Diario de León
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En su editorial del jueves ayer el New York Times pedía piadosamente que cese de una vez el juego de echarse la culpa unos a otros (la Otan y algunos aliados árabes) antes de reducir la situación a una carencia técnica: la Alianza Atlántica no parece disponer de los medios aéreos capaces de hacer el prodigio de distinguir a los buenos de los malos y detener los ataques del ejército de Gadafi sin dañar a los civiles que resisten, sobre todo en Misrata. Si esta ciudad-mártir cae es posible que la resistencia rebelde sufra un revés decisivo.

Hace ya tiempo que la crisis dejó de ser una cuestión solo militar, pero la ausencia de un triunfo militar de la oposición la caracteriza ahora por completo y nos remite al principio: los cálculos según los cuales una ayuda bélica discreta a los rebeldes sería bastante para acabar con el régimen han resultado inexactos y no es calumnioso hablar de ligereza de quien corresponda a la hora de evaluar la importancia y la capacidad de los opositores.

Por eso, las dos importantes reuniones sobre la crisis, el miércoles en Doha y el jueves en Berlín, han sido formalmente distintas y, de hecho, dos caras de una misma moneda: la primera debía ser técnicamente más política, se reunió en el único país árabe (Catar) que ha envido aviones de combate al escenario y dio un gran papel al Consejo Provisional de Transición y la segunda era la de la Otan y el ponente principal, por tanto, fue su jefe, el almirante James Stavridis, un norteamericano. Al almirante se le atribuye poco entusiasmo por la operación, muy en línea con el perfil bajo de la administración Obama en el asunto y en esto está en sintonía con su jefe político, el secretario general de la Otan, Anders Fogh Rasmussen, de quien se dice que, por él, de ninguna manera se habría endosado a la Otan la labor de echar a Gadafi.

Solo seis de los 28 países de la Otan recurren a medios militares ofensivos, la mayoría coopera en labores de exclusión aérea y embargo por mar y alguno, como Turquía, muy crítica con lo que sucede, patrocina abiertamente un desenlace negociado y está más cerca de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Nadie piensa en tirar la toalla, pero a las tres semanas del primer bombardeo, hay como un deseo tácito de pedir tiempo muerto.

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