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El libre albedrío es una cualidad maravillosa. Es lo que diferencia al hombre del animal, para empezar. Usted no diría que un tiburón es malo sólo porque se acaba de zampar vivo a un incauto bañista, ¿verdad? Es lo que su naturaleza le pedía. Tampoco sentaría ante un tribunal a un león del zoo si un pobre cuidador acabara en la panza del bicho. No tendría sentido. El animal carece de moral, porque carece de libre albedrío. El libre albedrío dota de esplendor o de sombras a las vidas de los seres humanos. Las decisiones que tomamos, cuando son correctas, producen luz a nuestro alrededor. Cuando somos incapaces de tomar el camino correcto, bien porque escojamos mal o porque nuestro libre albedrío esté impedido, sólo hay oscuridad. Esto es así porque nada surge de la nada, y al escoger con libre albedrío en el pasado se determina un destino presente. Este principio, aplicable a los seres humanos, es el mismo que se aplica en economía. Es una cosa curiosa, la economía. Nadie la entiende, muy especialmente los economistas, meteorólogos del día después que vaticinan con exactitud lo que pasó ayer. Como este artículo me garantiza una respuesta furibunda de los economistas, les prevengo: tengo una matrícula de honor en macroeconomía y me la dieron sin entender un carajo.

El mismo principio de libre albedrío se aplica en la Economía, les decía. Hay una cantidad determinada de personas que la semana que viene se apuntarán a un gimnasio para todo un año, aprovechando una oferta de lo más atractiva. El 74% de esas personas no harán uso del gimnasio más de dos veces durante todo el año.

Cada una de esas personas tiene libre albedrío, puede elegir por sí misma su destino y son libres arquitectos de sí mismos, capitanes de su propia alma y todo eso. Por las mismas razones, cuando leíamos en prensa hace dos semanas que el bitcoin alcanzaba un precio récord de 11.000 dólares sabíamos lo que iba a ocurrir. Lo leímos en infinidad de artículos. Sabíamos que iba a subir aún más (pasó de 20.000), para luego desplomarse irremediablemente ha ocurrido, arruinando a muchos en el camino, a espantosa cámara lenta. No importan los avisos ni el libre albedrío.