Diario de León

Yago Ferreiro | escritor

«Si escribes para los demás, pierdes la batalla»

Filandó n es un poemario por dos razones: porque es su voluntad y porque en su interior atesora versos. la editorial MR griffin publicará este año un libro evocador que se irá borrando con el tiempo para denunciar la censura que los escritores se autoimponen por miedo a la crítica «Que el libro mute desde sus propias entrañas y que nadie lea el mismo texto dos veces me parece muy sugerente»

j. casares

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León

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Se titulará Kintsugi, como el proyecto global con el que Yago Ferreiro se adjudicó la beca de la Fundación Villalar, el mismo nombre que muestra en la exposición de las Cortes, un título que aún no ha terminado y que, en realidad, sigue en desarrollo hasta el momento en el que el olvido arrase con todo. Lo publicará el próximo año la editorial Mr Griffin con dos tintas, una que progresivamente habrá de desaparecer con el tiempo y otra que permanece en el libro como registro. La combinación de ambas tintas provoca que el libro albergue en su interior dos historias diferentes. Una cuya estructura es la de una novela clásica y que sólo es legible al abrir el ejemplar y antes de la desaparición de la primera tinta, y otra que es un largo poema río construido con la tinta que habrá de permanecer. Esta combinación entre una tinta clásica y nuestra tinta, por tanto, hace que el lector que se acerque a la obra nunca se encuentre con el mismo libro.

—¿Por qué ‘Kintsugi’?

— Aunque soy poco dado a usar una metáfora tan explicita, creí que Kintsugi era un buen título para poder entender a la primera de qué trataba el libro y por tanto, el proyecto, que no es otra cosa que intentar asumir las cicatrices emocionales que el tiempo nos ha ido dejando para, en vez de ocultarlas, mostrarlas al resto convertidas en algo hermoso. Es, esencialmente, en lo que se basa el kintsugi. También he incluido por primera vez algunos guiños a autores y obras que me han influido, como el epígrafe Trabajos de (des)amor perdidos que está basado en un libro de Shakespeare o ya dentro del propio manuscrito el video-arte de Jonas Menkas o el Robert Altman compositor.

—¿Qué supone el olvido? En cierta manera, creo que el olvido es una palabra que evoca exactamente lo contrario de lo que quiere expresar. ¿Qué es para tí?

—Uno de los primeros borradores del libro se abría citando el poema de Borges Everness, en el que dejó dicho «Sólo una cosa no hay. Es el olvido.» No seré yo quien refute a Borges, pero tras mi último libro, titulado No me acuerdo y que era una suerte de aproximación biográfica a sucesos poco amables que me habían ido sucediendo, me di cuenta de que la memoria no solo era selectiva, cosa que ya había tenido claro desde siempre, sino que conforme pasa el tiempo, nos es más difícil fijar las experiencias tal como sucedieron y no construyéndolas como un relato interesado en el que, casi siempre, quedamos como el bueno de la historia. Si te pones a escarbar en las zonas oscuras de la memoria es probable que la imagen que extraigas de ti mismo no sea la más adecuada, ya que todos cometemos crímenes a diario y ya que todos negamos haber sido partícipes de tropelías. Para mi, el olvido es una práctica necesaria porque sin ella sería incapaz de avanzar. Las atrocidades cometidas se suceden, y por tanto, es necesario construir una trampa en la que caer con gusto.

—Explícame cómo fue materializándose la idea de este libro, exposición en tu cabeza

—El libro surge gracias a un email que recibí de un escritor al que consideraba amigo y que, después de muchos años de amistad, me reprochó haber publicado No me acuerdo. Sus palabras, que eran simplemente las palabras que usaría cualquier hampón de la mafia, me hicieron sentir como un idiota y quise renunciar a la publicación del mismo en ese instante. Camuflaba su discurso en el dolor que provocaban mis palabras y en la necesidad de lanzarme motivos espurios para condenar la visión que tenía de mi propia vida.

—¿Lo hiciste? ¿renunciaste a publicar?

—Por suerte, el libro ya estaba editado y no había vuelta atrás, pero me dio lástima que alguien con una cultura tan amplia reforzara una idea recurrente en los tiempos que vivimos, la de vernos legitimados para limitar la libertad de expresión del otro, o, llegado el caso, atemorizar a autores e indicarles qué es lo que se debe o no, tratar en sus libros. Esa suerte de policía del buen gusto que nos indica qué es literatura y qué no o quién puede ejercerla libremente y quien tiene que servir a otros intereses me pone los pelos de punta. Y a diferencia de lo que pasa en los libros de ciencia ficción, no viene promulgada por un estado opresor, aunque también, sino que son los propios ciudadanos los encargados de poner los límites. Como pasó hace ya algunos años con la famosa langosta de Rodrigo Garcia.

—Así que esperaste para tomarte la revancha

—No exactamente. Pensé que esos ciudadanos, y también mi amigo, estarían orgullosos de un invento como el mío, que limita la experiencia lectora y promueve la censura. Gracias a mi tinta, podremos controlar el mercado editorial y decidir qué libros permanecen en el tiempo y cuales tienen una duración basada en la moral imperante de la época. La exposición indaga en ese mundo por venir en el que habremos perdido las ganas de enfrentarnos a la página en blanco, por miedo a caer mal a la gente a la que queremos. También entendí que ese punto de ruptura emocional era un buen punto de partida para desarrollar una idea sobre la autocensura y sobre qué pasaría si al escribir un libro se pudiera borrar con el tiempo las partes que molestan a los demás, desdecirse y cuál sería su limitado impacto.

—¿Alguna ves te arrepentiste?

—Cuando uno empieza a escribir para los demás pierde la batalla consigo mismo, por eso No me acuerdo sigue siendo algo valioso para mí, porque había sido el primer libro, no sé si será el último, en el que no había dejado a nadie leerlo hasta el día de su publicación. Esa experiencia de escritura dentro del búnker, provocó que muchos de los afectos que tenía saltaran por los aires y me dejaran en una posición débil. O dicho de otro modo; si hubiera dejado leer el manuscrito a mi amigo, seguramente mi libro sería otro libro y yo no estaría tan orgulloso.

—¿Es un ‘book in progress’?

—La naturaleza e interés de la Beca era que fuera de creación artística, lo que implica que el resultado no es tan interesante ni esencial como el proceso. El libro, como manuscrito, lleva más de un año escrito. Ahora solo falta encontrar un motivo terrenal para publicarlo. Me asaltan muchas dudas al respecto, ya que está concebido como un libro-objeto, o una curiosidad o rareza si me apuras y no creo que sea un producto fácil de vender. Odio hacer perder dinero a mi editor aunque su generosa idea, sin embargo, es producirlo el próximo año. No hay una urgencia para mí, porque lo primero será sentarnos y legitimarlo como un producto. Es un proceso doloroso que pocos autores tienen en cuenta a la hora de publicar, pero que yo intento llevar hasta sus últimas consecuencias. Es necesario entender que no todo lo que escribimos es suficientemente bueno, siquiera aceptable. Es muy difícil para mí afrontar la publicación de un libro de estas características y no pocas las dudas que me genera sacarlo al mercado. Hay que entender que el proyecto fue concebido para otros fines y temo que acabe perdido entre las novedades de alguna librería.

—No te veo convencido

—Mr Griffin se ha mostrado muy generoso con este proyecto y, desde el comienzo, ha hecho todo lo posible para darle una vida comercial. Yo, sin embargo, me muestro renuente tras mis últimas experiencias y me vengo considerando algo así como veneno para la taquilla. Dicho lo más honestamente posible, quisiera tener claro la viabilidad del proyecto antes de que mi editor vuelva a perder dinero por mi culpa.

—¿Tendrá dos versiones? ¿Una? ¿Cómo se articularán las historias para que resulte posible?

—En el fondo es una sola versión. El desarrollo del manuscrito se lee como una novela, dividida en pequeños capítulos que cuentan historias de pérdidas, aunque no todas enmarcadas en el amor romántico. Esa escritura se imprime en tinta deleble, que es la que desaparecerá con el tiempo. Dentro del propio relato, a través de la formación de frases y palabras, he construido un poema río que habla así mismo de la pérdida y que será, al cabo, el texto que permanecerá como registro. La idea de combinar las dos tintas es la que más me interesa porque también así combino dos estilos muy diferenciados y que me permiten jugar, como he jugado en todos mis libros, con el posible lector. Que el libro mute desde sus propias entrañas y que nadie lea el mismo texto dos veces también me parece una idea muy sugerente que puede conseguir que el libro no se quede aparcado en un estante. Me gustan los libros a los que les debemos más de unas pocas horas de nuestra vida. Así, mi idea es que el libro cambie con el tiempo y que el lector pueda cogerlo en un momento dado y recuperarlo años más tarde y ver qué cosas han cambiado en él.

—¿Hay algo en la vida que no sea efímero

—El planteamiento del libro no difiere de cualquier otro libro que yo mismo haya publicado, de nada serviría esperar que un libro pueda sobrevivirnos. Todo indica que a la velocidad a la que vamos, en pocos años ni siquiera nosotros mismos recordaremos nuestra propia bibliografía. En este proyecto, al estar subvencionado, me he permitido el lujo de investigar sobre la necesidad de publicar libros y sobre la necesidad de que manchemos sistemáticamente folios en blanco con palabras que nadie va a leer. La urgencia de la tinta, la disposición de los dos textos, permite que el lector pueda abandonar su lectura en cualquier momento, pero también que se estimule con la posibilidad de que alguno de los dos manuscritos le pueda gustar un poco. Para mí, como escritor, ha sido un proceso muy doloroso, saber que todas esas palabras escritas a las que he dedicado largas jornadas de trabajo desaparecerán para siempre y no quedará registro de ellas. Ser consciente de eso, de que nada va a quedar, hace que mi ego como escritor se convierta en algo evanescente.

—¿Qué pesa más la levedad o la rutina?

—Entiendo que haya escritores que vivan atemorizados con la posibilidad de no trascender, ya que han dedicado parte de su vida a recorrer pasillos y a pagar favores que, en algunos casos, les serán útiles para posibles acuerdos extra-corpóreos. En cualquier caso, ningún escritor serio puede hoy día hablar en términos absolutos sobre su obra y su posterior legado. La mayoría que conozco bastante se conforman con tener la barriga llena y las facturas al día. Y bastante hacen para conseguirlo. Sería prodigioso entendernos como meros pasajeros existenciales y darnos verdadera cuenta de la limitación de nuestro talento en comparación con cualquier escritor que haya conseguido transitar de boca en boca más allá de unas décadas. La levedad no sé si es insoportable pero sí más llevadera, al menos, que las concesiones que algunos han de hacer para permanecer como noticiables. La idea literaria que más me conmueve es la de desaparecer de la fiesta en el momento más álgido, aunque eso conlleve, irremediablemente, que nadie te eche de menos.

—¿Qué partes de la vida se escriben con tinta deleble? ¿Al final queda algo?

—Lamentablemente soy de la opinión de que la mayor parte de las cosas que hacemos, al cabo del tiempo, se borran de nuestra memoria y por ello, el escritor intenta hacer un registro, que más que literario es funcionarial, con las cosas que tanto le importan, sus obsesiones o sus figuras recurrentes. Por eso solemos ser tan pesados con nuestra obra y necesitamos de tantos foros diferentes para comunicarnos. Sin embargo, es a base de escribir mucho y bien que uno puede hablar siempre de lo mismo sin que nadie se de cuenta. Quien dijo que eran cuatro temas los que movían el mundo no iba muy desencaminado y nosotros lo que intentamos es hablar siempre de lo mismo desde nuestro humilde punto de vista. Todos sufrimos por igual y todos somos igual de humanos. Nada deberá quedar de nosotros. Vale.

—¿El amor sólo se entiende si se conjuga con el olvido?

—Me interesa indagar cómo se puede perder la amistad si nos han enseñado que es una demostración de generosidad, cómo perdemos el contacto con nuestros amigos de infancia, o cómo nos despertamos un día y no nos reconocemos en los vínculos sociales que hemos ido construyendo con el tiempo. Eso es apasionante, porque te demuestra hasta qué punto somos diferentes, y cómo construimos vínculos afectivos basados en intereses muy particulares, algunos tan interesados que da verdadero miedo pensar en ellos. El amor romántico, como digo, ya tiene suficientes trovadores que le canten bondades.

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