Diario de León

El escritor de los prodigios

l Pablo Andrés Escapa vuelve a la arena literaria con un libro de relatos situado en la mejor estela cervantina. Un viajante que anhela otra existencia, el biógrafo de un poeta nefasto y un anciano devoto de cervantes protagonizan ‘Fábrica de prodigios’, el nuevo libro de RELATOS DEl leonés pABLO aNDRÉS ESCAPA «Une las tres historias el asombro de sus personajes ante la sospecha de hay una realidad menos evidente» «En León, el paisaje alienta las ensoñaciones y en su tradición oral conviven lo legendario y lo cotidiano»

isabel wagemann

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León

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P ablo Andrés Escapa nació en Laciana y siempre quiso estar en Babia. El escritor, que trabaja en la Biblioteca del Palacio Real, reúne tres novelas cortas, ‘de media distancia’, como las define él, en Fábrica de prodigio s (Páginas de Espuma), que llega el miércoles a las librerías y que él presentará en la ‘librería de Paco’ (Alejandría) el 29 de marzo.

—¿El nexo entre las tres historias de ‘Fábrica de prodigios’ es lo insólito?

—Lo insólito es una parte; otra es la perplejidad de los propios personajes. Lo que puede unir a las tres historias es el asombro constante de los protagonistas ante la percepción o la sospecha de que hay una realidad menos evidente que se insinúa en las apariencias, una realidad sutil que acaba contagiando la existencia de los personajes y los lleva a dejar constancia escrita de lo que perciben.

—¿Cuentos largos o novelas cortas, le da igual la definición?

—Es una discusión eterna que ni la crítica ha resuelto. Para entendernos, hablemos de ‘media distancia’. En cualquier caso, yo tiendo a ver en estos relatos de mediana extensión más afinidades con el cuento que con la novela: intensidad narrativa, concisión y capacidad de sugerencia les son comunes y añadiría que la fuerza simbólica es esencial en las novelas cortas. Pensemos, por ejemplo, en La metamorfosis de Kafka.

—¿Es también un buen lector de cuentos?

—Procuro ser un lector sensible de todo lo que leo pero disfruto especialmente con los cuentos.

—El libro destila toques cervantinos y ese gusto por los nombres tan típico de Luis Mateo Díez...

—En la ficción los nombres han de ser motivo de confianza primero para el escritor, que los elige, y luego, en la medida en que los asume, logrará hacerlos verosímiles para el lector. Cervantes tiene en sus libros unos cuantos nombres poco comunes —siempre recuerdo a Chirinos— que conviven con Alonsos y Roques y Anas más convencionales. Me parece un modo de suspender la realidad que ya orienta la ficción en la que esos personajes tendrán que desenvolverse. Se trata de ir creando, desde la propia manera de nombrar a los personajes, un mundo simbólico, un imaginario fuera del tiempo. Para levantar acta de la realidad ya tenemos a los notarios. La condición del lenguaje literario es la de ser inactual y creo que Cervantes logró ese propósito mejor que nadie en El Quijote . En el caso de mis tres relatos habría que ir más bien a Las novelas ejemplares , en las que Cervantes se proponía contar con propiedad un desatino, un disparate. Los tres cuentos de Fábrica de prodigios parten de una situación que en principio es anómala y la cuestión es cómo convencer al lector para que se la crea.

—Su Celama está también en este Noroeste que es León...

—Sí. Tenemos mucho hecho con la geografía. Vivimos en una provincia donde el propio paisaje alienta esas ensoñaciones y donde además ha habido una tradición oral en la que lo legendario y lo cotidiano conviven de forma espontánea. No es raro que a la hora de fabular uno recurra a esa afortunada alianza que a mí me gusta revestir, además, con algo de humor, por evitar cierta solemnidad en la escritura.

—¿De dónde saca esa galería de personajes?

—De la imaginación y las horas de trabajo, es decir, de trabajar la imaginación. En esa tarea siempre hay una parte de memoria pero trascendida, o subordinada a las exigencias de la fábula.

—¿Una provincia con tal cantidad de escritores no merece un Premio Leteo?

—Claro. Es una pena que lo haya perdido o, por ser justos, que se lo hayan hecho perder con disculpas dudosas. Era un premio muy bien recibido, además. Un reconocimiento de lectores entregados a un autor, que es el mejor premio que puede esperar quien escribe.

—¿El poeta provinciano de su libro está inspirado en alguno real?

—No, no, de ninguna manera. Por más que se mencione un periódico como Proa y el relato transcurra en unos años en los que existía Espadaña , este poeta carece de un referente real. Cualquiera de los poetas provinciales de ese tiempo eran mejores que el de esta historia, que es un pobre diablo sin demasiado talento pero al que redime la seriedad con que se toma su tarea y su afán por dejar obra.

—¿La Biblioteca del Palacio Real es el mejor destino para un escritor?

—No sé si es el mejor destino, pero no es un destino ajeno al de escribir.

—¿La Biblioteca Real está llena de secretos?

—Esa es una versión romántica de la realidad. Tiene un catálogo de libros de acceso público desde hace décadas, una información detallada y sin secretos. Quienes estamos en ella procuramos hacer un trabajo científico. No hay esa posibilidad de encontrar un libro perdido entre los anaqueles..., eso es lo que os gustaría a los periodistas.

—¿León es cada vez más ese territorio de ‘western’ que apuntaba en ‘Cercano Oeste’?

—Yo lo percibía así. Crecí en un pueblo de Laciana y siempre me gustó estar en Babia —no solo figuradamente—. Entonces ya veía muchas películas del Oeste, esas grandes fábulas, y creo que la coincidencia de escenarios grandiosos fue la primera impresión de equivalencia que yo tuve entre mi valle y los paisajes del western . Luego fui descubriendo otras afinidades y acabé dejando constancia de ellas en Cercano Oeste. Pero no creo haber estado solo en esta percepción. Mi padre, que era un gran fabulador oral, ya nos contaba cuentos en los que había indios en los montes que veíamos desde casa. Esa convivencia de lo legendario con un espacio familiar —y eso es el western en buena medida— yo acabaría percibiéndola de forma natural. La desolación y el abandono del territorio es ahora, me temo, la realidad provincial que más nos vincula con el imaginario del Oeste.

—¿Se encariña de los personajes?

—De unos más que de otros, pero todas son criaturas propias. Intento conferirles a cada uno de ellos una dignidad propia, que tengan su razón para obrar como lo hacen. Así que, al final, sí, se encariña uno hasta con el más tonto.

—¿No se le ha ocurrido dar continuidad a algún personaje en otra novela?

—Habría una posibilidad de hacer más cuentos con el juez y el secretario de Las elipsis del cronista. Pero cada libro pide lo suyo. Me tienta más la posibilidad de que algún personaje de un relato pase de puntillas por otro, pero solo si la historia lo pidiera.

—¿Trabaja ya en el próximo libro?

—No. Soy como un carpintero. Acabo de terminar una silla que nadie me pidió hacer, así que voy a sentarme en ella y a disfrutar de cómo me ha quedado. No estoy pensando en el escaño ni en la mesa que podría hacer a continuación.

—¿Cuál es su método de trabajo?

—Exigencia y tiempo. Hasta que lo escrito no está como a mí me gusta no lo doy por terminado. Tengo la suerte de contar con un editor que no me pone plazos. Cuando acabo un libro no lo entrego inmediatamente. Lo guardo unos meses. Al volverlo a leer, pasado un tiempo, es cuando uno se compadece menos con la propia obra y es más fácil pulir y tachar. Con la distancia uno ve lo que sobra y lo elimina sin duelo. Quitar vale tanto como escribir en muchas ocasiones.

—¿Es un maniático de la corrección y reescritura como Gamoneda, Pereira, Colinas o Luis Mateo?

—Comprometerse con el resultado es una cuestión de honestidad antes que una manía. Corregir es depurar, asentar un estilo. La literatura, no lo olvidemos nunca, es una escritura y la corrección es parte del proceso.

—¿Ha tenido algo que ver en la elección de la portada?

—Tengo la suerte de trabajar con Juan Casamayor, el editor de Páginas de Espuma, que siempre me ha dejado participar en todo el proceso de edición. Pero esta cubierta se le ocurrió a él. Ilustra una escena del tercer relato, El diablo consentido, y tiene la virtud, nos pareció a los dos, de ofrecer una interpretación simbólica que alcanza a todo el libro.

—¿Es muy exigente con el libro como objeto?

—?Un libro de buena factura, bien editado, con una caja equilibrada, cabalmente compuesto y bien encuadernado, es un objeto precioso. Pero apreciar eso no me convierte en bibliófilo, nunca lo he sido. No puedo estar más de acuerdo con Juan Ramón Jiménez cuando decía que la percepción de los textos cambiaba según los tratara la imprenta. Y lo cierto es que desde los orígenes del libro, la armonía entre el contenido y la forma nunca se percibió como una arbitrariedad. Trabajo en una biblioteca donde puedo comprobarlo a diario.

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