Diario de León

La desertización afecta a 1.000 millones de personas

Más del 70% de las zonas áridas africanas están seriamente dañadas, especialmente la subsahariana, y el 60% de los países mediterráneos también sufren este proceso. En España, la degradación del suelo afecta a más del 30% del territorio

Publicado por
M. M. ALLER | texto
León

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La desertización es el resultado de la intervención de diversos factores que inciden en el medio ambiente y desencadenan procesos que provocan la pérdida progresiva del suelo, un problema que afecta, según la ONU, a la tercera parte de la superficie terrestre. En la actualidad, más del 70% de las zonas áridas africanas están seriamente dañadas, especialmente la subsahariana. El 60% de los países mediterráneos también sufren este proceso; el 25% de Sudamérica y el Caribe son tierras secas y desérticas, y grandes extensiones de China, India y Pakistán también están afectadas. Por países, Madagascar es el más erosionado del mundo al haber desaparecido por la tala indiscriminada más del 90% de sus bosques tropicales y del 60% de su selva lluviosa. Uno de los principales problemas que sufren la mayoría de los países que se desertizan es la falta de recursos a la que se suman las condiciones meteorológicas adversas. Según la ONU, cada año se pierden entre 10 y 30 millones de hectáreas de suelo y, con ellas, la salud y la supervivencia de más de 1.000 millones de personas de un centenar de países. Además, la inseguridad alimentaria puede originar tensiones a nivel social, político y económico que conducirían a conflictos. Además, al menos 130 millones de seres humanos están en peligro de ser desalojados de sus tierras, y se calcula que en los próximos quince años más de 50 millones emigren desde las zonas desérticas del África subsahariana hasta el norte de ese continente y de Europa. Por su parte, el Banco Mundial advierte que, mientras que las pérdidas en agricultura debidas a la desertización y la sequía suponen al año más de 35.000 millones de euros, la inversión para luchar contra ellas supondría tan sólo unos 2.000 millones. El norte se salva Con estas alarmantes cifras es fácil comprender que la ONU haya declarado 2006 como el Año Internacional de los Desiertos y la Desertización, con el fin de tratar de paliar este grave problema medioambiental. Uno de los actos previstos será la celebración en Almería de la conferencia «Desertización y fenómenos migratorios». La elección no es casual porque España es actualmente el país europeo más afectado ya que, según datos oficiales, está afectado el 31,5% de la superficie nacional. Pero hay más. Se prevé que el proceso se agrave en las próximas décadas debido al cambio climático y a la intensificación de los fenómenos meteorológicos adversos como las sequías y las tormentas. Con el fin de analizar los procesos erosivos, España dispone de una red de estaciones experimentales compuesta actualmente por 46 unidades distribuidas en 13 Comunidades Autónomas. Alicante y Gran Canaria tienen erosionado prácticamente el 100% de su superficie, mientras que por encima del 70% están las provincias de Murcia, Tarragona, Almería, Valencia, Castellón, Valencia, Jaén, Granada, Tenerife y Málaga. Extremadura comienza a recuperarse ligeramente y sólo tiene niveles altos de desertización en el 0,5% del territorio, mientras que en Cataluña, Castilla-La Mancha y Madrid la desertización alcanza el 30%. En Galicia, Asturias, Cantabria, casi todo el País Vasco y las provincias de León, Salamanca y Gerona los niveles de desertización son nulos o muy bajos. Las administraciones españolas dedican anualmente más de 470 millones de euros para combatir la desertización, en su mayor parte para la lucha contra los incendios forestales y la reforestación. Sólo durante el año pasado ardieron en España más de 170.000 hectáreas y según la Asociación de Empresas Forestales nuestro país invierte al año menos de 30 euros por hectárea para su conservación. Para mitigar este proceso se realizan actuaciones como la implantación de cubierta vegetal protectora y fijadora de suelos, tolerante ante condiciones de aridez extrema, de economía hídrica y a las tensiones ecológicas derivadas del cambio climático. Asimismo, tratamientos silvícolas adecuados a la cubierta vegetal protectora para garantizar su funcionalidad edafogenética, estabilidad biológica y resistencia ambiental, e hidrotecnias de corrección torrencial en zonas de montaña.

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