Diario de León

Los meses que precedieron al golpe fueron tormentosos. En la antesala de la guerra se produjeron los asesinatos del teniente socialista de la Guardia de Asalto José Castillo y del líder de la derecha monárquica, José Calvo Sotelo.

La España más turbulenta

Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío indagan en la violencia política que precedió al golpe de Estado de 1936

Milicianas en el frente de Madrid, sector de la Casa de Campo y carretera de Extremadura

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Antonio Paniagua
Madrid

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Huelgas, manifestaciones, ocupaciones de ayuntamientos y tierras por parte de la izquierda obrera fueron contestadas con ataques selectivos de la Falange contra sus adversarios políticos. Al mismo tiempo, en las tribunas se pronunciaban discursos incendiarios, dando lugar a una espiral de violencia que se retroalimentaba sin fin. Hubo sucesos que tienen resonancias actuales, como la amnistía que puso en la calle a miles de presos que participaron en la insurrección de 1934. Todo ello estuvo acompañado de purgas de funcionarios, censura, conspiraciones castrenses por doquier y desórdenes públicos. Entre la victoria del Frente Popular y la sublevación militar España vivió sumida en un hervidero de violencia. Los historiadores Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío han estudiado de modo prolijo el periodo que va del 17 de febrero al 17 de julio de ese año fatídico en Fuego cruzado. La primavera de 1936 (Galaxia Gutenberg), un empeño arduo porque para llegar a los hechos hay que desenredar una maraña de propaganda. Del Rey y Álvarez Tardío acreditan 2.143 víctimas (484 muertos y 1.659 heridos graves) en esos cinco meses cruciales, una cifra aproximada que no incluye a los contusionados en incontables reyertas que estallaban los fines de semana y festivos con ocasión de mítines, pero también de bailes o celebraciones festivas.

Aunque la Europa de entreguerras fue una etapa convulsa, la violencia que se generó en España en la llamada ‘primavera de 1936’ fue excepcional. «Solo es comparable a la Italia de 1919-1922 o a la Alemania de 1932-1933», argumenta Manuel Álvarez Tardío, catedrático de Historia del Pensamiento Político y los Movimientos Sociales en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. «Si bien las coyunturas no tienen nada que ver, lo más parecido a la España del 36 quizá sea la etapa que se desarrolla en Argentina entre 1970 y 1976, en que hubo muchísima violencia, no solo pistoleril», argumenta Fernando del Rey, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid.

La primavera del 39 es una de las etapas peor estudiadas de la II República. Sobre ella planean interpretaciones interesadas. Para quienes ganaron la Guerra Civil, la inseguridad jurídica y la zozobra de aquellos días justificaban el golpe del 18 de julio. Los perdedores de la contienda, de su lado, propagaron la tesis de que fue entonces cuando se desplegó una resistencia heroica contra el fascismo. «Se había declarado el estado de alarma, existía mucha censura, de modo que es muy difícil distinguir lo cierto de lo falso», aduce Del Rey. ¿Quiénes socavaron por acción u omisión el orden público? «Pues para empezar el sector del socialismo de Largo Caballero, que entonces era mayoritario y que se hizo fuerte a costa de la debilidad de Izquierda Republicana. También los falangistas, que pese a que eran minoritarios e irrelevantes, crecieron por reacción y se convirtieron en un potente polo de atracción de la juventud que quería responder a la violencia izquierdista. Y minaron la democracia todos aquellos que hicieron apología de la violencia, como el sector radical del socialismo, que controlaba la UGT y la Federación Campesina Socialista, así como la derecha radical», apunta Álvarez Tardío. El partido de Azaña invocó un discurso ambivalente. A la luz de diversas cartas y documentos, Izquierda Republicana admitía en privado que estaba desbordada por la violencia, pero en público se presentaba como un valedor del orden. Lo contrario hubiera supuesto soltar amarras con un PSOE al que necesitaba imperiosamente para gobernar.

Esa vulnerabilidad explica que Azaña exonerara sin discriminaciones a los 15.000 presos que participaron en la revolución de octubre del 34, antes incluso de que acabara el recuento electoral. La decisión supuso cuestionar a quienes defendieron el orden constitucional y al Gobierno legítimo de Lerroux. Lo hicieron bajo una movilización coactiva, lo cual permite visibilizar que el Gobierno va por detrás de la calle», dice Manuel Álvarez Tardío. La iniciativa tuvo consecuencias imprevistas. Al reponer en sus cargos y puestos de trabajo a quienes fueron despedidos, los desalojados por la amnistía engrosaron las filas de la Falange al sentirse agraviados. «Con ello se rompe el mito del falangista repeinado y señorito que vive en el barrio de Salamanca. Entre los falangistas de nuevo cuño que ingresan en la organización había proletarios», apunta Del Rey. El asesinato de Calvo Sotelo ayudó a los militares indecisos, como Franco, a despejar sus dudas y secundar un pronunciamiento que se sabía sería cruento. Del mismo modo, los carlistas que albergaban recelos hacia el general Mola los desecharon definitivamente. «No supone un punto de inflexión, por cuanto el golpe venía de muy atrás», sostiene Fernando del Rey. «En las Cortes provocó ya una ruptura pública de una dimensión estratosférica entre el Gobierno y el resto de la representación parlamentaria.

«Uno de los que socavó el orden público fue Largo Caballero, que se hizo fuerte a costa de Izquierda Republicana»

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