Diario de León

josé luis y silvestre

Los ases de la merienda

Llevan medio siglo tras la barra del Alaska, sinónimo leonés de tardes interminables, y siempre juntos. «¡hay matrimonios que no llegan a tanto!», recuerdan

jesús f. salvadores

jesús f. salvadores

Publicado por
Emilio Gancedo
León

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El sitio tiene nombre de frío Estado norteamericano pero pocas cafeterías habrá donde el respetable haya calentado mejor la bandorga y el ánima que en el Alaska. Sinónimo de muy reconstituyentes meriendas remojadas en café y chocolate, la concurrencia se pasa las tardes rejoneando hermosas tortitas con sus encajes de nata y caramelo, y la mayoría sale de allí luciendo sonrisa de haber hecho faena gloriosa: qué diantre, a uno siempre le da la impresión de que del Alaska deberían sacarlo a hombros.

A las máquinas de la nave están José Luis Fernández y Silvestre Rodríguez, dúo singular de camareros impolutos, siempre ataviados con sus americanas y casacas de un blanco nata, que acogen al público con sonrisas, recomendaciones y fino humor: un tacto depurado a lo largo de más de medio siglo de profesión los han mimetizado de tal modo con el ambiente que parecen surgir de las mismas columnas y espejos, bandeja en mano, como por arte de magia, a una orden mental del cliente. Pareja de ases, dúo de agentes con la misión especialísima de guardar el secreto de la tortita alaskeña, José y Silvestre son unos compadres de película del inspector Clouseau que con sus maneras entrañables parecen los padrinos de media ciudad.

«Aquí hemos visto pasar a tres generaciones como mínimo», evoca José Luis mientras asiente Silvestre. «Los niños a los que dábamos de merendar tienen ahora hijos, y los siguen trayendo». «Anda que la guerra que dábais en aquel lado...», les reconviene éste a los hoy adultos. Lugar de costumbres fijas y fiel clientela, el Alaska original —que abrió sus puertas en 1956 y llegó a dar trabajo en sus dos pisos a 22 camareros— estaba ubicado en la calle Gil y Carrasco: allí arribaron para barrer y fregar, con una quincena escasa de años, primero Silvestre en 1963, procedente de Fresno del Camino, y un año después José Luis, desde La Vega de Boñar.

Y ya no se marcharían nunca del Alaska. Siempre juntos, aprendieron el oficio con el dueño, el buen Federico («un padre para nosotros, enseñó a media hostelería de León») y cuando aquel local cerró, estos se hicieron con él y fundaron, en 1990, un nuevo Alaska en la avenida de Roma. «No se me olvidan los sabañones de fregar con agua fría, o cuando estaba empezando con la nata, que de aquella se ponía a mano con una manga, un día se rompió una costura y salió disparada contra los escotes de dos señoronas», ríe Silvestre.

Un par de militares conchabados que hacían como que no se conocían —uno cogía las vueltas del otro y marchaba, y éste protestaba y pedía las suyas, luego les pillaron celebrando el pillaje—, un borracho que entró pidiendo «Larios con Beefeater» o quienes hacen fotos a las tostadas y las cuelgan en facebook son flecos de la conversación mantenida con esta pareja mítica a quienes llegará, en un par de años, un merecidísimo jubileo. Eso sí, el celoso José Luis aún se está pensando si darle al que venga detrás la receta de las tortitas o arrear para La Vega de Boñar con ella.

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