Diario de León
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Cuando Pedro Sánchez, el hombre al que Susana Díaz convirtió en Espartaco, anunció el nombre del ministro de Cultura el miércoles, di un bote de alegría. Conozco a Màxim Huerta. No somos amigos, porque no se ha dado el caso. Podríamos serlo, porque compartimos muchas cosas. Formación, intereses, profesiones. Ambos hemos escrito seis novelas, ganado premios. Me reconozco en él, aunque él sea alto, guapo y elegante, y yo el señor bajito de la foto. Pero, en lo importante, tenemos mucho en común.

«Por fin alguien que sabe lo que hace», pensé. Nuestro anterior ministro, Iñigo Méndez de Vigo, era un gestor pasable y le quedaba el esmoquin de coña. Era un gran avance sobre Wert, y no digamos ya sobre Esperanza Aguirre, a quien Dios confunda. Pero, qué quieren que les diga, ver de ministro de Cultura a un novelista —en lugar de al barón de Claret o la marquesa consorte de Bornos— me parece bien. Y sí, Màxim Huerta ha salido en la tele. Y Méndez de Vigo también. Uno de los dos lo hizo cantando El novio de la muerte . El otro no.

Màxim Huerta es un gran profesional, un hombre inteligente y alguien que cambiará mentes y prejuicios. Sus retos, no obstante, son enormes. Si hay algo que caracteriza a la derecha es su desprecio altivo a la cultura. Así que llevamos casi una década de retraso frente a los países de nuestro entorno. Por eso Huerta tiene que abordar de forma urgente las tres grandes necesidades de la cultura en España: Primera, una ley de mecenazgo que permita canalizar la inversión de las empresas privadas en el sector cultural con importantes desgravaciones fiscales. Segundo, el descenso del IVA cultural, para equipararnos a países como Francia, cuya producción cultural es la más férrea de Europa. Tercero y quizás lo más importante, un Plan de Fomento de la Lectura que ayude a los niños a equilibrar el peso excesivo que ahora mismo representan en sus vidas YouTube y los videojuegos. Ese plan tiene que contar con escritores y pedagogos, no con políticos. Gente que comprenda que meterles a fierro La Celestina a los chavales es arrojarles en brazos de la incultura. Y sé bien de lo que hablo. Cuántos niños y jóvenes me he encontrado que creían que leer era aburrido. Sin modestia, pues no puede haberla, a unos cuantos los he curado con mis novelas para niños o para adultos. Pues de esto va la cosa, al final. Y por eso confío en Màxim Huerta.

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