Diario de León

'Del ralbar al filandón'

El alto Sil, negro sobre blanco

es la tierra «de la xubia y el xardón», dice Rita García Jiménez sobre un municipio, el de Palacios del Sil, cuya cultura oral ha reunido en un libro editado por Xeitu

Rita García Jiménez con una de sus tías abuelas, excepcional informante para este libro.

Rita García Jiménez con una de sus tías abuelas, excepcional informante para este libro.

Publicado por
Emilio Gancedo
León

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Con el libro Del ralbar al filandón , la bióloga Rita García Jiménez ha querido reunir en un solo volumen la cultura tradicional de un municipio tan rico, en lo que a patrimonio etnográfico y lingüístico se refiere, como es el de Palacios del Sil, en plena montaña occidental leonesa. Pero el camino hasta ver publicada la obra no fue fácil. «Realicé mi tesis doctoral recogiendo los usos que los habitantes de Palacios habían dado a las plantas desde tiempos inmemoriales -relata Rita García-, el trabajo de campo se extendió desde el año 2000 al 2007 y durante ese tiempo me sorprendió la gran cantidad de información que iba apareciendo sobre costumbres y modos de vida, y poco a poco la fui incorporando».

Una vez defendida su tesis, la autora, residente en Madrid aunque con sólidos lazos y fuertes raíces en esta comarca, quiso dar a conocer públicamente este trabajo. «Llamé a numerosas puertas hasta contactar con Víctor del Reguero, del Club Cultural Xeitu, quien se mostró interesado desde el principio por el trabajo y apostó por su publicación», añade.

De entre las tradiciones y modos de vida de este antiguo concechu que Rita García Jiménez destacaría por su singularidad o su rareza, la autora comenta que, «como costumbres singulares resaltaría la enorme capacidad de autosubsistencia de estas gentes, hay que tener en cuenta que hasta hace 50 años no existían apenas comercios ni tiendas, y el ganado, la agricultura y la montaña proporcionaban todos los recursos necesarios».

Además, de entre los recuerdos que más le 'presta' rememorar a esta estudiosa están «el sonido de las chuecas de las vacas cuando las llevaban a pastar al monte por la tarde, y cuando regresaban por la mañana». Pero también «el tañir de las campanas cuando tocaban a concejo, el sonido del acordeón en los bailes del Salón, el olor de los libros viejos en las casas, el olor a fisuelos recién hechos, el crujir de las maderas en los antiguos corredores, el ulular de las coruxas (cárabos) por las noches...». Aun teniendo en cuenta el hecho de que algunas costumbres han desaparecido y que otras se han transformado, García Jiménez asegura que, en lo que respecta al futuro de la cultura tradicional y de la propia vida en el Alto Sil, lo siguiente: «Tenemos un espacio natural único en cuanto a flora, fauna y paisaje. El Alto Sil fue declarado ZEPA (zona de especial protección para las aves) en el año 2000, también goza de la categoría de protección LIC (lugar de interés comunitario), contamos con los últimos reductos viables de población para oso pardo y urogallo, la extensión de glaciares rocosos mejor conservada de toda la Cordillera Cantábrica...» pero a la vez mantiene que «no estamos aprovechando todo el potencial de recursos naturales de la zona, en mi opinión el futuro pasa por la inclusión en algún espacio natural protegido, el fomento del turismo sostenible y la conservación de las tradiciones. También es importante que los jóvenes no tengan que emigrar a otros lugares, sino que tengan alternativas reales para poder permanecer en los pueblos».

En cuanto a la propia estructura del libro, esta bióloga explica que su obra «está organizado en cinco grandes capítulos: la comarca, el ciclo agrícola anual, los aperos de labranza y las construcciones tradicionales, la vivienda y la vida cotidiana». Por tanto, Del ralbar al filandón «hace un recorrido por las labores agrícolas a lo largo de las diferentes estaciones del año, comenzando por las aradas, la siembra, la recogida de la hierba y la maja. Explica también los nombres que reciben las diferentes partes del carro y del arado, cómo funcionaban los molinos harineros o para qué servían las brañas». Además, habla de otras tradiciones que ya se han perdido, «como la obtención de fibra para tejer a partir del lino», dice, y de otras que continúan conservadas y con mucho arraigo popular, como el sanmartino o matanza del gocho.

La obra «recoge también cuáles eran los platos típicos de estos valles, cómo se hacían los cestos o las madreñas, cuáles eran las normas de convivencia, cómo se repartían los turnos de la vecera para regar o para ir con las cabras y ovejas, o qué se hacían durante los filandones en el invierno».

A Rita García le llamaban mucho la atención los nombres populares de las plantas, la gran cantidad de refranes que aluden a algunas de sus propiedades medicinales, «y por supuesto el sonido x del patsuezu que está presente en vocablos como xurbia , xardón o xistra ». A su modo de ver, «el patsuezu está en desventaja franca respecto del castellano, aunque es un buen síntoma que sigan apareciendo escritores jóvenes que se expresan en el dialecto. De todas formas, creo que haría falta más apoyo de la Administración para fomentar su estudio y conservación».

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