Diario de León

un destino, muchos caminos

A Santiago por sendas de silencio

Trescientos veintidós kilómetros separan León de Santiago. A su paso por la provincia, El Camino tiene dos vertientes: La ruta Francesa Y la ruta de Manzanal. La decisión de hacer uno u otro depende de cada peregrino. Pero una cosa está clara: Ese recorrido será único

Momentos después de llegar a Santiago de Compostela.

Momentos después de llegar a Santiago de Compostela.

Publicado por
Abel Aparicio
León

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Dicen, y quizá sea verdad, que hay tantos caminos a Santiago como personas. Uno de esos caminos, el denominado Camino Francés (Saint Jean Pied de Port-Santiago), es tomado como el oficial, pero hay muchos ramales. Antes de comenzar con los dos caminos que aquí nos traen, es de justicia nombrar al Camino Primitivo (Uviéu-Santiago), recorrido por Alfonso II el Casto a comienzos del siglo IX para ver las tumbas de Santiago y sus dos discípulos, Teodoro y Atanasio. Según el libro de Ricardo Chao Historia de los Reyes de León, hay una leyenda que relata cómo estos sarcófagos de piedra fueron descubiertos por el monje anacoreta Pelayo siguiendo el resplandor que durante varias noches dejaba una lluvia de estrellas. El monje se lo comunicó al obispo Teodomiro de Iria y éste al rey Alfonso II, quien se convirtió en el primer peregrino en desplazarse a Santiago. Una vez allí, ordenó construir una nave consagrada en el año 834.

En esta ocasión realicé el recorrido en solitario durante sus 322 kilómetros. Para ir de Astorga a Ponferrada se pueden tomar dos variantes: el Camino Francés, por Foncebadón y la Cruz de Fierro (1.505 metros de altitud) o el Camino de Manzanal (1.225 metros de altitud). Según Augusto Quintana Prieto (1917-1996), son varios los testimonios y documentos que acreditan el paso de peregrinos de Astorga a la capital del Bierzo por esta variante, en la que hay 300 metros menos de altitud, aunque diez kilómetros más. Salí de Astorga por la Puerta Romana o de Hierro, una mañana de julio cuando los primeros rayos empezaban a hacer acto de presencia. Aquí eché en falta algún panel indicativo señalando esta variante, como ocurre en Mansilla de las Mulas al unirse la Ruta Vadiniense con el Camino Francés.

El palacio episcopal de Astorga y, al fondo la Catedral. ABEL APARICIO

Una vez alcanzado el puerto de Manzanal, atravesé Manzanal del Puerto y me dirigí al Monasterio de San Juan de Montealegre, fundado sobre el año 945 —según explica José Alberto Moráis Morán en su libro El Monasterio de San Juan de Montealegre (Eolas, 2016)— y que por culpa de unos y de otros, hoy se encuentra en la ruina, pese a ser declarado Bien de Interés Cultural en 1993. Por suerte, gracias a la labor de las Juntas Vecinales de La Silva, Montealegre y Manzanal y al Ayuntamiento de Villagatón, este lugar empieza a recuperar parte de su importancia.

Pasado el monasterio continué por un precioso paraje en dirección a Torre del Bierzo, observando los restos de un patrimonio minero de la que apenas nada queda. Pasado Torre, atravesé Bembibre con su Santuario del Ecce Homo y su monumento a la obra de Gil y Carrasco El señor de Bembibre; San Miguel de las Dueñas con su monasterio cisterciense fundado a finales del siglo X y, finalmente, Ponferrada, donde termina el Camino de Manzanal y comienza el Camiño de Inverno.

En Ponferrada ocurre lo mismo que en Astorga; se puede entrar a Galicia por O Cebreiro, con sus 1.330 metros de altitud, o por Puente de Domingo Flórez para evitar el importante desnivel. Este camino goza de oficialidad en Galicia desde el 16 de agosto de 2016, pero no así en Castilla y León (al igual que la variante de Manzanal),? donde sus regidores quizá prefieran dedicar sus energías a otros menesteres más personales. En esta parte del recorrido se puede apreciar el mirador de Santalla, el castillo de Cornatel, el entorno de Las Médulas y la destrucción sin medida por parte de las empresas pizarreras de gran parte de estas montañas y la ribera del río Sil a su paso por O Barco y A Rúa, donde finalicé la primera etapa. Allí me esperaba Sandra, una amiga y buena anfitriona, con la que recorrí las calles de la ciudad hasta el embalse de San Martiño antes de cenar.

El castillo templario de Ponferrada. ABEL APARICIO

En la segunda etapa, a la salida de A Rúa, me encontré con un peregrino y una peregrina y nos detuvimos a conversar. Comentamos, entre varias cosas, la gran cantidad de gente que hace el Camino Francés, donde algunos se levantan a las cinco de la madrugada y se ponen a andar con una linterna en la cabeza, donde muchas veces no encuentras sitio en los albergues, donde tienes el taxi a la puerta del albergue, donde los horarios y los senderos llenos de gente hacen que esta ruta jacobea pierda toda la magia del silencio y la aventura. Pero como dije al principio, hay tantos caminos como personas y cada uno decide cómo recorrerlo.

Al cabo de una media hora de conversación, inicié la marcha y a los pocos kilómetros me topé con un cartel que nos daba la bienvenida a la provincia de Lugo, no muy lejos de un viejo molino de aceite y de Quiroga, localidad en el que disfruté de un descanso antes de emprender las dos duras subidas y bajadas que tocan para llegar a Monforte de Lemos a la hora de comer, cuya fortaleza ubicada en el monte de San Vicente presidida por una muralla, un monasterio que hoy sirve de Parador de Turismo, una iglesia y una torre del homenaje se divisan desde varios kilómetros a la redonda. Como es de cumplida obligación, me metí un muy merecido homenaje con su correspondiente siesta a la sombra en un banco de piedra.

Salí de Monforte unas tres horas después de la llegada, ya que el calor en estas tierras es muy notorio durante el verano. Después de varios kilómetros empieza por carretera una continua subida en la que aún se aprecia al fondo Monforte. Pasando por pequeñas aldeas, en las que casi todo está ligado a la ganadería con grandes extensiones de pastos, llegamos a Dimondi, a la vera del río Miño. En este punto todas las guías recomiendan a los ciclistas continuar por carretera hasta el viaducto y de aquí a Chantada en lugar de bajar hasta el río; yo así lo hice. Poco antes de llegar a Chantada me detuve en un mirador casi a la puesta del sol, apreciando el Miño flanqueado por viñedos a un lado y a otro. Todo un espectáculo digno de ver. Una vez en Chantada, paseé por su casco histórico, cené, de nuevo otro paseo y a dormir, que las fuerzas ya no daban para más.

El río Miño y la multitud de viñedos que lo rodean. ABEL APARICIO

El tercer y último día amaneció con niebla y una lluvia débil, lo propicio para andar en bicicleta. Después de unos 15 kilómetros caminando llegué a Penesillas, donde tuvimos dos alternativas: subir al Monte Faro y su ermita, a 1.100 metros de altitud, o seguir por caminos y carreteras hasta el Porto do Faro, a 870 metros de altitud. Aquí comenzó un precioso descenso hasta que llegamos a Rodeiro, donde aproveché para reponer fuerzas y continuar viajando por pueblos hasta Lalín, plaza en la que hice una buena parada para disfrutar de una de las mejores tortillas que probé en mi vida.

De Lalín, y todo por carretera, llegué a Silleda y, posteriormente, a Bandeira, donde comí en una terraza a 21 grados y una ligera brisa mientras más de media España sufría una ola de calor. Nada más acabar de comer, me puse en marcha y llegué a Puente Ulla, frontera natural entre las provincias de Pontevedra y A Coruña por el río que le da nombre a la localidad. Desde aquí y tras una fuerte subida dejé la nacional en Gándara y ya por carreteras comarcales y caminos llegué, después de tres intensos días, a Santiago de Compostela. Como ya tengo por costumbre, al pisar la Praza do Obradoiro me tiré en el suelo y miré al infinito una media hora. Acto seguido cogí de nuevo la bici y me dirigí a casa de Iván, un buen amigo, e igual que Sandra, gran anfitrión, con el que recorrí las calles de Santiago y disfruté del pulpo a feira y de la zorza antes de dar por concluido el viaje.

A la mañana siguiente pasé por la Oficina do Peregrino a recoger la credencial. Y ya en el tren que me llevaba a San Román de la Vega repasé todo el recorrido, con su tranquilidad y belleza paisajística, con sus pueblos y ciudades, sus personas y todo aquello que envuelve a este camino, para acabar con estas palabras de Luar na Lubre: Hai un paraiso nos confíns da terra, hai un paraiso ao que guian as estrelas (Hay un paraíso en los confines de la tierra, hay un cielo de las estrellas que guían).

El vehículo más socorrido de los peregrinos, la bicicleta. ABEL APARICIO

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