Diario de León
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nacho abad
León

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E l aparato de aire acondicionado comenzó a desprender un líquido amarillo fosforescente y la temperatura de la oficina subió varios grados en pocos minutos. Telefoneé al servicio técnico y al tiempo se presentó un tipo mediano y triste, con el rostro gris a juego con su mono de trabajo. Se subió a una escalera de aluminio, retiró el cobertor plástico de la máquina y me pidió que le alcanzara una llave de su caja de herramientas. Era una caja robusta de color cobalto. Al mirar en el interior, vi un libro. No era un manual técnico, ni una novela de aventuras. Era uno de esos libros que pertenecen a la literatura para escritores, de los que su lectura tienen interés sólo si tu oficio es escribir. Entonces me dio por pesar que aquel hombre al que había hecho subirse a una escalera para cortar una hemorragia de un líquido radioactivo era, sin lugar a dudas, un escritor, un hombre de letras al que la pobreza de su verdadero oficio había obligado a emplearse como frigorista para pagar la tinta de su impresora y el alquiler de su piso. Repasé mentalmente la lista de mis amigos escritores y pronto vi que excepto los que reciben una ayuda generosa de sus familiares y los que pierden la voz vociferando enormidades en medios de comunicación, todos tienen un empleo remunerado y a menudo, divorciado de su verdadero oficio: empresarios de hostelería o del sector textil, un diseñador gráfico, una abogada de oficio, un limpiador que hace el turno de noche en un centro comercial. También sé de recepcionistas de hotel, de una celadora, del vigilante de un parking que escribe versos con los que pronto nos volará la tapa del cráneo. Por supuesto que hay periodistas, profesores de universidad, médicos, y maestros, pero prefiero ahora referirme a los que tienen un empleo donde guardan en secreto su verdadero oficio, el de escritor, porque saben que darlo a conocer es una estupidez que no les va a dar más que problemas.

Todos ellos hacen su jornada y luego, al llegar a casa, encienden el ordenador escriben. A veces pienso que tienen (tenemos) un empleo para poder escribir y pagar las facturas. Otra veces no soy tan optimista, y me da por pensar que escribir es la excusa para perder nuestras vidas en empleos indecentes.

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