Diario de León

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Memoria de Ignacio Aldecoa

EL PASADO VIERNES HUBIERA CUMPLIDO LOS NOVENTA IGNACIO ALDECOA (1925-1969), ESCRITOR DESLUMBRANTE DEL MEDIO SIGLO. CASADO EN 1952 CON LA ROBLANA JOSEFINA RODRÍGUEZ, DE SU VIAJE DE NOVIOS SURGIÓ BABIA, PARAÍSO DESCONOCIDO, PRIMER TÍTULO DE LA SERIE EL CAMINO AL ALIMÓN, QUE PERMANECE INÉDITO. divergente

Ignacio y Josefina, el día de su boda

Ignacio y Josefina, el día de su boda

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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E l vitoriano Aldecoa empezó Letras en Salamanca, donde cursó Comunes entre tabernas y tientas taurinas, y en 1945 recaló en Madrid, donde Carmen Martín Gaite, su compañera del Tormes, le presenta a los nuevos amigos, que formarán la generación del medio siglo: Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos, Ana María Matute, Alfonso Sastre, Medardo Fraile, Juan Benet y Josefina Rodríguez. Josefina había llegado de León en septiembre de 1943 para iniciar sus estudios universitarios. Recorren tabernas y visitan cafés: el Gijón, el Abra y el Lyon, donde tiene su cátedra Moñino, el tío rojo de Rajoy. Por allí pasan hispanistas extranjeros, colegas represaliados, alumnos despiertos y jóvenes escritores, que aguardan su turno. En aquellos días cenicientos del medio siglo, Moñino sobrevive con un empleo en la fundación Lázaro Galdiano. Perdió su cátedra después de la guerra, mientras su mujer, María Brey, era desterrada, tras cuatro años de castigo, a Huelva.

Moñino colabora con la Tipografía Moderna, a cuyo amparo funda en 1945 la Editorial Castalia. Allí imprime los boletines clandestinos de la Unión de Intelectuales Libres, para los que el historiador Tuñón de Lara hace el relato de la represión en León, donde sobrevive un par de años como panadero. Moñino les ofrece para foguearse Revista Española (1953-1954), cuya sede informal será la casa de los Aldecoa. La dirección de la revista la comparten Aldecoa, Ferlosio y Sastre. En año y medio, se publican seis números que suman 636 páginas, en un formato orteguiano, como Revista de Occidente.

MAESTRO DEL CUENTO

Para entonces, Ignacio Aldecoa ya había publicado dos libros de poemas en la órbita de los postistas –Todavía la vida (1947) y El libro de las algas (1949)-, brillantes y distintos, cuya huella alimentará el apresto literario de sus prosas, y ganado unos cuantos premios de cuentos. El viaje a Babia sucede a otros por su Álava natal y a la almeriense Sierra de Filabres, que van viendo la luz en la revista Clavileño, que controla Gaspar Gómez de la Serna, el organizador de los viajes con escritores de la década de los cincuenta. También anticipa en Cuaderno de godo (1961) la exploración del escenario isleño de su novela Parte de una historia. Son años de viajes, al rebufo de su mujer, como la estancia del curso 1958/59 en Estados Unidos, o en solitario, descubriendo islas o participando en el Contubernio de Munich. Años de lecturas y de trabajo en sus libros, que resultan «asombrosamente maduros», según Nora, desde el principio.

Como todos sus compañeros de grupo, probará suerte con su primera novela en la lotería de los premios. El fulgor y la sangre (1954) queda finalista del Planeta, detrás de Pequeño teatro, de Matute, y por delante de Duelo en el paraíso, de Juan Goytisolo. Su escritura depurada, distante del ciclostil retórico de la época, le otorgó un prestigio literario creciente, pero arrojó sobre su obra la mancha de un olvido patoso e incomprensible. De hecho, su segunda novela, Con el viento solano (1956), después de recibir la invitación del traductor de Gallimard para su edición en Francia, quedó en decepción. Tampoco publicó en las editoriales españolas de prestigio y después de su estreno en Planeta, fue sacando sus novelas en Noguer y los libros de cuentos en ediciones amistosas. Ni en Destino ni por supuesto en Seix Barral, donde siempre estuvo vetado por Carlos Barral.

Le reprochaban su cercanía con las publicaciones falangistas del momento, caladero de muchos de sus cuentos, y el desdén por la escritura doctrinaria, que lastró la mayoría de las novelas del realismo. Sus relatos sintonizan con los escritores americanos y sus ideas progresistas lo vinculan con los primeros jóvenes maoístas, a los que llama «mis amigos del contexto». Desde los primeros textos su obra se distingue por la armonía rítmica, que descansa en una escritura rica en imágenes. Sus siete libros de relatos, publicados entre 1955 y 1965, recogen la evolución de sus preocupaciones y asuntos y la maduración de un estilo narrativo, que culmina en las cuatro novelas breves agrupadas en Los pájaros de Baden-Baden. Textos activados por el humor que componen el corpus narrativo más valioso de nuestra posguerra.

LOS FRUTOS AMARGOS

Aldecoa planificó sus novelas en ciclos, que fue dejando a medias. Del primero, que marcó con el sello de la España inmóvil, publicó El fulgor y la sangre (1954) y Con el viento solano (1956), que obtuvo el Premio de la Crítica como mejor novela del año, dejando pendiente Los pozos, dedicada a los torerillos ambulantes. Del segundo, que rotuló Las novelas del mar, publicó Gran Sol (1957) y Parte de una historia (1967), dejando pendiente Viejas anclas. El tercer ciclo, sobre la mina, la siderurgia y las herramientas, quedó sin iniciar, mientras poco antes de morir anunciaba la publicación inminente de una novela generacional, Años de crisálida, que tampoco llegó a ver la luz. Fue la suya una muerte prematura y generacionalmente traumática, porque segaba el camino a quien había acreditado la personalidad más vitalista del grupo. Ocurrió el 15 de noviembre de 1969, mientras preparaba una salida al invierno de los toros. Poco antes, había visto la luz su último cuento, premonitorio y terrible desde el título: «Un corazón humilde y fatigado».

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