Un buen astorgano

Don Luis ha sido ante todo un buen astorgano: enamorado permanente de la ciudad en la que nació, a ella dedicó miles de páginas para contarnos la historia cotidiana de casi un siglo, a recrear nuestros hechos históricos y nuestras leyendas. Estuve con él hace poco en su casa de Madrid y, aunque con la mente algo apesadumbrada por la fatiga de vivir, detrás del templo de Debod, tan presente desde su amplia terraza, don Luis atisbaba la cigüeña del palacio del señor obispo -los señores obispos asturicenses a los que siempre tanto estimó y de los que tanto supo desde los tiempos de S. Cipriano- y sentía las campanas de las torres de las iglesias y de la catedral. Profundamente liberal, intensamente religioso, como su amigo Ricardo Gullón (ambos con dos mentes prodigiosas), dedicó su vigilia y sueño a sembrar de palabras evocadoras miles de pliegos, y uno se los encuentra por cualquier estantería o biblioteca para hallar un dato, una anécdota, un hecho histórico de Astorga o del viejo reino leonés. Que no cunda la tristeza en este día jubiloso de Pascua, que don Luis, cronista de las grandes cosas y de las cositillas de Astorga, nos deja una ciudad encantada por sus palabras, recreada por su mirada un punto maliciosa, y llena de dulzura, sí, pues amó mucho a su familia, a la vida y a todos cuantos gozamos de su amistad.