Diario de León

Trato de cercanía

Gente de fiar

Los comercios de barrio ganan protagonismo para dar servicio a los ciudadanos, que están obligados a acudir a los establecimientos que tengan más cerca para reducir movimientos

Javi Montiel y Gregor Bido descargan carbón, ayer.

Javi Montiel y Gregor Bido descargan carbón, ayer.

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Nadie se fía ya. El lunes que abre la segunda semana de cuarentena descubre a gente que «lleva enclaustrada en casa desde antes incluso» de que lo decretara el Gobierno. «Quieren salir menos y para eso estamos nosotros», concede Borja García, desde detrás del mostrador de la carnicería Picos de Europa, en la parte alta de Ramón y Cajal, donde acumula 22 años de servicio como segunda generación del negocio que abrió su padre en 1971. Aquí, las ventas no han bajado. Incluso, superan «las de marzo del pasado año». En mitad de la crisis, las tiendas de toda la vida, donde al cliente se le conoce por el nombre y se le pregunta por la familia, se ofrecen como solución de cercanía. «Nosotros hemos aviso incluso de que lo llevamos a casa. No sólo lo nuestro, sino otras cosas que necesiten», apunta.

Las lleva Lola, su mujer. «Lo agradecen porque hay mucha gente mayor», revela el carnicero, que anota a diario media docena de pedidos a domicilio, a los que se suman los «paquetes para fuera que parece que se reactivan». «Es una emergencia nacional y hay que salvar el tejido productivo porque todo sale de ahí», subraya, antes de apuntar que pese al incremento de ventas «falta la pata de la hostelería». El apunte lo encaja Roberto García, propietario del bar Plan B, frente al colegio Ponce de León, quien tira de humor para tomarse la cuarentena «como unas vacaciones». Tiene «suerte» porque local es suyo y no tiene que pagar renta, pero ya ha tenido que mandar «a la empleada a un Erte». «Mucha gente no va a pasar de Semana Santa», avisa el hostelero.

Donde no libraban, pero sin carbón, es en la comunidad del número 23 de Álvaro López Núñez. A media mañana, la caja del camión se entorna para hacer acopio en el bajo, donde están las calderas que atiende José Alipio González. El portero ya no está de continuo porque «no hay un sitio cerrado», aunque acude para los encargos que surjan y para «tirar la basura por la tarde»». Para, avisa, y Javi Montiel cierra el volquete desde el que descarga junto a Gregor Bido, sin descanso para apuntar que los encargos «han bajado a más o menos la mitad».

Carlos Suárez, en la carnicería de potro de Mariano Andrés. RAMIRO

No hay rehusos para entrar en la glorieta de Mariano Andrés. No se oyen coches desde dentro de la papelería Cosmos, donde Jesús Delgado pregunta al cliente que acaba de entrar si «todo va bien». «Sí, de momento, tocamos madera», le contesta a la vez que pide el periódico y el Pronto. La caja se nutre con «los periódicos y revistas porque del resto hay muy poco» y hasta han bajado las ventas de libros. Sí que le han pedido en cambio «guantes y mascarillas». «Está todo el mundo con incertidumbre, porque dicen que son tres semanas pero me da que van a ser siete», vaticina, mientras atiende a Ana Gutiérrez, quien detalla que ella hecha «alcohol en un papel de cocina» y va «limpiando los pomos y las manillas de las puertas al agarrar».

Las colas salpican la avenida de puntos en mitad de la acera. Desde fuera se ve a Carlos Suárez, acodado en el mostrador de la carnicería de potro cercana a la iglesia de Las Ventas. Allí estuvieron antes su abuelo y su padre y, ahora, 63 años después, sigue abierta en mitad de la crisis porque «el comercio de cercanía tiene que subsistir y estar a las duras y a las maduras». La semana anterior a la cuarentena «fue una locura porque la gente pensaba que se iba a morir de hambre», pero ahora «tienen que consumir todo lo que compraron para 15 días y estamos mirando para el sol», reseña el profesional». «Aquí seguimos, intentando dar lo mejor de nosotros mismos», se despide, después de haber atendido a Máximo Alonso, «extrabajador de La Hora Leonesa, quien lleva debajo del brazo «un poco de carne picada y el Diario de León». «Nos turnamos un vecino un día y yo otro para bajar a por el periódico porque no está la cosa para salir mucho a la calle», comenta.

Algunos admiten que venden más y apuntan que la semana antes de la cuarentena «fue la locura»

A la baja anota las entradas también Ricardo Arias, que no vende ni un plantón de pimientos, ni de tomates, porque «no hay quien plante ahora». «Si viene alguien es a por pienso o comida para los perros y las gallinas y aprovecha y se lleva unas patatas de consumo. Lo que sí estoy dando más es servicio a domicilio», especifica. En la calle, la gente hace por no cruzarse. «Parece que andamos apestados unos de otros, nos miramos con desconfianza», describe Alfredo Rodríguez.

La tensión salta a veces para reclamar la distancia de seguridad. «Dos personas dentro de la tienda no, señora», reprende Tamara Villa a otra cliente que intenta acceder. Ha bajado a hacer «la compra para toda la semana», si puede, y «unos recados para una vecina», y se ha tenido que llevar a su hija pequeña Emma porque su marido está «en el trabajo». «Gracias, Benjamín», se despide. Benjamín, sin más para quienes censan fidelidad en su tienda de la calle Renueva, es Benjamín Lorenzana. Su caja ha crecido porque «la gente acude más a los comercios del barrio». «Quieren salir lo menos posible», apostilla su mujer, Pilar Vidal, quien estos días le acompaña porque le han cerrado los mercadillos, donde tiene puesto de frutería. Una de las clientes se disculpa porque no ha podido «ir al banco a sacar a dinero». «No te preocupes, que hay más días», la disculpa el tendero. «Llevo aquí 28 años, cómo no voy a confiar en la gente, resume. Aún queda gente de fiar.

Borja García sirve a Roberto García, en la carnicería Picos. RAMIRO

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