Diario de León

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Las edades del poeta

MAÑANA LUNES CUMPLE 85 AÑOS EL POETA ANTONIO GAMONEDA, CUYA MIRADA MÁS RECIENTE TIENE COMO DESTINO SU REMOTA NIÑEZ. HACE UNA DÉCADA, GAMONEDA ENCADENÓ LOS MÁS ALTOS GALARDONES DE LA LITERATURA EN ESPAÑOL: LOS PREMIOS REINA SOFÍA Y CERVANTES. TAMBIÉN LA PRIMERA Y ÚNICA EDICIÓN DEL PREMIO DE LITERATURA DE LA UNIÓN EUROPEA RECAÍDA EN UN ESCRITOR ESPAÑOL. . divergente

Gamoneda, durante la lectura del Quijote del pasado 22 de abril

Gamoneda, durante la lectura del Quijote del pasado 22 de abril

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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A ntonio Gamoneda nació en Oviedo el 30 de mayo de 1931. En 1934, ya huérfano de padre, se trasladó a León con su madre, refugio ante el horror y la miseria. Su padre fue un poeta modernista que publicó un único libro, Otra más alta vida (1919), en el que aprendió a leer con cinco años, mientras las escuelas permanecían cerradas por la guerra. Su reclusión en la provincia propició el desconocimiento de su obra en un paisaje poético pendiente de las alineaciones generacionales. Pero ni siquiera esa ignorancia logró sofocar el timbre de su voz, singular y distinta a todas.

La revelación de Descripción de la mentira (1977), uno de los hitos poéticos de la transición, convirtió a Gamoneda en autor exento y sin cuadrilla, cuya salmodia sobresale entre tantas poéticas intercambiables. Es la cantata versicular del Faulkner del Porma, a cuyo cobijo se alimentan, en sus estancias de La Vega de Boñar, aquellas pulsiones de la memoria. La catástrofe de las ausencias, el clamor de la ruina. A unos pocos quilómetros, aguas abajo, de la Región benetiana. Un armario lleno de sombra (2009) repasa la infancia del poeta, aquel tiempo menesteroso acuciado por los estragos de la penuria. El tumulto de los recuerdos se decanta en una prosa trabada con destellos de belleza perturbadora. No es el recreo del lírico, sino el relato implacable de una memoria maltrecha y en trance de confidencia. Aquel universo precario pero de cálidos afectos retorna ahora en la antología Niñez (2016), compilada por su hija Amelia, profesora en la universidad de Salamanca. El volumen reúne poemas imantados por el pálpito del frío, por el recuerdo de sus hijas niñas y por el anhelo de su nieta Cecilia, destinataria hace doce años de un libro crepuscular de amor y bienvenida.

TRAZA Y MEMORIA

Durante años, Gamoneda, finalmente valorado como uno de los grandes de la generación del medio siglo, fue autor de un único libro, Sublevación inmóvil (1960), situado en la estela moral de Camus. Abatido sin resignación. El tropiezo con la censura en los sesenta de Blues castellano (que en algún momento de aquella clandestinidad se llamó Actos, como recuerda José Batlló, uno de sus fallidos editores) lo había depositado en una sabia contención, después de haber vivido unas laureadas mocedades de lírico floral. Gamoneda había tenido sus años triunfales en las justas festivas, hasta el punto de que el éxito le obligó a repartir estipendios con un sosias, que calzaba el esmoquin, acudía a los festejos, declamaba los versos, bailaba con la reina y le protegía las neuronas del bochorno. De aquella vertiente rimada rescató un libro modélico: León de la mirada (1979).

En los años de su silencio poético, Antonio Gamoneda remitía la curiosidad impaciente de los allegados hacia las fichas de un relato en marcha, que iba creciendo como inventario de aquel tiempo estremecido. Los apuntes de aquel mazo fueron dibujando la topografía moral de la ciudad (en el libro de 1984, León, traza y memoria, compartido con Luis Mateo Díez y José María Merino) y más tarde surtiendo el lapidario de sus libros sucesivos. Recuerdo las andanzas para publicar aquel libro deslumbrante becado por la fundación March y también los desdenes: de Valente desde la Alfagüara poética, de Visor, de Ocnos, tantas puertas cerradas. Al final, vio la luz en León, en la colección Provincia. Y apenas tuvo eco, aunque peleó el Premio de la Crítica, para quedar a la zaga de un insignificante Ángel García López. Estuve en el debate de aquel jurado en Sitges y repaso ahora mi juvenil y bastante solitaria «Crónica de un estrago moral», aparecida en Informaciones, hace 45 años.

LUMINOSA MADUREZ

A mediados de la década siguiente, el Premio Castilla y León de las Letras distinguió con acierto a Gamoneda entre Delibes y Claudio Rodríguez. El mérito de la audacia fue de Víctor de la Concha, de Salvador Clotas, de Alarcos y de Zamora Vicente. Luego vino la antología de Cátedra Edad (1987), concebida con un prólogo que Alarcos nunca llegó a escribir. Obtuvo el Premio Nacional y canonizó una obra extraviada en los pliegues del exilio interior provincial. Lápidas (1986) muestra la atrocidad de la pobreza y siembra un mensaje que alcanza su plena expresión en Libro del frío (quizá su obra mayor, 1992) y Arden las pérdidas (2003), los pasos previos a la consumación de Canción errónea (2012).

En 1995, Libro de los venenos ilustra una variante compleja, matizada y seductora de su universo poético, cuyo vuelo sortea con solvencia las sebes de los géneros. Estos libros marcan las escalas de una escritura sometida con tenacidad a revisiones y mudanzas. Ese discurso de tono agónico, que dibuja la amargura de las claudicaciones, tiene como luminoso contrapunto Cecilia (2004), un poemario de salutación feliz. Desde los desvanes de la infancia, donde reposa su temprana orfandad, hasta la sabia contención del olvido, Arden las pérdidas (2003) es un libro unitario que recorre las acequias frías de la guerra y desvela las sacas de la memoria, descifrando los rostros ardientes y lejanos de sucesivas ausencias. Un año después, Gamoneda reunió infatigable en Esta luz (2004) su poesía completa, depurada y reescrita.

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