Campeones, oé
Cada mañana suelo echar un ojo a las páginas de descargas, pues es un buen método para testar lo que ocurre en mercados alternativos y los intereses del público. Hace unos días me encontré el nuevo libro de Ken Follett, El umbral de la eternidad . No sería nada extraño encontrar un gran bestseller de un autor consagrado en una de estas páginas, si no fuese por una circunstancia extraordinaria: quedan aún más de dos semanas para el lanzamiento mundial de la novela. Atención, no digo en España, no. Digo mundial. Los ingleses y norteamericanos, el idioma en el que escribe el celebérrimo autor galés, tendrán oportunidad de leerlo el mismo día que los aficionados hispanoparlantes.
Este inusual movimiento editorial, retrasar el lanzamiento en lengua inglesa hasta qué coincida con el castellano, se debe a la legión de fieles que Follett tiene en nuestro país desde Los pilares de la tierra , una novela que sigue encabezando las listas de libros favoritos de muchos lectores. El esfuerzo que la editorial ha realizado se ve premiado por la traición más abyecta. Algún empleado ha filtrado el archivo de maquetación (cuyo nombre y extensión es claramente visible), y este ha sido replicado enseguida por las redes, consiguiendo miles de descargas en pocos días que no le hacen ningún bien ni al autor ni a la industria.
En muchas ocasiones me he manifestado en contra de que se persiga a los usuarios por compartir archivos, pensando —quizás ingenuamente— que última instancia el sentido común de la gente prevalecería. No comprendo cómo el empleado ha filtrado ese archivo, ni desde luego entiendo qué demonios hay en la cabeza de quien sube el libro a las redes sociales.
La industria del libro es especialmente frágil, mucho más que la del cine y la de la música. No hay negocios subsidiarios que la apoyen, ni conciertos ni televisiones. Y no me vengan con que los escritores pueden dar conferencias, que las pocas que se pagan hoy en día lo hacen a precio de risa. A mí, dar cada conferencia pagada me suele costar unos 200 euros entre desplazamientos y comidas.
No hay ningún argumento que avale el que un libro se piratee semanas antes de su lanzamiento. Ninguno. La única metáfora que se acerque a describir esta atrocidad es que alguien quemase un bosque para calentarse un poco. Pasado el incendio, solo queda el yermo.
De la misma forma, si atacamos antes de que se produzca el lanzamiento a la editorial, estamos dañando gravemente su cuenta de resultados y poniendo en peligro su existencia. Y esto, perdónenme, solo puede hacerse por joder. Seis meses después del lanzamiento, puede ser compartir. Dos semanas antes, es una inconsciencia tan cuñadil y española como el comentario que aparecía en la página: «Lo tenemos antes que nadie». Campeones, oé.