Diario de León

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León

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|||| Después de leer la entrevista con Alfonso Díez Carabantes, publicada esta semana en ¡Hola! , he llegado a la conclusión de que lo mejor que les ha podido pasar a la duquesa de Alba y a este señor es no casarse. Y no porque piense, como los hijos de Cayetana, y media España, que esa relación es absolutamente disparatada (que también lo pienso, a ratos), sino por ellos mismos, por la parejita en sí, para que sigan siendo eso: novios. Pero novios de los de antes. Novios a lo Armando Manzanero. Novios de los que mantienen un cariño limpio y puro, de los que procuran el momento más oscuro... Para hablarse, para darse el más dulce de los besos, y recordar de qué color son los cerezos... Sin hacer más comentarios: esos novios.

¿Por qué digo esto? Porque si tengo que creer al funcionario Carabantes cuando afirma que lo suyo es romanticismo del bueno, que no tiene el menor interés económico, que él desea ser marido de Cayetana pero no duque consorte... Si le creo, digo, tengo que recomendarle que siga así, como está, hablando con la duquesa varias veces al día y visitándola un par de veces al mes, pues es la única forma de mantener viva la llama del amor. Y no lo digo yo. Lo dice Luis Racionero, que acaba de publicar un libro sobre su experiencia con las mujeres. «Nos enamoramos -”dice este poeta-” y buscamos convivir. Convivimos y nos desenamoramos». ¡Qué gran capacidad de síntesis, y cuánta verdad hay encerrada en esa triste contradicción! «Me haces cosquillas con el cuello de tu gabardina», dice Díez que le confesó la duquesa, supongo que en pleno ataque de adolescencia octogenaria. Por eso, ante tanta ilusión, nada de boda. Al contrario, trabas, distancia y familias enfrentadas: Albas y Carabantes. Qué digo,.. ¡Shakespeare!

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