Carlos Suárez González. Manuel de Resistencia y otros personajes realmente mentira
El periodista y escritor leonés regresa con ‘La suicida nueve veces apuñalada’, un thriller humorístico que mezcla crímenes, política, erotismo y literatura en una trama delirante y surrealista en la que se cruzan todo tipo de personajes
Escribir con el humor como requisito es el salto sin red de la última novela de Carlos Suárez, periodista y escritor leonés que aunque desarrolló gran parte de su carrera profesional en el mundo audiovisual, en concreto en RTVE y en el Canal 24 Horas en particular, siempre ha sido de los creyentes en el poder del libro. Escribió La muerte zurda (2004), Una mujer en Pigalle (2016), Vermeil (2022) y Viático (2023), en las que no rehuyó la complejidad de la escritura traspasada al lector también como un reto mutuo. Y ahora desde una complejidad inicial en cuanto a trama, conectada con la crítica social también, dibujando personajes que desde la ficción llaman a la puerta de la realidad, el asunto es La suicida nueve veces apuñalada. Un título que podría ser perfectamente de una película de época. O una obra de teatro del absurdo. O, tal vez, el universo humorístico del propio autor.
—¿Cuándo y cómo surge la idea principal que le indica: lo próximo va a ser de humor?
—Nunca me he divertido tanto como escribiendo La suicida nueve veces apuñalada. Me sucedió en menor medida con Vermeil, que sin ser una novela de humor tenía ya cierto tono desenfadado y burlón. Así que –como diría algún personaje de La suicida…– parecía el momento de aprovechar la Ley Trans para transicionar de género, en este caso al género humorístico. Era además un reto. Creo que como género es mucho más difícil que cualquier otro. Resulta infinitamente más simple crear intriga, emocionar o provocar miedo. Hacer que el lector se ría es mucho más complejo. Pero, más allá del tono humorístico, no deja de ser también una novela de crímenes, con policías y detectives (eso sí, descerebrados) y, de algún modo, una sátira política.
—Estos personajes en una trama poco habitual recuerdan momentos de la cruda realidad cotidiana. ¿Cómo ha hilado ese juego?
—Resulta paradójico que una trama delirante se parezca a la realidad, pero es así. Digamos que el humor absurdo o surrealista –el que a mí me interesa– se basa en la irracionalidad; crea una especie de realidad paralela que permite, por así decirlo, ver la realidad desde fuera. Es una especie de distanciamiento similar al de Bertolt Brecht. Aquí, en vez de buscar una reacción desapasionada y racional del espectador o el lector, se busca que el lector reexamine la realidad con la mirada descreída y crítica de quien está fuera de la lógica. Eso te permite incluir elementos tomados de la realidad pese a lo surrealista de la trama. Por ejemplo, las sesiones del Congreso que se narran en la novela podrían estar sacadas del Diario de Sesiones de Las Cortes. Basta con cambiar el marco, el punto de vista, para que lo real resulte ridículo.
—Tan diferente de sus otros libros, pero ¿mantiene como máxima crear desde la ficción? Mire que ahora está la cosa memorialística...
—Me gusta la ficción, esa extraña sensación que sientes mientras escribes: sentir que los personajes viven en tu cerebro, actúan, toman decisiones que modifican la trama. Pero, es cierto, acabo de cambiar de género, por lo que no descarto nada.
—¿Necesita el humor para vivir? Hay gente que no...
—No sé si necesidad es la palabra, pero no hay duda de que viene bien. Hay una cita de Wittgenstein al principio del libro: «El humor no es una disposición del ánimo sino una visión del mundo». Creo que se trata de eso: ver la realidad de otra forma, desdramatizar, relativizar las cosas, reírse de uno mismo. Y estoy convencido de que el humor ayudaría, por ejemplo, a reducir la crispación política en que vivimos. De hecho, la novela es un intento de contribuir a eso.
—¿Debe haber un límite del humor para no ofender?
—Poner límites al humor tiene riesgos, porque finalmente no usamos la misma vara de medir en todos los casos. Tenemos mucha facilidad para considerar ofensivos los chistes o críticas que hacen sobre nosotros, nuestra manera de pensar o nuestra ideología, pero, por el contrario, no nos parecen ofensivos los que nosotros hacemos sobre los demás. Corremos el riesgo de acabar en un mundo lleno de “ofendiditos” donde todo chiste o toda crítica resulte ofensiva y que el ansia de corrección política termine por hacer imposible el humor.
—Puede que haya límites del humor también en cuanto a que cuando uno entra en esa euforia del humor puede llegar a la exageración, al ridículo. ¿Cómo se calcula eso?
—Sucede de algún modo en todos los géneros. Puedes pasarte de crudeza describiendo asesinatos o cadáveres en una novela de crímenes, ser demasiado explícito en escenas de sexo o demasiado cursi en pasajes románticos. Supongo que el mejor modo de medir dónde hay que parar es sin duda ponerse en el lugar del lector.
—Cuando en dos programas de televisión en los que el humor es su gran caudal, se ponen plastas ambos dando la paliza con sus asuntos internos, ¿es que a este país se le acaba el humor? Decía Azcona que en esta vida se podía ser de todo, asesino, ladrón..., pero lo que no debería tener perdón era ser pesado...
—Mi idea del humor no se corresponde mucho con la de ninguno de esos dos programas. Quizá el problema está en que se han convertido en símbolos de posiciones ideológicas contrapuestas, ya que en este país somos capaces de utilizar los temas más peregrinos en confrontaciones ideológicas. A partir de ahí se retroalimentan, al igual que los partidos, para azuzar a sus seguidores. Respecto a la frase de Azcona –claro ejemplo de humor surrealista– yo añadiría algo más: resultar aburrido.
—¿Cuáles son sus primeros descubrimientos humorísticos? Hay algo en el tono del libro que suena incluso a Les Luthiers. También a cine, a película cómica de humor y cine negro…
—Los hermanos Marx, Lubitsch, Billy Wilder, Charles Crichton... Probablemente las influencias que puedan rastrearse en La suicida nueve veces apuñalada no vienen tanto de la literatura como del cine o de otras fuentes –tal y como apuntas–, de Les Luthiers a Faemino y Cansado.
—¿Un libro de humor que le haya guiado?
—La novela nació a su aire, sin guías, con las ventajas e inconvenientes que eso pueda tener. Sí es cierto que algunos lectores han encontrado ciertas similitudes con las novelas de Eduardo Mendoza, lo que no deja de ser un elogio.
—Este libro, por cierto, es un regalo excelente para las navidades. ¿Qué tal se lleva con la promoción? El otro día, ante la supuesta pereza de promocionarse, Juan Tallón decía que a él le gustaba. Que así salía de Ourense...
—Llevo mal lo de la promoción. Escribes para que te lean. Pero si tengo que ir a Ourense, pues iré a Ourense.