Diario de León

De la tristeza de la Cuaresma a la alegría de la Resurrección

Después del bacalao llega una época en la que la fiesta gastronómica se convierte en gran protagonista

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MARCELINO CUEVAS | texto
León

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Bueno, pues se acabó la Cuaresma. Hoy, muy pocos se preocupan de santificar sus cuerpos con las sabias y ascéticas medidas gastronómicas impuestas por la Iglesia. Ya nadie se acuerda de aquellos años en los que sin tener bula, los cuarenta días de ayuno y abstinencia se convertían en un largo y angustioso recorrido por el interminable desierto culinario que tiene sus fronteras en el hambre. Pero, como buenos sibaritas, hemos sabido conservar lo mejor de estos rigores y hemos hecho de una época de penitencia y hambruna un tiempo para disfrutar de los pescados, de las legumbres, y de algunos postres típicos propios de los momentos cuaresmales. La Última Cena de Jesús y los Apóstoles , que en León tiene una espléndida representación plástica en el paso que Víctor de los Ríos tallara para la entonces recién estrenada cofradía de Santa Marta, marca un hito semanasantero. Vayamos a la historia, sepamos algunos detalles de cómo debió desarrollarse aquella santa celebración comunitaria de la Pascua. En la ceremonia habría sobre la mesa catorce cubiertos, ya que además de Jesús y los doce Apóstoles, habría uno destinado al Profeta Elías como invitado simbólico. Después de lavarse las manos, en este caso el Maestro lavó los pies a sus invitados, tomaron paz ácimo, pues entre los judíos la levadura era símbolo de pecado. Después vendría el cordero sin mancha, asado y condimentado con siete hierbas amargas, como símbolo de los sufrimientos de los judíos en su éxodo. Entre estos condimentos están «el perejil, como símbolo de vida, que ha sido sumergido en agua salada, símbolo de lágrimas. El maror , un rábano muy picante y picado para producir lágrimas. Y el jaroset , un mezcla dulce de manzanas y nueces picadas con miel, canela y un poco de vino rosado». En el transcurso de la Última Cena tomarían las cuatro copas de vino ceremoniales. En la tercera de estas libaciones Jesús dijo: «Esta copa es el nuevo pacto de mi sangre; hacer esto todas las veces, en memoria mía». Antes de la cuarta copa, después de la Cena, es cuando se realizó el Afikomen , el partir el pan ácimo y repartirlo, entonces Jesús dijo: «Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; hacer esto en conmemoración mía». Y es que «la gastronomía y la religión están -como dijo el folclorista Eugeni Perea- íntimamente relacionadas. La mitología nos dice que antiguamente los dioses y los hombres se sentaban a la misma mesa y los manjares llovían del cielo. Cuando Prometeo robó el fuego y lo entregó a los hombres, se rompió la relación entre dioses y humanos y estos tuvieron que comenzar a cocinar». Quizá es por ello que muchos elementos exquisitos de la gastronomía tengan nombre religioso, manjar de dioses, pechos de monja, carne de Dios¿ Hoy hay que resucitar a los doloridos estómagos, hay que comer cordero bien asado y los mejores embutidos, pero recordemos que el pasado viernes, mientras por las calles leonesas desfilaba la interminable Procesión de los Pasos, en los fogones de las casas en las que se quiere tener un recuerdo para la mejor tradición, el encargado de la cocina -que antes eran siempre las mujeres pero que hoy es una responsabilidad que en muchos casos comparten los hombres-, preparaban con el máximo esmero unos garbanzos de viernes con el único aditamento de un puñado de arroz, una hoja de laurel y, si acaso, unas pocas ramas de espinacas. Una vez bien cocidos, un refrito con su cucharadita de harina para que espese el caldo y su pizca de pimentón para que el guiso sea más alegre. Imprescindible bacalao Y el bacalao, el gran pescado de las tierras mesetarias, de los lugares alejados de las costas. Bacalao desalado, pasado por harina, frito durante apenas unos segundos en aceite de oliva bien caliente, enriquecido con un buen puñado de dientes de ajo y cocido luego en una exquisita salsa de pimientos, aunque hoy en día no hay quien se prive de añadir tomate, moda con menos de doscientos años, o sea de ayer, si tenemos en cuenta la vetusta tradición de la Semana Santa. Y los huevos cocidos, no deben faltar nunca en el menú los huevos cocidos cortados por la mitad. Y de postre, pues torrijas, el pan emborrachado en leche, rebozado con huevo, frito en buen aceite de oliva y ungido con miel o azúcar. Pero eso fue ayer y ya está olvidado, hoy no es día de lágrimas como el Viernes Santo, hoy es día de alborozado júbilo, las palomas habrán salido como flechas del sepulcro de Jesús, de ese Hijo de Dios resucitado que también tallara Víctor de los Ríos y habrán puesto el manto blanco a la Virgen Dolorosa. Antiguamente los leoneses, después de ver la procesión, la última procesión de la Semana Santa, compraban una docena de pasteles en las confiterías de Camilo de Blas y Reyero, de la calle Ancha, o en la de Polo, en Santo Domingo, o en la de Gago, de Ordoño II, o en el Confite, de la calle de Rúa¿ y disfrutaban de la última limonada de la temporada antes de irse a casa ostentando el dulce y delicado paquete de pasteles para disfrutar del gozo divino de la Resurrección con unos manjares apropiados para tan importante celebración religiosa.

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