Diario de León

El León que sobrevive en postal

Enviadas a confines del mundo, las postales se han convertido en ocasiones en el único testigo de monumentos, paisajes y un modo de vida que han quedado en el olvido y que permanecen inalterables en los cajones de sus destinatarios

Testigos de una forma de vida extinguida, las postales fueron un canal de información imprescindible y hoy una ventana al León perdido

Testigos de una forma de vida extinguida, las postales fueron un canal de información imprescindible y hoy una ventana al León perdido

León

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Un niño mendigo duerme al amparo de los santos y bajo la protección de la portada meridional de la Catedral. No formaba parte del foco, de la diana del artista que tiró la fotografía, pero ha quedado para los anales como el protagonista de una de las postales del León de principios del siglo pasado.

Su identidad se desconoce, pero la ausencia de un nombre no hace que el ojo que hoy la mira no experimente cómo era entonces la vida en la ciudad, cuáles eran, como en este caso, la perspectivas de los cientos de infantes que la sociedad desahuciaba. No era aquel huérfano el motivo de la imagen y eso revela mucha más información que la propia fotografía.

Objetos de un modo de vida periclitado, las cartas postales se convirtieron a finales del siglo XIX y de casi todo el XX en una manera de conocer mundo, de acuse de recibo, de fe de vida y hoy son el testimonio gráfico de un tiempo olvidado que tan sólo permanece —muertos sus moradores— en los sobres que atesoran los descendientes de aquellos a los que iban dirigidas.

Wenceslao Álvarez Oblanca destaca que las postales forman parte del proceso mismo del viaje y su objetivo era el conocimiento del mundo. Fue la misma corriente que puso en marcha, por ejemplo, la apertura de los zoológicos en las grandes capitales.

Imagen de la puerta sur de la Catedral con el niño acurrucado. WENCESLAO ÁLVAREZ OBLANCA

Imagen de la puerta sur de la Catedral con el niño acurrucado. WENCESLAO ÁLVAREZ OBLANCA

Casi nadie podía viajar, con lo que esas diapositivas selladas eran la única ventana a lugares imposibles de visitar. Ello llevó a la apertura de empresas destinadas a crear colecciones fotográficas que tenían gran salida comercial.

Es el caso de Loty , por ejemplo. «El fotógrafo de Loty que vino a León se llamaba Antonio Passaporte , un portugués que nos mostró cómo era la vida en la provincia en los años veinte del siglo pasado». Aparecen coches, excursiones, balnearios, pero también el comercio, el desarrollo urbanístico... la modernidad, la prueba de que antes del comienzo del periodo bélico la gente vivía y quería vivir. También, en León.

La teoría generalizada sobre la historia de la tarjeta postal indica que esta modalidad de comunicarse nace en 1869 con el ingeniero austriaco Heinrich Von Stephan Enmanuel Hermann.

El nuevo formato reducía costes de envío y las únicas desventajas eran que el mensaje no podía ser muy largo y que había que conformarse con que cualquier pudiera leerlo. «Era una manera de decir a tu familia que estabas bien, que habías llegado», manifiesta Oblanca, que pone como ejemplo una postal de Ordoño II con el chalet de Paco Sanz que un comerciante catalán envió a su familia porque salía parte del hotel en el que él se alojaba.

 Su permanencia en el tiempo ha hecho que la imagen imperecedera aporte motivos de la realidad que ya no existe. «La gran calidad con la que se revelaban ha permitido que cuando hoy en día se escanea una imagen de entonces aparezcan cosas que no se perciben a simple vista», asegura y añade que con el revelado automático las imágenes dejaron de serlo.

Las primeras postales eran pequeñas cartulinas que llevaban impreso el franqueo en el anverso, reservando su otra cara para el mensaje. Fotógrafos como Ge rmán Gracia, Winocio Testera, Agrado, F. Mesas y J. Chamorro, Ernesto, Ortiz y José Bueno, Silvio de Alaiz o Arturo González Nieto tenían desde finales del siglo XIX nutridas colecciones de imágenes convertidas en tarjetas postales, bien para comercializar a través de sus estudios, para lo que se anunciaban periódicamente en la prensa escrita, cada vez que lanzaban una nueva serie o una nueva colección, o por encargo de imprentas y papelerías. Algunas de ellas fueron la Moderna, Casado, Miñón, Romero, Prieto o Nieto.

Pero también había industriales que las contrataban, como como la fábrica de chocolates y pastas para sopas La Industrial Leonesa, colegios religiosos, tiendas de zapatos, almacenes de materiales de construcción, balnearios... e incluso de grandes empresas como la Hullera Vasco Leonesa.  

Gracias a negocios de postales, fotógrafos como Joseph Thomas, J. Bienalmé, Arribas captaron las costumbres en pueblos de la montaña, en la capital y en el Bierzo con tal maestría que a día de hoy sus imágenes se han convertido en una manera de contemplar la vida a principios del siglo pasado. Todos ellos poseían imágenes de las cuatro ciudades de provincia que les interesaban comercialmente: León, Ponferrrada, Astorga y Sahagún, así como de monumentos, calles, plazas, edificios, tipos del país, costumbres y escenas cotidianas.

En la obra Catálogo de las primeras postales de España impresas por Hauser y Menet, José María Armero destaca que en España el coleccionismo de tarjetas postales es rudimentario, muy modesto y prácticamente sin organización. «La guerra civil representa un fenómeno no estudiado», afirma y eso a pesar de que en ningún otro lugar se ha recogido una propaganda de política o de guerra con la imaginación y la categoría que representan las miles de tarjetas postales que se hicieron en España entre 1936 y 1939 en los dos bandos contendientes».

Destaca la gran categoría que tenían las del bando republicano debido a sus artistas y al hecho de que mantuvo en su zona —Madrid, Barcelona y Valencia— los talleres gráficos más importantes del país. El autor defiende la importancia de los valores étnicos, sociológicos y también estéticos que se suscitan al contemplar una colección de tarjetas postales. «Muy a menudo se trata de una iconografía insustituible, pues las tarjetas postales recogen lugares que es imposible encontrar por no existir fotografías de la época», subraya.

Además, recuerda que en ocasiones supera el propio documento como testimonio y  la tarjeta postal entra en la crítica, especialmente de los hechos, acontecimientos políticos, etc y los ilustradores se convierten en grandes caricaturistas. «Tal vez algún día alguien se decida a publicar una historia de España, de los últimos cien años, a través de la tarjeta postal».

Hausser y Menet fue una de las empresas que fotografió León para las postales, empresa que todas las revistas especializadas  coinciden en señalar como la editorial de tarjetas postales más importante de España, tanto por su cantidad como por su calidad. Sus propietarios, dos aficionados, Piñal y Liñan, vieron en ello un buen negocio y con el fin de potenciarlo, solicitaron los servicios de un experto, el suizo Adolfo Menet. Éste, que vivía en París, gestionó la contratación de un compatriota, Oscar Haser. Cumplido el contrato, los señores Hauser y Menet se independizan y deciden instalarse en Madrid.

En 1892 comienzan la edición de tarjetas postales ilustradas, que ya se conocían en el extranjero. Martín Carrasco Marqués destaca que la introducción en España comenzó con las denominadas ‘recuerdos o saludos’.

En León realizaron un conjunto completo de la Catedral y su entorno donde fotografiaron el presbiterio desde el coro, el claustro, trascoro, el sepulcro del rey Ordoño, la portada principal y Puerta Obispo. También inmortalizaron la Colegiata de san Isidoro y el Panteón Real, así como la plaza de la Constitución y la muralla romana.

A Hausser y Menet se debe también numerosas postales fotográficas de la ciudad de Ponferrada. Un caso icónico es la que realizaron alrededor de 1930 del castillo de San Blas, levantado en la capital de El Bierzo por un indiano y que se perdió por problemas familiares y de herencias.

Desde los sesenta

Los contenidos temáticos no cambiaron mucho con el tiempo , pero sí puede asegurarse que existe una segunda revolución postalera, que en el caso de León es patente en la década de los 60. Son años en los que las técnicas de impresión permiten grandes tiradas, en los que aún se mantiene la costumbre de comunicarse por correo ordinario y en los que, aún existiendo ya una tendencia hacia la fotografía del recuerdo, hay todavía quien prefiere acercarse a la tienda para adquirir fotografías de la ciudad visitada.

Los nombres que fotografiaron el León de los años setenta fueron  los de Mariano Arribas, Ribadeneyra, Villatroca y García Garabella, que fueron al tiempo los grandes productores del sector a nivela nacional. «Su especialización, que en algún momento significó el sustento del negocio fue, a la postre, lo que les obligó a claudicar», destaca Álvarez Oblanca.

  

 

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