Diario de León

CANTO RODADO

emigrantes

en este mes de encuentros y ferias, de tradiciones y verbenas debería haber un lugar para el diálogo, la conexión y la palabra

León

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El coche negro con franjas amarillas me adelantó en una carretera que no recuerdo. Me sentí cerca de Barcelona, como cuando salía del hospital San Juan de Dios y creía ver las casitas de la Barceloneta en el mal llamado barrio de Pinilla. Pero estaba en León. Donde perviven las calles franquistas y el PP burla la ley de Memoria Histórica mientras reivindica la actualidad del Fuero de hace mil años y fustiga a Cataluña con un apaño de historia barata.

El taxi, con los colores de la ciudad condal, paseaba por el agosto leonés como un recuerdo fantasmal de toda aquella emigración que retorna a la tierra en que nació en la época estival, aunque me temo que lo hace cada vez con menos intensidad.

Bajábamos de Arintero con el semblante alegre por las hazañas de aquella dama que se rebeló contra las limitaciones impuestas al sexo femenino y por ese regalo que es mirarse en los espectaculares paisajes de Los Argüellos o indagar en la memoria de esas casas que se deshacen en el tiempo. Imaginábamos que en el futuro, la montaña de León se convertirá en un refugio para ricos cuando respirar también sea un lujo. Ver, al otro lado del cristal, más casas cerradas que abiertas en los pueblos por los que pasábamos no era precisamente alentador. Ni tampoco toda esa abundancia de letreros de ‘Se vende’ que jalonan cada vez más casas, sobre todo a medida que el coche se acerca a los pueblos de la cuenca minera.

León languidece. Se nota en las ferias, aunque un paseo de sábado por la mañana por La Bañeza, con su animado mercado, te puede hacer cambiar de idea. Es el primer domingo de agosto y no es fácil encontrar gente que sepa dónde está el Teatro Municipal. «Es que aquí lo llamamos Pérez Alonso», me dijo una mujer. Pero la mayoría respondían: «No soy de aquí».

Agosto, el mes de Augusto, del descanso. Ese mes que se anuncia con frío en el rostro y nos regala sus primeros días con estrellas fugaces, las lágrimas de San Lorenzo, para conjurar deseos, es el preferido para regresar a la matria, a la casa de los antepasados a enraizarse un poco y regar el alma con los dulces recuerdos del ayer.

Un mes ideal para reflexionar sobre toda esta locura del ‘problema catalán’ y sobre la tontura de que nuestros ediles, alcaldes y diputados se dediquen a aprobar mociones contra el referéndum del 1º de octubre, que tanto juego le da a Rajoy como a los presuntos independentistas.

En este mes en que millones de personas atraviesan el país o Europa entera tirando del hilo de sus orígenes o buscando una playa donde descansar, un lugar bello en el que exiliarse o un monumento que descubrir, se hace especialmente absurda la farsa política: ¿Por qué hablan de nacionalismo cuándo nos ahogan con la corrupción, catalanistas y españolistas por igual?

En este mes en que despedimos a Ángel Nieto, hijo de emigrantes, emigrante en Vallecas; cuando acaba de cerrar en Ponferrada el hotel Madrid, donde Juanito Valderrama compuso la célebre canción El emigrante (quería decir exilio, pero en aquellos tiempos no se podía) recordemos que somos emigrantes.

En este mes de encuentros y ferias, de tradiciones y verbenas debería haber un lugar para el diálogo, la conexión y la palabra. Pero, en este país, en esta ciudad, ni en las terrazas hay paz. Se nos fue el santo al cielo con un vino y una conversación de verdad, sin necesidad de hablar del referéndum catalán. Y el mesonero nos degolló con la palabra. ¡Muy mal por las consumidoras! Hay que gastar más. Claro que el barero tedrá que poner algo de su parte. O declarar el autoservicio. O poner un cronómetro en las mesas. En fin, que queríamos sentarnos en la terraza de El Cardo y nos confundimos. No volverá a pasar.

En este mes en que despedimos a Ángel Nieto, hijo de emigrantes, emigrante en Vallecas, en que cerró el hotel Madrid, donde Juanito Valderrama compuso la célebre canción, recordemos que somos y

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