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Una noticia lleva los últimos días poniéndole pimienta a los informativos y caldeando las redes sociales: el bueno de Orlando Bloom dándole un guantazo a Justin Bieber en un restaurante de Ibiza. Los motivos son un poco indiferentes. Creo que tenía que ver con insultos a antiguas parejas. El caso es que Orlando le sobó el morro a Justin, que se fue del restaurante con el rabo entre las piernas, amenazando con demandas, etc. Lo habitual en alguien que cree que el mundo es suyo y se encuentra de bruces con la realidad, en forma de mano abierta en toda la cara.

Aquí es cuando debe comenzar mi acto de contrición. Porque, querido lector, la violencia es algo execrable, siempre. Todo conflicto puede, y debe, resolverse hablando. Dicho esto, y teniendo en cuenta que sólo ha sido una bofetada... ¿Hay alguien que no se alegre de que al chaval le hayan calentado los carrillos? Yo, desde luego, soy culpable. Lo admito.

Seamos sinceros, Justin Bieber tiene una hostia enorme. Monumental. Ha ido acumulando todas las que no le han dado sus padres en veinte años, guardándolas cual político comisiones en un banco suizo. Conduciendo borracho y estampando su Ferrari. Sonriendo en la foto de su arresto.

Afirmando que «no puede dejar de ser adorable». Insultando a camareras y personal de servicio de hostelería en repetidas ocasiones. Sacándose la chorrilla para mear en un cubo a la vista de todos los clientes de un restaurante, mientras mandaba «a tomar por culo» a una foto del ex presidente norteamericano Bill Clinton. Largándose de los sitios sin pagar. Atacando a los fotógrafos que le esperan a pie de calle. Pidiendo a sus guardaespaldas que le lleven a hombros a lo alto de la Gran Muralla China.

Llegando dos horas tarde a sus conciertos, haciendo que la mitad de la audiencia se tuviese que ir porque se habían pasado la hora de irse a la cama. Comprándose un mono capuchino y llevándoselo de gira, algo ilegal en muchos países y una clara violación de los derechos humanos. Diciendo que el aborto está mal incluso en casos de violación... «porque oye, todo pasa por una razón». Fumando marihuana, cuando eres el ídolo de millones de adolescentes. Diciendo que Anna Frank sería una fan suya, si viviese hoy en día, en la propia casa de la víctima del Holocausto, poniendo uno de los mayores símbolos de la verdad, la justicia y la inocencia, por debajo de su propio y descomunal ego.

Y cantando lo que canta. No perdamos eso de vista, por favor. El caso es que hace un par de días llega Orlando Bloom, pirata del Caribe y elfo, y le suelta un soplamocos, y el mundo entero sonríe. Los motivos -y el acto en sí- serán equivocados, pero... Qué sensación de paz queda tras leer la noticia. Qué tranquilidad, qué sosiego, qué calma.