Diario de León
Publicado por
CHARO ZARZALEJOS
León

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Ada Colau no es nueva en estas lides. Tiene ya acumulada una amplia experiencia en su lucha antisistema, pero es ahora, en su condición de portavoz de la Plataforma Afectados por la Hipoteca (PAH), cuando ha logrado encontrar un sitio que le ha hecho popular entre los propios afectados y, desde luego, entre el público en general. En realidad Ada Colau se ha convertido en ese personaje que en tiempos de crisis y por un motivo u otro, surgen en las sociedades democráticas y que logran canalizar desafectos, injusticias y desmanes de otros.

Y está bien. Está bien que en medio de lo «establecido» haya quienes recuerden que no todo es como debe ser y que más allá o más acá de los parámetros convencionales hay vida, ideas, alternativas y problemas. Es bueno, creo yo, que con crisis o sin ella, existan voces críticas e inconformistas.

Ada Colau, en el momento actual, ha sabido tocar una tecla que duele como es la de los desahucios. Hay que decir que los desahucios han existido siempre y que ahora muchos de los que se producen no se refieren a la primera y única vivienda y que, afortunadamente, es ahora cuando se trata de poner orden en esos desahucios injustos.

No cabe duda que Ada Colau y su capacidad movilizadora, que la tiene, ha ayudado a ello y así podría seguir ocurriendo si el personaje no desbordara a la persona. Y creo que eso es lo que ha comenzado a ocurrir, que Ada Colau está desapareciendo para dejar paso a un movimiento con mañas y gestos fascistoides. Aporrear la puerta de un domicilio es un acto bárbaro y, por tanto, condenable.

Haría, hace mal Ada Colau en no poner orden y resulta imperdonable que quienes predican para otros comportamientos éticos no se apliquen el cuento. La ética política y ciudadana no ampara la coacción para que los diputados voten en un sentido o en otro y además el esfuerzo va a resultar inútil. Y Muchos, en nuestra ingenuidad, nos hemos visto defraudados por Ada Colau que consintiendo su propio desbordamiento se ha convertido en un personaje vulgar y, ya se sabe, que la vulgaridad es la antesala del ridículo.

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