Remedios para exigentes
Ya le he hablado aquí de lo mal que sienta ser demasiado exigente con uno mismo. Así que si usted es de esas personas que se castigan, se machacan y se tratan como a su peor enemigo, estos remedios pueden ser mano de santo. Eso sí, vaya de uno en uno y no se exija ponerse con todos a la vez, que no se trata de eso:
—Aprenda a ser feliz sin la necesidad de ser perfecto. Dese cuenta de que para gustarse no necesita tener siempre ideas ingeniosas, hacerlo tod?o muy bien o terminar todo lo que se propone cada día.
—Cambie sus creencias. Hay quien cree que tiene que ser competente en todo. ¡Pero nadie es infalible las veinticuatro horas del día! Comprenda que puede ser frágil, imperfecto o despistado y que no vale ni merece menos por ello.
—Dese permiso para fallar. Nos exigimos demasiado en las cosas sin importancia y nos olvidamos de las fundamentales, como tratarse con cariño o hacer cosas que le gusten. Sepa que la felicidad no es hacer mucho ni hacerlo muy bien, sino ponerse retos que le motiven cada día y disfrutarlos.
—Deje de castigarse. Sólo cuando acepte sus fallos estará en disposición de mejorarlos. Por ejemplo, si suele llegar tarde, en vez de machacarse por ello vea qué le funciona y enfóquese en hacerlo mejor la próxima vez. En mi caso, cuanto menos miro el reloj más puntual llego.
—Acéptese como es. Si le cuesta decir que no, si deja todo para mañana o si le pueden los miedos, acéptelo. Porque sólo desde la aceptación se puede dar un cambio auténtico.
—Perdónese. Hablamos mucho de perdonar a los demás, pero nos olvidamos de perdonarnos a nosotros mismos. Y si otros tienen derecho a fallar, ¿por qué no iba a tenerlo usted? Por supuesto que pudo gestionar mejor aquel asunto, poner límites antes o ser más paciente, pero lo hizo lo mejor que supo. Tenga compasión, aprenda de ello y siga adelante.
Y, sobre todo, vaya poco a poco. Recuerde sus logros, valore cada paso y no se obligue a acabar con la autoexigencia de un día para otro. Verá como empieza a disfrutar mucho más de la vida.