Diario de León

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Con licencia para... James «Martin»

De cincuenta en cincuenta… en el corazón de los incondicionales. En 1914 una carrera de montaña (Aston-Clinton) y el apellido de su ganador (Lionel Martin) bautizaban una de las marcas más célebres en el histórico panorama automovilístico británico. Con «su» siglo a la vista, Aston Martin sigue levantando pasiones.

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javier fernández
León

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Compartiendo sueños. En 1914 Lionel Martin, un piloto de carreras, fundaba la marca que lleva su apellido. Cinco décadas después, el Aston Martin DB5 saltaba a la fama de la mano de Bond… James Bond.

Otros cincuenta años más tarde, bien entrado el XXI, «al servicio de Su Majestad», ambos, coche y agente secreto, continúan gozando de excelente salud… en el celuloide

Pocos como Aston Martin y James Bond han compartido tantas y tan gloriosas aventuras a lo largo y ancho de 50 años.

Para Lionel, aquella victoria en la famosa carrera de montaña, supondría la realidad de un sueño auspiciado, hasta 1925, por las subvenciones del gentleman-driver Louis Vorov Zborowski, fallecido en una carrera en Monza, circunstancia que traería el paso de la marca —en 1926— a manos de Augusto Cesare Bertelli y, tras la II Guerra Mundial, a las de David Brown… de ahí las siglas «DB», que a partir de entonces apellidan la denominación de los modelos.

Para James (siempre Sean Conery, el más aplaudido de los 007), la aparición del BD5, y el rodaje de Goldfinger en 1964, supondría la llegada del más célebre e inseparable compañero de aventuras. Y eso que Ian Fleming había colocado a Bond, James Bond, a bordo de un DB Marck III en su novela. El coincidente lanzamiento del modelo más nuevo de la marca, por entonces BD5, con la filmación de la cinta… harían el resto.

Tan es así, que el coche utilizado en la película sería nada menos que el prototipo original del DB5 (cuando los prototipos eran «auténticos», y no como ahora que los fabricantes construyen «virtualmente» infinidad de ellos) acompañado de otra unidad, ya «de serie», para las múltiples escenas de acción.

Convertidos ambos, coche y agente 007, en iconos cinematográficos, también es verdad que en sus intrépidas misiones al servicio de Su Majestad, James Bond ha utilizado diversos coches más o menos artilugiados y artillados —permítanseme los barbarismos... en uno u otro sentido— y con la Guerra Fría como telón de fondo: el Sumbeam Alpine y el Bentley en Desde Rusia con amor (habitualmente Fleming situaba a Bond a bordo de Bentley en sus novelas), por no hablar del espectacular Lotus Esprit, que hasta se convertiría en submarino (1977) y llegaría a tener una lista de espera de un año para los compradores… del coche, no del «submarino».

En los 80 Bond volvería a casa de Aston Martin, por mucho que en Goldeneye condujese un BMW y también Ford en cintas posteriores. En realidad… otros collares —«con licencia» para obviar el principio de la frase—, habida cuentan que Aston orbitó —y orbita— en el anillo de ambos constructores.

En fin, que a lo largo de sus cinco décadas… mezclado, no agitado... el agente 007... con licencia para epatar... y escapar de los malos por tierra, mar y aire, con el concurso de la prolífica inventiva de Quartermaster «Q» (preparador coches y artilugios), ha pilotado las joyas más deseadas del panorama automovilístico en cada época. Y hasta contar la historia, Casino Royale, de cómo llegó al volante de su coche por antonomasia… Aston Martin DB5.

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