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EL PASADO 20 SE CUMPLIÓ MEDIO SIGLO DE LA MUERTE DEL PREMIO NOBEL JOHN STEINBECK (1902-1968), EN CUYO LEGADO FIGURAN LAS NOVELAS MÁS CINEMATOGRÁFICAS DE SU GENERACIÓN, CUYO MENSAJE NO AGOTA EL PASO DEL TIEMPO. divergente

El fotógrafo Robrt Capa inmortalizó de esta manera a John Steinbeck

El fotógrafo Robrt Capa inmortalizó de esta manera a John Steinbeck

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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A raíz de la desclasificación de los archivos del Nobel, se comprobó cómo en 1962, cuando lo ganó Steinbeck, el americano había sido una tercera vía para dar salida a la pugna británica entre Graves y Durrell. No le cayó el galardón por sus filosofías baratas, sino por una escritura rebosante de fuerza e imaginación. Es cierto que el traslado de sus novelas a películas clásicas garantizó la mayor difusión a sus historias, pero de algún modo relegó su aprecio literario. Si nos atenemos al dictado de Italo Calvino, respecto a que el clásico «nunca termina de decir lo que tiene que decir», hay que aceptar que esa vigencia palpita tanto en la desbordante novela Las uvas de la ira (1939) como en su traslado fílmico a la concisa e inmediata película de John Ford. Pero su prestigio literario no es equiparable a los de Hemingway o Faulkner.

Bajo la tutela de su madre maestra, se colgó de la lectura, como apasionado de Dostoievski y de la legendaria tradición del rey Arturo, en cuya búsqueda viajó en 1959 a Inglaterra, dejando inacabado al morir los episodios de fantasía y honor que tituló Los hechos el rey Arturo y sus nobles caballeros, que vería la luz póstumamente, en 1976. Durante su estancia en la universidad de Stanford, lejos de la tutela familiar, Steinbeck cursó una filología inglesa salpicada de optativas vinculadas con la biología marina, combinando las aulas con tareas agrícolas y de laboratorio. Sin obtener el título, se trasladó a California pasando por Nueva York. Pero no hizo el viaje por carretera, sino en barco cruzando el canal de Panamá. Aquella experiencia iniciática nutrió su primera novela, La taza de oro (1929).

Al estrenar la década de los treinta, se casa por primera vez, instalándose en la casa familiar, lugar predilecto de su infancia. Allí encuentra al biólogo marino Ricketts, con quien recorre el Golfo de California para escribir Un periplo por el mar de Cortés (1941). Quince años más tarde, lo retrata en su novela Dulce jueves (1954). Son días duros, en los que cuenta con el apoyo económico de su padre, responsable de Hacienda del condado. Frente a la dimensión industrial que adquiere día a día el país americano, Steinbeck dibuja en Las praderas del cielo (1932) un predominio rural que deja ver ya la desintegración agrícola del campo californiano. De inmediato, traslada su filosofía trascendentalista presente en muchas de sus obras posteriores, a su segunda novela: A un Dios desconocido (1933), cuyo protagonista se inmola para poner fin a la sequía. Pero la de los treinta va a ser una década agridulce para Steinbeck, porque sus éxitos literarios se combinan con las pérdidas familiares de su madre, en 1933, y un año después del padre.

Las novelas de la década transitan entre la poesía de Tortilla Flat (1935) y la denuncia de Hubo una vez una guerra (1936), sobre la huelga en los huertos de una California golpeada por la crisis económica, con disputas de los huelguistas alentadas por la brutalidad de las autoridades locales. Los espacios del drama siguen idénticos a los del sueño americano de la conquista del Oeste. Ratas y hombres (1937) es el relato viril del gigante Lennie, a quien le gusta acariciar todo lo sedoso, con el riesgo de romper, sin pretenderlo, la nuca que no aguanta la presión de sus dedos. Lo ejecuta su compañero de miserias, para evitar el castigo de una justicia ciega.

Ratas y hombres equivale a El viejo y el mar de Hemingway: Es novela social, pero sobre todo psicológica, premiada por el Círculo de Críticos de Nueva York. El poni rojo (1938) da paso a Las uvas de la ira (1939), galardonada con el Pulitzer y la novela emblemática de la gran depresión económica. Recoge la cabalgada de los okies, campesinos de Oklahoma desposeídos de sus tierras por las borrascas de arena y por la codicia de los propietarios, que atraviesan el continente de lado a lado hasta California, donde esperan encontrar tierras productivas, empleo y un lugar al sol. Es la nueva travesía de la pradera con el espejismo del Oeste en su horizonte. Al final de tan penoso viaje, los errantes hallan un lugar apenas mejor que su abandonada Oklahoma. La joven madre que ofrece su pecho a un viejo desfallecido de hambre supone un símbolo elocuente del optimismo de Steinbeck y de su fe en la solidaridad humana.

Consagrado como novelista, mantiene su preocupación ambiental alentada por Ricketts, publicando Por el mar de Cortés (1941). El ataque japonés a Pearl Harbor lo implica como corresponsal de guerra en Europa, experiencia que refleja La luna se ha puesto (1942), basado en la resistencia a los nazis de una pequeña ciudad noruega. A partir de entonces, son recurrentes sus viajes por Europa, entre los que destaca por su impacto Un diario ruso (1948), que relata su estancia con Frank Cappa en la Rusia estalinista. El cambio de rumbo de Steinbeck se hace muy visible ya en Fila de conservas (1945), que intenta retomar el clima poético de Tortilla Flat. El simbolismo de La perla (1947) y El ómnibus perdido (1947) apuntan al necesario retorno de Estados Unidos a una actividad normal de posguerra. Llama viva (1950) combina formalmente novela y teatro: su protagonista estéril acepta el hijo que tiene su mujer durante el matrimonio. Al este del edén (1952), llevada al cine por Kazan, es otra de sus grandes novelas, con sustrato bíblico. Un talento que ya no alcanza a El invierno de mi desazón (1961), última novela construida con soliloquios. El apoyo a la guerra de Vietnam hizo tambalear un prestigio adquirido en la década de los treinta. Viajes con Charley en busca de América (1962) lo hace en caravana con su perro, mientras Norteamérica y los norteamericanos (1966) rezuma moralina yanqui.

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