Diario de León

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Los ojos de León en Idomeni

Ricardo Valderrama, educador social y activista, cuenta los días en los campos fronterizos de Grecia con Macedonia donde miles de refugiados esperan que Europa les abra sus puertas .

Un refugiado corta el pelo al leonés Ricardo Valderrama en el asentamiento de Idomeni.

Un refugiado corta el pelo al leonés Ricardo Valderrama en el asentamiento de Idomeni.

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León

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ANA GAITERO (TEXTO)

RICARDO VALDERRAMA (FOTOS)

Idomeni es la última estación de tren de Grecia antes de entrar en Macedonia. El punto y final del sueño de miles de migrantes. Una ratonera desde que en marzo se cerró la ruta balcánica de entrada en Europa.

El pequeño pueblo griego era un lugar de paso, pero se ha convertido en un destino para miles de personas en busca de asilo. Es la puerta cerrada de Europa para los sirios que huyen de la guerra y la desolación en su país, y también de palestinos, kurdos, iraquíes, afganos...

Ahora, Idomeni tiene las vías de ferrocarril cortadas. No circulan los trenes. Los raíles sirven de calle o están ocupados por tiendas de campaña. Las tiendas se han expandido sobre los campos de cultivo y hay un bullicio permanente que sólo la noche calma.

Las voces de los niños se oyen por encima de cualquier ruido, salvo cuando la gente empieza a gritar: ¡Open de border! (¡Abran la frontera!). La alambrada con concertinas es escenario, periódicamente, de concentraciones de migrantes ansiosos por abrirse un hueco y pasar. El último intento fue repelido con gases lacrimógenos el pasado domingo.

El leonés Ricardo Valderrama fue testigo directo. Durante tres semanas este educador social y activista leonés se ha convertido en los ojos (y también las manos) de León en Idomeni. Persona de acción, es socio del Ateneo Varillas de León y participa en el grupo Varillas Acoge, creado en solidaridad con las personas que buscan refugio en Europa.

Tras informarse un poco de la situación compró un billete con destino a Skopje (Macedonia) haciendo escala en Estambul (Turquía). Con su DNI español cruzó sin problema la frontera a Grecia. «Si alguien se plantea venir aquí que vaya a Thesalonica y no a Skopje, es más barato y sencillo», aconseja. Aunque ahora las cosas se están poniendo difíciles para el voluntariado independiente. «Los medios griegos han difundido el mensaje de que la protesta fue instigada por los voluntarios europeos.

Ricardo Valderrama quería ser útil. Después del atribulado viaje y tras pagar el taxi a precio de turista —25 en lugar de 15 euros— llegó a Grecia con su cámara y la intención de grabar muchos videos para «explicar el trabajo voluntario y mostrar cómo actúan cientos de personas. Para que la Unión Europea y Turquía no hablen en nuestro nombre». Su experiencia en Guajaca (México) le animó a tomar la decisión. La participación en el documental Stop al expolio de los bienes comunales le abrió el camino en el mundo de la imagen.

El acuerdo entre la UE y el gobierno turco para deportar a los migrantes fue la gota que colmó el vaso que le empujó a salir de León rumbo a Idomeni. Durante tres semanas ha convivido con voluntarios y migrantes, colaboró en las tareas de intendencia cotidiana y registró en su cámara los acontecimientos y los rostros de la gente que espera un cambio de rumbo en Europa. «He visto a personas que ayudan a personas, la respuesta política y humanitaria de la gente mientras los gobernantes no toman medidas», recalca.

A 20 kilómetros de Idomeni está Polikastro, una ciudad de unos 12.000 habitantes —como Astorga o La Bañeza— que se ha convertido en el centro de operaciones y residencia de la mayor parte del voluntariado que acudido a la zona para paliar la catástrofe humanitaria, la crisis más grave de refugiados desde la II Guerra Mundial.

El Park Hotel, situado a 25 kilómetros de Idomeni y a 3 de Polikastro, es una de las bases de operaciones del voluntariado. Todas las tardes a las ocho se organiza un comité de bienvenida a las personas que van llegando.

Ricardo Valderrama estima que el 60% del voluntariado colabora en grupos independientes y un 40% en las grandes oenegés, como Médicos Sin Fronteras, que trabajan a pie del campamento de Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) de Idomeni.

En el Park Hotel, donde se alojan algunos, trabajan varios grupos de comida, ambulancia y ropa. Una cocina estable proporciona a diario 4.000 platos calientes (un huevo cocido, lentejas y una pieza de fruta) para los refugiados. Los mil euros que cuesta hacer cada día estas comidas salen de las donaciones canalizadas a través de una extensa red creada en todos los países europeos de manera espontánea.

Las vías del ferrocarril están cortadas por las tiendas de los refugiados. DL

El Bananas Team dedica otros mil euros diarios a la compra de plátanos que reparte todas las mañanas a las 8 a 3.500 niños y niñas. «Se reciben las cajas la tarde del día anterior y para garantizar que todos los niños tengan algo de fruta se alternan cada dos o tres días». explica Valderrama. Frente a este hotel hay un almacén de ropa del que los voluntarios van cogiendo prendas que llegan de la ayuda humanitaria internacional para repartir entre los refugiados. A primeros de abril empezaron a subir las termperaturas y la gente estaba con la ropa de invierno. Lavar la ropa en este lugar es una odisea imposible.

El asentamiento de Idomeni es el más grande, con una población en torno a 12.000 personas. Es el campamento oficial de Acnur y su perímetro está vigilado por el ejército.Las tiendas se extienden sobre el complejo ferroviario y los campos de cultivo de secano.

Otro asentamiento, más pequeño, se han formado en torno a la gasolinera Eco Station, en la autovía en dirección a Macedonia, poco antes de llegar a Polikastro. Hay unas 2.000 personas. Un tercer asentamiento se encuentra en torno a Hará hotel y BP, también al lado de la autovía, con un millar de acogidos.

El hotel da facilidades a un grupo de refugiados que preparan falafel, una especie de albóndiga de pasta de garbanzo, muy típica de Siria y otros países de Oriente Próximo. Otro comité prepara desayunos para los niños hasta los 8 años, una especie de arroz con leche y una naranja.

Repartir comida, llevar ropa y hablar con los refugiados son las actividades que desarrollan los voluntarios. «La organización es informal pero funciona», apunta el leonés. La estancia de estas personas oscila entre una semana y un mes. Todas las manos son pocas. Hay que descargar, empaquetar, trasladar y contactar con personas de confianza dentro del campo para que les ayuden a repartir comida y ropa.

Miles de personas llevan casi dos meses varadas en los campos de Idomeni. Muchas salieron de sus casas hace más de un año, cuenta Unai Apellaniz, un arquitecto recién graduado de Tenerife que por 25 euros cogió un vuelo a Thesalónica con el ánimo de ayudar. «Los almacenes están llenos de ropa, pero faltan vehículos», comenta. Cuando consiguió sacar unas zapatillas para niños pequeños «no anduvimos ni 20 metros y ya las había colocado todas. Andaban descalzos o con botas diez tallas más grandes», apostilla.

Salen niños por todas partes. «Cada familia tiene una media de cinco hijos, se calcula que la mitad de los refugiados son niños» y «a todos les hace falta de todo. Llevan un mes sin asearse. Tienen los dientes negros y la ropa la lavan, si pueden, y la cuelgan donde pueden», añade el joven, compañero del leonés.

Un refugiado muestra el gesto de la victoria durante las protestas del domingo pasado. DL

Las señas son el lenguaje universal en los campamentos. En cualquier idioma «es complicado entenderse: se habla árabe, kurdo... un 10% inglés», apunta. «Cada uno tiene su historia, algunos llevan caminando un año o más desde Siria o Turquía. He visto a tres con heridas de bala y metralla; las familias están disgregadas», explica el joven arquitecto.

No podrá aplicar sus conocimientos en el campo. Allí todo es provisional, aunque el voluntariado intenta dar ‘normalidad’ a sus vidas organizando actividades de ocio y una escuela para los niños En algunos momentos la gente canta y baila. «Lo que más necesitan es ropa, comida y, sobre todo, una solución. Si no esto va a explotar pronto».La predicción de Unai fue certera. A los cuatro días, el domingo 10 de abril, un nuevo rumor llevó a la gente a la frontera con la esperanza de poder pasar hacia Macedonia. Pero no sólo no se abrió la puerta, sino que la policía contestó con gases lacrimógenos.

«Ahora acusan a los voluntarios de ser los instigadores de la protesta. Hay 16 detenidos», comenta Ricardo Valderrama la víspera de su partida. Las protestas son constantes y se involucran desde los más pequeños a los mayores. El cierre de un centro de salud en el campo Eco motivó el corte de la autovía durante cuatro días. Las llamadas a la huelga de hambre se repiten con la particularidad de que se organizan piquetes para que no coma nadie. «Cierran los centros de comida hasta que se convecen de que la medida no tiene repercusión, pero lo hacen como muestra de dignidad», señala.

El voluntariado español es el que más presencia tiene en los campos. «Puede que haya un 40% de españoles y de éstos, el 80% son catalanes. Luego hay de todas las nacionalidades: húngaros, holandeses, franceses, alemanes, ingleses, italianos...», explica el educador social de León.

Intentan crear estructuras estables de autoayuda y que las personas afectadas intervengan directamente en la solución de su problema de supervivencia. A la economía local le viene muy bien el dinero que el voluntariado gasta en manutención y alquileres y todo el movimiento de las oenegés (camioneros, hoteles, tiendas...) en la zona.

A los griegos de Polikastro les han cerrado las vías de comunicación. Sin embargo, «la población y la policía tienen una paciencia infinita». «No he sentido que haya rechazo», subraya Valderrama. Una manifestación ultraderechista de rechazo apenas concitó a treinta personas.

Tres semanas después, la víspera de marchar, el leonés siente una «sensación rara» mientras cena con un amigo de Bagdad y otro sirio: «Mañana, cuando vaya a la frontera enseñaré mi DNI y pasaré sin problemas», reflexiona. Los incidentes del domingo tienen cola y el último día le piden dos veces el pasaporte para acceder al campamento de Idomeni. También les revisan el coche, cosa que no había sucedido hasta ahora.

Llega el día de marchar para Ricardo y tomar de nuevo el avión en Skopje. A sus espaldas quedan miles de personas que quieren salir de la ratonera y no pueden. Alemania es su referente, aunque también Austria, Suecia. «De los 20.000 refugiados asignados a España nadie ha oído hablar. Casi todos quieren ir a Alemania porque piensan que la economía es buena y les darán casa y trabajo. Otros tienen allí a familia o conocidos», explica. Si consiguen salir de Idomeni empezará su peregrinaje en busca de asilo.

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