Asombroso aporte visual leonés

P ostales, fotografías originales, cromolitografías, grabados, dibujos y un largo etcétera fueron, y son, el soporte utilizado para dar una visión de la ciudad», escribe Fernández Castañón en el Prólogo. El resultado no podía ser más interesante y atractivo. Un libro de belleza tan extraordinaria y que además fija la mirada en la tierra debe figurar, sin ninguna duda, en su haber definitivo y prioritario. Es una auténtica joya, de las que hacen historia. Y es que «la historia se escribe no solo con hechos memorables, sino con pequeños recortes y aconteceres que, a los ojos del espectador pasado, no tendrían ninguna importancia por cotidianos».

Esta es realmente la labor en que se ha empeñado el autor: mostrársela a los espectadores presentes, para lo que ha empeñado muchos años de dedicación, pasión y amor en un ingente trabajo de documentación, coleccionismo, búsqueda, datación de imágenes, comentarios explicativos y documentos variados, no pocos manuscritos. Todo ello sirve al propósito principal de mostrar la evolución, cambios, costumbres y formas de vida de la ciudad y sus habitantes desde el siglo XIX hasta bien entrado el XX, siempre siguiendo criterios claros a la hora de ordenarlo. La imagen ofrecida de ese León entrañable y prestoso convierte al libro no solo en preciado regalo, también en alarde de belleza.

En gran formato, el resultado final es sorprendente, hermoso, cuidado con mimo hasta en sus más pequeños detalles. Ejemplos de excelencia son el tratamiento manual que ha seguido para fijar cuatro facsímiles: una postal-librito de Álvaro López Núñez, la partitura de un himno con música de Odón Alonso, el titulado La catedral de León (1901), con imágenes de Laurent,? y el tarjetón de la catedral. Cada página de Un viejo León muy prestoso ha sido tratada y diseñada con pulcritud, y su maquetación resulta muy atractiva.