Diario de León

REALEZA

La extraña unión de Mónaco

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Ricardo Albillos
León

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Treinta príncipes y princesas de las casas reinantes del mundo asistieron a finales del pasado abril a las ceremonias de abdicación de la reina Beatriz de Holanda y de investidura como reyes de su hijo primogénito, Guillermo-Alejandro, y su esposa, Máxima Zorreguieta.

Allí viajó el príncipe reinante Alberto II de Mónaco, pero su esposa Charlene no acudió a Ámsterdam. Al ser conocida su ausencia, todas las alarmas de quienes se ocupan de los asuntos del corazón de la realeza saltaron con estridencia. Ella se justificó diciendo que se encontraba en la boda de su mejor amiga en Durban.

Además, la sudafricana, de 35 años, durante su estancia en su país de origen, concedió una entrevista al periódico The Sunday Times . En la misma, hablaba del trabajo hecho por su fundación, de sus planes para convertirse en madre y se refería al príncipe Alberto como «el amor de mi vida». «No me someto a presión. Si ocurre, ocurre», precisó. «Tuvimos una gran boda. Después de eso hubo un periodo de adaptación. Quería que mi fundación estuviera en marcha... Ahora creo que los hijos llegarán», añadió.

El caso es que, en público, las relaciones de Charlene y Alberto se pueden considerar sólo como correctas. Son representantes del Principado y cumplen con su papel institucional con profesionalidad. Otra cosa diferente es en el terreno personal.

Va a hacer dos años que se casaron, en julio del 2011, y poco antes de su boda el príncipe Alberto y su entonces todavía prometida, Charlene Wittstock, afirmaban que querían tener un hijo pronto, según relataban en una entrevista a la publicación francesa Le Journal du Dimanche . «Me encantan los niños y tener una familia está entre nuestros proyectos. Esperamos tener un hijo pronto». Además, el príncipe indicaba, en la misma entrevista, que los dos tenían ganas de casarse, aunque no sentía «ningún estrés particular».

Lo cierto es que ya se les han adelantado en Mónaco a la hora de tener niños: el pasado marzo, su sobrino y primogénito de la princesa Carolina, Andrea Casiraghi, y su prometida, Tatiana Santo Domingo, tuvieron su primer retoño, tercero en la línea de sucesión hasta que no tengan descendencia el actual soberano, Alberto II, y su mujer Charlene.

Si los príncipes de Mónaco llegaran a tener un hijo, sería el heredero del Principado, ya que no tienen derechos sucesorios los dos hijos que Alberto tuvo antes de su matrimonio.

La Boda

No obstante, los preparativos de su boda, y su extraña luna de miel ya estuvieron teñidos de controversia. A tres días de su enlace, el sitio Internet del semanario francés L’Express publicó que Charlene Wittstock había ido hasta el aeropuerto de Niza y tratado de tomar un avión para su país, Sudáfrica, después de descubrir nuevos asuntos oscuros de la vida de Alberto.

Los chismes sobre la pareja continuaron después de su boda y, por ejemplo, los medios de comunicación se hicieron eco de que durante su viaje a Sudáfrica los príncipes dormían en hoteles diferentes, algo que el Palacio de Mónaco justificó desde el principio por las obligaciones de Alberto como miembro del Comité Olímpico Internacional. Por otro lado, las veces que la pareja aparece en público son cada vez menos. En Mónaco, prácticamente sólo han acudido juntos al Baile de la Rosa y al torneo de tenis. A ella se la puede ver por París de compras; él bailó samba en el carnaval de Río de Janeiro y practica sus deportes favoritos con sus amigos. El tiempo dirá si los rumores sobre sus desavenencias son infundados.

Lo cierto es que, por el momento, su unión se halla bajo sospecha, y su matrimonio ya se puede calificar de extraño. O casi mejor, peculiar, como de conveniencia.

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