Diario de León

Waterloo, de lugar tabú a enclave de peregrinación para la gobernabilidad

Las negociaciones para la investidura ponen fin al ostracismo de Puigdemont tras huir de la justicia

Hace seis años Puigdemone se instaló en Bélgica para huir de la justicia española. JULIEN WARNAND

Hace seis años Puigdemone se instaló en Bélgica para huir de la justicia española. JULIEN WARNAND

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Desde el primer día después del 23-J, Carles Puigdemont consideró fundamental que se le reconociera como interlocutor válido. Tras las elecciones generales, que dieron como resultado una aritmética que sitúa a los siete diputados de Junts como decisivos en el Congreso, pasó de fugado a actor clave de la negociación. De prófugo a tener la llave de la investidura.

El primero que soltó la liebre fue Pablo Iglesias. El 24 de julio, apenas 24 horas después de los comicios, recomendó a Pedro Sánchez que enviara a Santos Cerdán para negociar la investidura en Waterloo. Ha ocurrido, al menos para el dominio público, tres meses después. El número tres del PSOE viajó el lunes a Bruselas. El encuentro del dirigente socialista con el expresidente de la Generalitat se produjo en el despacho de Puigdemont en el Parlamento Europeo, bajo una enorme foto del referéndum 1-O de 2017. Justo el día en el que el líder moral de Junts cumplías seis años desde que marchó a Bélgica, huyendo de la justicia española. Una foto que escenificaba el reconocimiento de Puigdemont como interlocutor. Por primera vez desde su fuga recibía el tratamiento de «president» por parte del PSOE. Ponía fin a seis años de ostracismo contra quien siempre se ha considerado el legítimo jefe de la Generalitat en el exilio. Antes de la instantánea de Puigdemont y Jordi Turull con Cerdán, Iratxe García y Javier Moreno, hubo otra foto que abrió formalmente los contactos entre el líder de Junts y el Gobierno de coalición. La vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, y Jaume Asens se reunieron el 4 de septiembre en el Parlamento Europeo con Carles Puigdemont y Toni Comín. Nadie cree que la del lunes fuera la primera cita de los socialistas, aunque sí la única pública, en el marco de los contactos, blindados, para la reelección de Sánchez.

Tanto Cerdán como Díaz eligieron de escenario para el encuentro la Eurocámara. Entre una y otro foto se produjo una tercera, esta sí en Waterloo, en la llamada Casa de la República. Junts y el PNV escenificaron la normalización de las relaciones. El presidente del EBB, Andoni Ortuzar, junto con Joseba Aurrekoetxea empezaron a perfilar la negociación con Puigdemont y Turull. La reunión entre Ortuzar y Puigdemont se repitió el 25 de octubre. Amnistiado antes de la ley La foto de Cerdán con Puigdemont rehabilita de pleno al líder de Junts, mucho antes incluso de ser amnistiado. Está por ver si su intención es regresar para volver a ser presidente de la Generalitat o si, como apuntan en el nacionalismo, su planes pasan por repetir como eurodiputado.

Waterloo ha sido una especie de lugar vetado por los políticos españoles. En seis años, no ha trascendido ninguna visita relevante de los principales partidos de ámbito estatal. Mucho menos de líderes internacionales. Puigdemont dejó caer en una ocasión que había recibido a emisarios del PSOE, pero nunca llegó a concretar los nombres. Quien sí ha viajado en varias ocasiones ha sido el presidente de la patronal catalana, Fomento del Trabajo, Josep Sánchez Llibre, antiguo dirigente de CiU. También se desplazaron a Waterloo el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el presidente de ERC. Puigdemont y Junqueras, junto a otros líderes de Esquerra, se vieron en Waterloo en julio de 2021. Hacía cuatro años que no lo hacían.

Quien llegó a plantarse en la misma puerta de Waterloo fue también Inés Arrimadas, en 2019, pero viajó sin ninguna intención de reunirse con el fugado. La exlíder de Ciudadanos desplegó una pancarta frente a la casa de Puigdemont con el mensaje «La república no existe». En 2018, un año después de su huida, recibió al coordinador de EH Bildu, Arnaldo Otegi. En seis años no ha habido reuniones con dirigentes de peso, pero Waterloo sí se había convertido en un lugar de peregrinación para los independentistas más radicales, que viajaban a la capital belga como el que lo hace a la tierra prometida.

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