Diario de León
Publicado por
JAVIER MONJAS
León

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YA SE RESPIRABA por entonces en el Retiro el denso aire madrileño de las primeras semanas del verano pasado. Me habían invitado a moderar la presentación de un libro de periodistas. Me senté en la mesa, en el centro. A un lado, Olga Viza y, al otro, Baltasar Magro. Y más a la derecha y más a la izquierda, y en el auditorio, buenos periodistas, algunos de los mejores. Y entonces la vi. Dios, allí estaba ella. Sola. Enfrente de mí. Con sus vastos e insondables ojos. Con su delicado y sereno cuerpo menudo. Con su melenita y sus labios de dicción perfecta, tan perfecta que cada palabra es inventada sólo para que ella la pronuncie. Créanme que no me impresiona ver a caras conocidas de la televisión. He trabajado con muchas y hasta he salido -y vivido- con algunas de ellas (con las caras y con el resto del cuerpo, Dios y la Asociación de la Prensa me perdonen). Pero aquello era demasiado éxtasis para mí. Yo intentaba brillar en la presentación sólo por ella, pero maldecía el brillo de los focos que me impedía espiarla, acecharla en su serenidad tibia. Ella estaba tras la luz que me deslumbraba, Letizia, compañera, rodeada de cegadora luz blanca. Atontado, pregunté por allí y me dijeron: «Creo que sale con alguien». Virgen Santa, la de telediarios que me habré tragado sólo por ver a Letizia, que hasta me gustaba cuando la ponían el rótulo, con su zeta tan juguetona y revoltosilla en medio. Terminó la presentación. Yo no veía la hora de abordar a Letizia y decirle: «Tú eres de Vicálvaro y yo de Canillejas. Los dos somos de barrio obrero madrileño y, además, vecinos. Son cortas tus entradillas, escribe más, a tus vasallos nos importan una leche los vídeos, te queremos a ti, sólo a ti». No pude. No pude escapar del caos de saludos y fotos que nos aprisionaba. Y ella allí, a un lado. Discreta y elegante, majestuosa y plácida. Y después, oh Dios, ocurrió lo del sábado. No saben hasta dónde llegó mi desesperación. Letizia se había ido de mi vida, ya para siempre envenenada por ella. Por despecho, esa misma noche busqué teléfonos de partidos republicanos a los que afiliarme. Pero sólo ustedes sabrán que ese encendido orador republicano que un día aparecerá en la televisión es, en realidad, un paje hechizado, alguien para siempre maldito por los ojos sin final de la reina Letizia, emperadora tirana de todos nosotros, sus rendidos súbditos sin derechos y sin esperanza.

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