Diario de León

En los boxes de la fórmula 1

Junto a las favelas del sur de São Paulo se alza el Autódromo donde hace una semana Kimi Raikkonen se erigió en campeón del mundo. Es el lugar más inseguro de las 17 pruebas del año. Pero el circo del automovilismo puede con todo

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TONI SILVA | texto
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E n solo cuatro días de Gran Premio de fórmula 1, Interlagos reclamó chubasquero, paraguas, bronceador, sombrero, chaqueta y abanico. En contra de lo que presume la bandera brasileña, Ordem e Progreso , São Paulo ofrece caos y pobreza. Pero un evento de este tipo no acentúa la ya estresante vida de esta megalópolis de 17 millones de habitantes. -¿Cuánto se tarda en llegar a Interlagos? -Hora y media de atasco. -¿Y cuando no hay carrera? -Hora y media de atasco. La lluvia tiñe el asfalto el viernes por la mañana, horas antes de las sesiones libres de entrenamientos. Fernando Alonso, con el mono de carreras puesto hasta la cintura, departe en el paddock con su agente y su padre, José Luis, portador de unas gafas negras que no apeará en todo el fin de semana. Algunos dicen que para evitar encuentros con Ron Dennis. Mientras, un enjambre de cámaras y micrófonos monta guardia en frente del box de McLaren, esperando que el líder salga en algún momento a los servicios o a comer algo al restaurante de su escudería. Allí acude cuando la prensa española se reúne alrededor de tres mesas de cafetería frente a Ron Dennis. El patrón británico les ha convocado para amortiguar las asperezas en las horas definitivas del Mundial. Ron habla muy despacio, dando protagonismo a cada sílaba. «Habéis puesto en mi boca cosas que yo nunca he dicho», denuncia con una frase eterna. Fuego cruzado A su lado, Norbert Haug, con cara de pocos amigos, redacta un mensaje en su teléfono móvil. Se encara con uno de los periodistas y la rueda de prensa se convierte en un fuego cruzado, mientras en la mesa de al lado Lewis Hamilton come con tres compañeros del equipo. Entra Pedro de la Rosa y se saluda efusivamente con el piloto inglés. En McLaren no hay duelos patrióticos, solo una batalla abierta entre Fernando Alonso y Ron Dennis, un hombre en cuyas entrevistas solo permite hablar de sus últimos veinte años. Está vetado entrar en su pasado como mecánico, cuando trabajaba con las manos pringadas de grasa. Todo lo que no es glamur queda borrado de su biografía. Subamos a la sala de prensa. Mientras Ron riñe a los españoles, en el gran Centre Media ocupan sus asientos los últimos periodistas en llegar, en total se reúnen unos cuatrocientos solo de prensa escrita (La Voz de Galicia es el único medio gallego acreditado). La sala de Interlagos no es precisamente la mejor insonorizada del Mundial. Situada encima de los boxes, cada vez que un monoplaza vuelve al garaje en primera marcha retumban los cristales y las conversaciones se interrumpen. Las instalaciones de Interlagos son vetustas y piden a gritos una reforma. En el exterior, los fotógrafos trabajan con tapones en los oídos. Al fondo de la sala, la prensa dispone de agua, fruta, sándwiches y chocolatinas pero, para la comida fuerte del día, a los periodistas los alimentan de forma gratuita las escuderías. La oferta de McLaren es pobre, apenas pan con varios tipos de jamón, mientras Red Bull presenta un menú más elaborado (pasta, solomillo al vapor, verduras...). Y una única condición para comer: solo pueden acudir media hora antes de la celebración de las pruebas, cuando la mayoría de los miembros del equipo ya han acabado. Todas las televisiones montan guardia en el paddock . Son numerosas las entrevistas que se realizan en directo con famosos caminando. Así sucede esta tarde con la llegada de Mikka Hakkinen. El cámara camina de espaldas y termina en el suelo, tras golpear a otros viandantes. Hakkinen no se inmuta. Ha presenciado esa escena docenas de veces. Sábado 20 Amanece gris, pero las nubes se abren para dar paso a un día de verano. Camino del circuito, los ambulantes venden falsificaciones de gorras de Ferrari y prismáticos no homologados ni por el peor oftalmólogo. El asfalto de Interlagos alcanza ese día los 63 grados. El ambiente, 36. En el motorhome de Renault toma café Luis García Abad, representante de Alonso. No es nada extraordinario. Dos horas más tarde se le verá en el de McLaren, sentado con la compañera del asturiano, Raquel del Rosario. En la mesa de al lado, Ron Dennis con Carlos Gracia, presidente de la Federación Española de Automovilismo. Y en la siguiente, Emilio Botín departe con Alejandro Agag, yerno de José María Aznar y presumible aspirante a recoger el negocio de la fórmula 1 de las manos de Ecclestone. El menú no ha cambiado: jamón y más jamón. Después de los aspirantes al título, los pilotos brasileños son los más acosados. Felipe Massa camina con su esbelta novia entre los flashes, mientras Rubens Barrichello posa con su hijo en brazos a las puertas del box de Honda. Cuando el calor aprieta, los pilotos se refrigeran con toallas mojadas sobre la cabeza. Concluye la calificación y Alonso no logra más que un cuarto puesto con el que casi se despide del título. Hamilton está contento con su segunda plaza en la salida. Quizás no ha visto la pancarta de sus paisanos racistas: «El verdadero piloto inglés es Button». Fernando Alonso se reúne con la prensa española bajo la gran sombrilla de una terraza. Pero antes de responder a lo mal que le van los neumáticos, graba en 20 segundos un anuncio para una cadena brasileña. El piloto se limita a leer el folio que se encuentra a la altura de la cámara: «Corre,... vive..., huye...». «¿De qué iba el anuncio, Fernando?». «No tengo ni idea». La tensión se cuela en la sala de prensa, cuando los periodistas británicos celebran los ensayos de su país en la final de rugby frente a Sudáfrica. Algunos miembros de la prensa madrileña, apesadumbrados ya con la mala calificación de Alonso, no encajan bien los gritos. Lo demuestran cuando Inglaterra pierde. Se oye la siguiente conversación: -Vaya, hay periodistas sudafricanos en Interlagos. -No, son españoles... y lo celebran por joder.

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