizo, la tierna ambigüedad, el episodio menudo, la confidencia coloquial y un tenue erotismo, que el autor registró con patente diocesana, encuentran su expresión más feliz. Es un escenario fugaz pero inolvidable, que concilia la difícil alianza entre imaginación y realidad, modelada con sutileza de orfebre en el manejo de la palabra. La frescura de prosa y la jovialidad de los asuntos que trenzan sus relatos, junto a esa capacidad para convertir en arte lo cotidiano, no constituye sorpresa, sino la prueba de un talento narrativo que no desmaya ni languidece.

Después de un primer libro de relatos con más tributos ambientales de los debidos, se tomó nueve años de minucioso laboreo para volver con la deslumbrante madurez de El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976), que contiene uno de los mejores textos de Pereira: ese monólogo teñido de evocaciones y melancolía que recrea un paseo entre Corullón y Villafranca. Luego depuró el oficio a lo largo de tres décadas, que dieron para siete libros más de relatos y otras tantas antologías, que en este género, como en la poesía, son un remedio muy socorrido para aspirar a nuevos lectores. En esa pista alcanzó su condición de clásico, poniendo música de humor y salpicando de picardías sus invenciones.

Son relatos que implican siempre al lector, dejando suspendido su cierre, en busca del abrazo imaginario. A lo largo de tres décadas, Antonio Pereira depuró su oficio de narrador con los frutos de siete libros más de relatos y otras tantas antologías, que en este género, como en la poesía, son un remedio muy socorrido e imprescindible para ampliar el círculo de lectores. Todos los cuentos (2012) reunió su obra breve completa.

Los últimos relatos conectan con el universo memorial. Los transitan sus cómplices de aventura literaria, desde los más cercanos a los dioses mayores, paisanos joviales y algún adusto anfitrión palaciego con bigotes. Y se resuelven en episodios de una memoria traviesa, que nos deleita con destellos de gracejo, a la vez que muestra la cartografía de sus afinidades y pasiones más íntimas.

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