Diario de León

luis quiñones socarrás

el más alto contrabajo

hijo del famoso compositor josé dolores (‘Camarera’, ‘vaivén’), este habanero grande en talento y altura tocó delante del che y de fidel y desde 1998 es un leonés más, cuando lo reclutaron los café quijano

bruno moreno

bruno moreno

Publicado por
emilio gancedo
León

Creado:

Actualizado:

Tiene Luis hechuras de instrumento grande, y en la voz profundos armónicos, y hasta un peculiar retumbo caribeño en los andares oscilantes. Todo él suena a son. Y cuando mueve las manos en arpegio de tertulia, parece estar siempre rasgando al contrabajo, su artilugio fetiche —pocos músicos habrá tan identificados con su instrumento, al extremo de que resulta difícil determinar dónde empieza uno y dónde acaba el otro— puntos, tangos y guajiras.

Luisito lo llaman, paradójico el diminutivo —la picardía cubana se amulata con la retranca cazurra—, pero como Luis Quiñones Socarrás nació, calle 70 de La Habana, año de 1947, hijo del grandísimo compositor José Dolores Quiñones (Camarera de mi amor , Vaivén arrullador , Los aretes de la luna ), dos veces ganador del Festival Internacional de Miami y a quien estuvo treinta años sin ver porque salió y luego no podía entrar en la isla: después de todo ese tiempo se reencontraron en Montecarlo y el padre le confesó que con cada éxito y cada premio, sus pensamientos se iban derechos a él. Y el gigante se agita y le tiemblan los ojos. Eso sí, también le informó de que tenía doce nuevos hermanos repartidos por el mundo. Uno de ellos noruego.

El resto de sangres bajaban asimismo bailando. Su madre, pianista, era una de esas poquísimas personas premiadas en el mundo con oído absoluto («o sea, que identificaba los dieciséis armónicos de una nota», ilustra), su abuela, cantante, y su tía, una de las primeras bateristas de Cuba, componente del renombrado conjunto Anacaona. Luis tuvo una infancia feliz («Cuba era un país que se reía»), en convivencia de estudios y juegos musicales en plena calle, con todos los chavales tocando cubos y cajas de turrón valenciano en plan cajón flamenco. Tras el triunfo de la revolución ayudó a alfabetizar campesinos en Oriente, y el conservatorio lo graduó en el año 1985. Luisito escuchaba de crío el rock temprano de los Teenagers y de Bill Haley, y empezó a tocar a la sombra de un sinnúmero de formaciones. En Varadero actuó varias veces delante del Che y de Fidel Castro (curioso, «nunca juntos»), para el primero sólo tiene elogios («era amable, inteligente, le gustaba la música y siempre se acercaba para preguntar a los músicos qué tal estábamos. Le solíamos tocar tangos»).

Charanga Habanera, Los Armónicos, Ritmática 7, Afrocuba, Melodía Azul, Sonorama... son algunas de las agrupaciones en las que el contrabajo de Luisito empezó a cruzar la frontera que separa la efectividad del virtuosismo, y a salir a tocar por medio mundo: Alemania, Checoslovaquia, Austria, Niza y París en Francia, Mónaco, Canadá, España con motivo de las Olimpiadas de Barcelona, y México, donde en 1994 conoció a una enfermera bregada en los vaivenes de las familias numerosas —28 hermanos de la misma madre, ¡28!—, Manuela Rodríguez Veláquez, de la que se hizo inseparable y con la que casó ya entrada la década de los dos mil. Se codeó con Stevie Wonder y Paquito D’Rivera, del que fue compañero de clase en el conservatorio, y amigo de la infancia; el domicilio de los Quiñones aparece referenciado en las memorias del genial saxofonista («la casa de la calle 70»). También empezó a amasar, poco, a poco, su lista de grabaciones, a día de hoy unas treinta —alguna tan singular como la que produjo junto al médico y concertista de guitarra clásica Lakmal Peiris, natural de Sri Lanka pero afincado en Málaga—, aunque con algunas mantiene ciertos pleitos (debe ser cosa de familia, «a mi padre le robaron muchas canciones», denuncia).

Llamada providencial

En 1998 recibió la llamada de una gente de la que nunca antes había oído hablar, aunque Manuel, Óscar y Raúl sí sabían de su existencia. Lo querían reclutar para un proyecto tan apasionante como animoso, y Luisito desconfió. «La verdad, pensé que era una obra», confiesa el afable jabao (ni mulato ni negro ni blanco), pero luego vio que la cosa iba en serio. «La única forma de ir yo es que me vengan a buscar», solicitó, y de esa forma salió de un Trópico al que no ha regresado (ni quiere, a pesar de quedar allí sus tres hijos). De León lo primero que sintió fue el frío («venía con una ropa finita, ¡yo no sabía!»), contrarrestado por el calor que le dispensó la paisanada: «Pero si con las canciones de tu padre nos enamoramos nosotros», le decían por la calle.

Grabó la ya legendaria La Lola y participó en otros cuantos directos con Café Quijano, y muy poco después su gran talentó le dispensó una plaza como profesor en la Escuela Municipal de Música, donde en cada comienzo de curso son auténticas colas las que se forman para matricularse en las clases de Luisito. También tocó y sigue tocando en buen número de grupos locales, de Cohiba a Tri-Full-Jazz.

¿Y la vuelta? El gigante colmado de ritmo arruga el ceño: «Cuba, compadre... ya no es como antes. ¡Ya no ríe!».

tracking