Diario de León

josé fuertes alonso

TREINTA AÑOS DE iMAGINARIA

bajo la cabeza de un capitán de intendencia que subastaron al morir franco conviven en esa sorprendente garita que es la casa del soldado muñecas legionarias, uniformes soviéticos, un gran tintineo de medallas y hasta el banderín de la cabra

secundino pérez

secundino pérez

Publicado por
emilio gancedo
León

Creado:

Actualizado:

Hay establecimientos custodiados por cabezas disecadas de toros de lidia, o de castrones de prieta cecina, o de jabalíes montiscos con su colmillo retorcido, pero la Casa del Soldado —esa curiosa tienda que José Fuertes regenta en la leonesísima plaza de San Martín—, cuenta, de forma muy oportuna, con la testa de todo un capitán general que vigila desde arriba con su mirada de cartón piedra bien fija al frente, el gesto marcial, el pecho pintado de condecoraciones.

—Hay gente que piensa que es Primo de Rivera.

Nada que ver. Se trata de Diego Mayoral Massot, «el único capitán del Cuerpo de Intendencia que recibió la laureada de San Fernando», aclara Fuertes, persona muy conocedora de la mitología cuartelaria, y cuenta también que la cabeza de Massot vivía con todos los lujos en el Palacio de Oriente —Franco le debía de tener aprecio—, «y cuando tuvieron que preparar aquello para que entrara el rey subastaron muchas cosas de las que había allí, y un coronel le consiguió a mi padre el busto este», relata José, y con la testuz vino también un banderín que llevó la cabra de la Legión en el día de la Victoria y algún otro achiperre castrense.

José Fuertes es de nacencia maragata, vio la luz en el jacobeo Rabanal del Camino en 1963, esto es, que pertenece, y orgulloso, a la última o penúltima generación de los nacidos en el pueblo («en casa, en la cocina de curar la matanza»), pero al año de vida se vino a la capital toda la familia porque el padre entró en la agencia de transportes Rey Soler aunque antes bregó de minero en Tremor y Torre, y siempre ha sido mañoso en el manejo de la madera y el cuero como bien le enseñara el abuelo. Y también trabajó en Alemania en la celebérrima casa Solingen, y la madre de José no dio a luz allá de milagro, que se negó al viaje y prefirió un escañín muy guapo y amañoso que tenían.

El padre de José empezó luego a ayudar al señor Edelmiro Borrajo, quien ya en 1969 había puesto tienda de efectos militares «encima de los urinarios de la plaza Mayor, al lado de la cestería de la señora Tina», también con cosa de arreos ecuestres, y le servía de chófer y juntos andaban por los mercados con sus guarnicionerías; en especial por aquellas ferias bercianas de mucho trasiego y paisanaje necesitado de aparejos para las caballerías con que se araban las viñas. «Primero fue socio y luego ya se quedó con el negocio», aclara. En 1980 cambió sus reales para San Martín, el meollo del León tabernario, la plaza de armas del Barrio Húmedo, y José tomó el relevo de este negocio conocido por todos los fieles de lo bélico, lo banderiego y lo uniformil. Hoy es prácticamente la única tienda de estas características existente en el Norte, y da la bienvenida al visitante una nube de medallas, todas auténticas, sacando alguna copia de la Cruz de Hierro; insignias y chapas de cursos y agrupaciones; ropa militar; complementos para los cuerpos de seguridad públicos y privados y un sinfín de coloristas avíos que incluyen muñecas legionarias y marineras, campanas, jaeces, sillas de montar, dos cascos auténticos, uno de la Civil española y otro, checo, de la II Mundial, un impresionante gabán de la armada soviética («se lo cambié en Gijón a un marino ruso por un chaquetón del ejército español, de aquellos que se usaban en los años setenta») y una vieja guerrera de paseo con medalla colectiva al batallón y la muesca preceptiva por haber recibido herida de guerra.

Aunque los aperos ecuestres han quedado relegados a cuatro amantes de los caballos, continúa la peregrinación de adeptos a la Casa del Soldado llegados de todo ámbito y lugar —incluyendo esos no pocos listillos que piden réplicas de placas policiales—, y como a partir de los ochenta el Húmedo se inundó de chigres desplazando a aquel comercio de útil y cercano mostrador, sólo era cuestión de tiempo que un día entrara a donde el paciente José un borrachín, quedara en inmóvil tambaleo ante la quincallería rojigualda y susurrara:

—Vino... aquí como que no tienes, ¿no?

tracking