Diario de León

CON MOVILIDAD REDUCIDA (16) Un viaje nostálgico por la literatura y la música de Estados Unidos

ritmo de vida amish

Bus Amish.

Bus Amish.

Publicado por
J. A. GONZÁLEZ (JOHNNY)
León

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LANCASTER

Dejamos la ciudad de las ciudades, New York, y nos adentramos en las praderas y bosques de Pennsylvania, un estado que parece ajardinado. Los amplios graneros rojos o blancos y los altos silos sustituyen a los rascacielos de acero y cristal.

Pennsylvania fue fundada por Williams Penn, un cuáquero europeo. Como medida previa, estableció libertad de culto, lo que indujo a asentarse aquí a grupos suizos, perseguidos por los calvinistas.

Una comunidad Amish permanece al este de Lancaster, en los campos a ambos lados de la Rte. 30, que une Filadelfia con Pittsburgh, y hacia allí nos encaminamos. Es el Dutch Country. Pensábamos llegar hasta cerca de Pittsburg para ver la Casa de la Cascada, diseñada por Frank Lloyd Wright, pero resultaban demasiados kilómetros en pocos días. Nos detenemos en Lancaster para observar la vida de los menomitas.

Circulan en sus calesas similares a tartanas y visten de negro ellos, y de falda larga azul con gorro blanco, ellas. Es como ver de nuevo La casa de la Pradera, serie de televisión de los 70. Trabajan los campos, a veces con maquinaria moderna, pero la tracción es siempre animal. He visto a un granjero cerniendo una finca con un moderno rotobator, pero arrastrado por una pareja de mulas.

Por la carretera nos cruzamos de vez en cuando con mujeres Amish en una especie de patín-bicicleta; un pie en la parte plana que sustituye a los pedales y empujándose con el otro pie. Y uno se pregunta en qué momento estas gentes decidieron que si no colocaban un sillín entre las piernas y no pedaleaban, moverse en este artefacto no era pecado.

Aquí, en Caunty Duch, hemos localizado una oficina del banco Santander. Las venimos viendo durante todo el viaje y uno se alegra de que un paisano del terruño haya triunfado en América del Norte. Por estos pagos parece que el banco no te mira desde la altura del poder hipotecario, tal como lo hace en España.

Tomamos unos helado Amish y hacemos una visita a una tienda de artesanía que muestra unos hermosos trabajos en madera.

GETTYSBURG

El segundo día lo dedicamos a Gettysburg. Es una ciudad pequeña, limpia y rodeada de verdes praderas. Dedicada de lleno al turismo, recrea la famosa batalla en los meses de junio y julio y, las tiendas de recuerdos y regalos proliferan por el centro.

La Batalla de Gettysburg supuso, en la Guerra Civil, un punto de inflexión a favor de la Unión, y la más sangrienta, con más de 50.000 bajas entre muertos y heridos.

La Guerra de Secesión había estallado en 1861, cuando el Sur esclavista y rural, cuatro millones de negros, se intenta separa de la Unión y del Norte industrial, con una población que duplicaba a la de los estados de la Confederación. Tampoco se puede olvidar que los esclavos eran un activo financiero muy superior a todos los ferrocarriles e industrias del Norte.

La guerra no había ido mal para la Confederación, a pesar de que era superada en efectivos y suministros. El General Robert Lee al frente de un poderoso ejército se dirige al Norte con la idea de destruir el ejército de Potomac. El encuentro se produce en Gettysburg el 1 de julio de 1863, que fue tomado por asalto, lo que obliga a las tropas de la Unión a retirarse y parapetarse en las crestas y las colinas al sur de la ciudad. Con los prisioneros se llegó a un pacto de caballeros, comprometiéndose estos a no volver a luchar hasta que no hubiera un intercambio de rehenes.

El General Meade, comandante del ejército de Potomac, adoptó una posición defensiva situando a sus fuerzas en las alturas geográficas y formando una suerte de anzuelo, de modo que pudieran apoyarse entre ellos en caso de necesidad. El punto flaco era el General Sickles, incrustado con sus hombres en el lado largo del anzuelo, más conocido por su poder y por su dinero que como estratega militar. En el ámbito judicial era conocido por ser el primero de la Historia en alegar la eximente de locura transitoria, tras matar a tiros al amante de su mujer. En la Batalla perdió una pierna, lo que supuso, al decir de los soldados, un golpe de suerte para el ejército de la Unión.

Robert Lee se pasó todo el día 2 de julio atacando las posiciones de la Unión, pero sin la caballería que mandaba el General J.E.B. Stuart. Este sin órdenes del alto mando, salió de racia contra los sumisnistros de la Unión, lo que obligó al resto de las fuerzas a atacar sin las informaciones previas y rápidas de la caballería, que era su cometido principal.

El tercer día de batalla se preparó con un bombardeo de 150 cañones que duró varias horas. Los cañones de la Unión se detuvieron antes e hicieron creer a Lee que habían sido destruídos, así lanzó al ataque la División de Reserva de Pickett, 12.000 mil hombres más la Brigada de Caballería de Stuart, que ya había regresado.

A las tres de la tarde se inició la carga de Pickett. Mil doscientos metros habrían de recorrer hasta que fueron recibidos, primero por los obuses del cañón de reglamento, cuyas estrías aumentaban el alcance de los proyectiles; a cuatrocientos metros, el cañón napoleónico liso, que era de lo más fiable; después, a ciento sesenta metros, los cartuchos de cañón, especie de caja redonda llena de postas, que podía segar una fila completa de combatientes. Aunque hubo combates cuerpo a cuerpo, el Ejército Confederado tuvo que retirarse dejando tantos soldados muertos que nunca pudo reponerlos.

Faulkner, el Maestro, lo cuenta así: «Para cualquier chico del sur que tenga catorce años, sigue y seguirá existiendo a su albedrío ese momento en que todavía no han dado las dos de la tarde de julio de 1863, en que las brigadas se encuentran ya en posición tras la valla del ferrocarril; los cañones listos para comenzar el fuego, disimulados en la espesura; las banderas, prestas a enarbolarse para el asalto; y el propio Pickett, con el sombrero en una mano y probablemente, la espada en la otra, tiene la vista fija en la colina, esperando a que Longsteet dé la orden de ataque, el ataque en que todo se va a jugar. Y todo eso todavía no ha ocurrido…».

Recorrimos el campo de batalla con los cañone agrupados en las pequeñas colinas cercanas a Gettysburg, el cementerio de los caídos y, en fin, todo dispuesto para la recreación de la Batalla.

En el museo se documentan los movimientos de las tropas y las armas utilizadas. Informa que en esta guerra se utilizó por primera vez la bala Minie, de plomo, estriada, con una capacidad de penetración mucho más alta y causa de la gran mortalidad. También los fusiles Springfield y Enfield, que compraban en Inglaterra.

En Gettysburg hay estatuas de Lincoln y se señalan los puntos más importantes de su corta estancia en el pueblo, casi arrasado. Recogen el famoso discurso de Gettysburg. Esta batalla y este discurso resonarán a través de los tiempos.

«Estamos decididos a que estos muertos no hayan sido en vano. A que esta nación, con la ayuda de Dios, alumbre una nueva libertad para que el Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra»…

Thomas Wolfe, el escritor, escribió a su madre desde aquí: «En verano, en otoño y supongo que también en primavera, es un lugar muy bello y que precisamente fue realizado así por Dios o el Diablo para que fuese campo de batalla».

Comemos unas hamburguesas denominadas con los nombres de los héroes de la batalla y adornadas con una u otra bandera. Yo me tomé la del General rebelde Robert Lee, por aquello del romanticismo de los perdedores.

WASHINGTON

Para visitar Washington nos alojamos al otro lado del Potomac, en la pequeña ciudad de Arlington.

Antes de llegar, no lejos del Pentágono, buscamos el Nacional Air B. Space Museum, que recoge los fondos de Smithions Fundation sobre cualquier artefacto que vuele.

John Smithions era un ingés que nunca estuvo aquí, pero que creó un fondo allá por el año 1845, de tres millones y medio de libras, para invertir en el desarrollo cultural del país. En Washington se ubican las Galerías de Arte y el Museo del Espacio, que hubo que sacarlo de la ciudad por acupar una extensa superficie.

En el interior de la gran nave se exponen, desde el avión de los hermanos Wright, que es como decir los orígenes, hasta los aparatos más modernos indetectables por los radares. Entre medias podemos visitar la cápsula espacial Apolo X, los cazas y bombarderos de las diferentes épocas, todos lo misiles de todos los países, así como cohetes espaciales y la nave Discovery, utilizada en el montaje de las Estaciones Espaciales. De todos modos, uno de los aviones más fotografiados es el Enola Gay, el B-29 del Comandante Paul Tibbet, que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima.

Charly, que es un enamorado de la aviación, anda por aquí al borde del orgasmo.

Entramos en Washington a la par que la selección española de fútbol, que al día siguiente jugaba allí contra el Salvador, previo al Mundial. Cuando llegamos al hotel donde se alojaban, entraban ellos, después de su entrenamiento. Esperamos en la cafetería pensando que en un momento u otro bajarían a tomar algo, pero no tuvimos suerte. Sin embargo, coincidimos con dos chicas catalanas que trabajaban en la ciudad y tenían una cita con Xavi Hernández. Al salir nos encontramos con Gonzalo Miró, al que estuvimos saludando y muy amablemente nos ofreció entradas para el partido, de las que suponía le darían a él, pero como ambos desconocíamos si serían localidades accesibles a minusválidos, dejamos la idea en suspense.

Dedicamos el primer día a visitar el Mall, empezando al norte con la Biblioteca del Congreso. La mandó construir el presidente Adams (segundo presidente de EEUU) para recopilar todo el saber conocido, pretendiendo que la Nueva Nación adquiriese la pátina cultural que exigía un estado moderno de corte europeo. Es un precioso edificio de estilo Renacimiento Italiano, con un hall espectacular. Además de las salas de lectura hay que destacar el apartado dedicado a la música del folklore estadounidense, que en su día grabaron los Lomax en las cárceles y las plantaciones del Sur. Nosotros cerrábamos un primer círculo que había empezado un mes antes en el Delta del Mississippi. Cuando ya nos disponíamos a salir, saltaron alarmas y sirenas y guardias y policías nos urgían a despejar el edificio y alejarnos de allí lo máximo posible. Pensábamos en un simulacro de bomba o incendio, pero los rostros desencajados de los policías no apoyaban en esceso nuestra teoría. Preguntamos a una pareja española si eran habituales en Washington estas «movidas» y nos dijeron que nunca, que algo grave pasaba.

Fuimos a comer y nos enteramos de que un avión privado había invadido el espacio aéreo restringido, lo que hizo saltar las alarmas y puesto en marcha el protocolo de seguridad: dos cazas salieron tras el avión, cuyos ocupantes debieron llevar más susto que nosotros.

Siguiendo hacia el sur, El Capitolio con su hermosa Rotonda, el Obelisco-Homenaje al presidente Washington y el Lincoln Memorial. Entre ambos el Memorial de la II Guerra Mundial, que se refleja en el alargado estanque Rainbow Pool. En el otro extremo del estanque denominado Reflecting Pool se pueden visitar, uno a cada lado, el Memorial de la Guerra de Corea y el de la Guerra de Vietnam.

Washington es una ciudad construida en cuadrícula, con calles amplias y alturas limitadas. Los jardines y zonas verdes recaman la orilla del río Potomac y los espacios entre los monumentos. Es una ciudad limpia y hermosa que concentra toda la simbología americana.

También es una ciudad de contrastes. Dicen que la mitad de la población tiene título universitario, sin embargo, un tercio es analfabeto. Además, el aristocratismo con pretensiones se manifiesta en Georgetown, la ciudad limítrofe. Nosotros no la visitamos, como si evitarla pudiera borar la ignominia de compartir nacionalidad con Aznar, después de que dijera en una de sus clases magistrales en las aulas de la Universidad aquello de:»Pues a mí los moros no me han pedido disculpas por invadir España en el s. VII…» ¡Por favor, qué asco!

Cenamos con Adriana, una amiga astorgana, profesora de matemáticas en la universidad de Denver, que con una compañera habían ido a dar un garbeo por la Capital Federal. Intentamos hacernos sitio en un restaurante español llamado Jaleo, pero la cola nos desanimó. Las profes se comprometieron a investigar, no fuera a ser que un restaurante español diera más dinero que las matemáticas.

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