Diario de León
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Párense a pensar en sus navidades pasadas, en aquellas que han quedado como entrañables en la memoria no dudo de que fueron felices, la ilusión de decorar el hogar, las cenas familiares todos juntos, las noches en que dormías esperando despertar. ¿Cuántas fueron? ¿8? Seguramente anden por ahí las pertenecientes a su infancia y, muchos años después, tuvieron un repunte de otras 8 si usted ha tenido hijos y ha revivido esa ilusión de manera vicaria por medio de sus hijos. No está nada mal, suman 16 navidades (en mi cuenta de la vieja, saque usted la suya) inolvidables, pocas cosas bonitas duran tanto, quizá el amor de padres y algunos amores afortunados. No es, por tanto, desdeñable la Navidad.

Vienen entonces las reflexiones airadas. Que si se ha convertido en una operación consumista, que si Papá Noel lo estropeó todo, que si se ha perdido el sentido religioso de la fiesta. Todo eso es verdad, y sin embargo conozco a gente que no se ha criado en un ambiente especialmente religioso ni especialmente consumista y aún así protestan de que la Navidad ya no es lo que era, porque ellos ya no son los que son. La Navidad somos nosotros mismos, en este mundo en que vivimos ahora, donde hemos aprendido a vivir vidas ajenas como si fueran propias por causa de la tele y a identificar los sentimientos personales con los sentimientos de una masa que, aparentemente, comparte nuestras ideas en las redes sociales, hay que hacer un esfuerzo doble por pensar por nosotros mismos y sentir por nosotros mismos. Realmente dará igual que Papá Noel protagonice todos los anuncios si nosotros hemos decidido ser nuestro propio Melchor, dará lo mismo, o importará menos, que el alcalde de turno ponga o no belenes en las calles o que sean más bonitos o feos.

La Navidad es mágica porque es territorio de nuestra mente, de nuestras ganas de vivirla. Es mágica porque nos convierte en magos y nos da el poder de transformarla a pesar del exterior. La Navidad es nuestra memoria, los libros que leemos durante esos días, las películas que nos gusta volver a ver y hasta las personas a las que nos gusta volver a ver, incluso aunque se trate de esas personas a las que vemos cada día.

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