Diario de León

¡Qué noche la de aquel debate!

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Manuel Campo Vidal
León

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Si Dios, y su presunto delegado en la tierra ?española? Mariano Rajoy, no lo remedian a última hora no habrá debate electoral. Desde aquel inolvidable 1993 en el que un Felipe González ya en crisis de gobierno aceptó un cara a cara a dos vueltas con José María Aznar nunca más se ha repetido esa experiencia en unas generales. Las excepciones son notables: en octubre del 93 Fraga aceptó un debate con Sánchez Presedo. En el 95 Joaquín Leguina se enfrentó al aspirante Ruiz Gallardón, el entonces alcalde de Barcelona Pasqual Maragall a Roca Junyent, Fernando Morán a Abel Matutes para las europeas y en el 96 Manuel Chaves contra Javier Arenas. Después entramos en un desierto de debates que sólo han sobrevivido a cinco en Cataluña -con Pujol y Maragall- a cuatro en Andalucía, como el del pasado jueves, y a tres en Telemadrid, al menos con Ruiz Gallardón de presidente. Aquel duelo González-Aznar abrió una época que parecía definitiva pero que el PP decidió cerrar al considerar que el debate siempre favorece al que no gobierna y, sobre todo, estimula la participación electoral. Y buena parte de los cálculos de ventaja popular se establecen sobre la base de una afluencia escasa de votantes. Por eso mención especial merece la aceptación del cara a cara por Fraga, debate que no necesitaba y que desaconsejaba su partido y hasta su familia. ¿Por qué lo hizo? Don Manuel corregirá el análisis, ya que sólo él lo sabe, pero creemos que por dos razones: una, porque si Felipe y Aznar abrían un nueva época con el salto democrático que supone un debate, él quería apoyar esa apertura y no quedar atrás, ni ser menos; otra, porque debatiendo con el candidato socialista le concedía una prima de imagen y ayudaba a que el Bloque no pasara a liderar la oposición. Sea como sea lo aceptó sin necesitarlo y es de agradecer. Se suele argumentar también que las maquinarias electorales no quieren debates por lo que sufren loa candidatos y los asesores. Puede ser. La noche del 24 de mayo del 93, Felipe y Aznar controlaron sus nervios como estrellas cinematográficas en escena pero sus asesores rozaron el infarto. Después de 36 horas de reunión, Txiqui Benegas y Javier Arenas estaban desencajados porque no había acuerdo sobre quién cerraba el debate. Roberto Dorado, por los socialistas y Ana Mato, por los populares, dirigieron los equipos que controlaron decorados, realización, músicas, escaleta del programa con el orden de llegadas y salidas a Antena 3 TV, etcétera. Midieron las mesas En los días previos las negociaciones habían proporcionado situaciones cómicas, porque no es frecuente ver a un secretario de Estado midiendo con un metro de sastre la altura de mesas y sillas, ni a media ejecutiva de los dos grandes partidos reunida con el debate como única preocupación. Pero, al final, aún sin acuerdo sobre como terminaría, el debate arrancó y Felipe González lo perdió especialmente en la primera parte. Por dos razones: la primera, fundamental, porque subestimó al oponente y creyó que no necesitaba prepararlo; la segunda, mantenida casi en secreto, porque el todavía presidente del Gobierno estuvo a punto de perecer el día anterior por una avería del avión privado que lo llevaba de Las Palmas a Madrid. Se descompresurizó la cabina y volaron media hora de noche sobre el Atlántico a cien metros del agua de regreso a Las Palmas. Un ocupante del avión a quien debemos la confidencia confiesa: «Aún no sé cómo pudo debatir al día siguiente porque yo no hablé en una semana». Pero lo fundamental fue que el líder socialista se enfrentó a un opositor que llegó allí con sus fichas preparadas y con horas de ensayo previo. Cuando salíamos del plató Felipe masculló su sorpresa: «Este tío aguanta un debate». Cuando Aznar entró entre aplausos y vítores en la sala en la que le esperaban Javier Arenas, Ana Mato, Miguel Ángel Rodríguez, Gustavo Pérez Puig y algún otro se limitó a corresponderles de esta guisa: «¿Os pensábais que iba a perder, ¿eh? cabrones?». En pantalla había terminado con un pequeño rifirrafe sobre quién cerraba. Al no haber acuerdo entre ellos, la dirección del debate impuso sus normas: abriría el turno Aznar y cerraría la primera parte; abriría también la segunda y, en el último minuto, primero Aznar y después Felipe, que era el presidente. «¿Qué pasa ?nos dijo Aznar antes de entrar? si utiliza el último turno contra mí?». Le garantizamos que reabriríamos el debate hasta cerrar en neutral si eso sucediera, que no sucedió. Pero Aznar sacó en pantalla el asunto y acusó a González de imponer ese guión final. «Si se han celebrado aquí tres debates cara a cara todos de pie -respondió Felipe dirigiéndose al moderador- ¿puede usted decir públicamente por qué en éste estamos sentados?». Ahorramos todas las explicaciones porque había empate también en exigencias y fuimos a los dos minutos finales. Salvo una repetición del cara a cara en Tele 5 una semana después -ahí Felipe ya acudió bien preparado y ganó claramente el debate- nunca más la ciudadanía dispuso de esa oportunidad. Ni siquiera este año cuando a los dos, Rajoy y Zapatero, podía beneficiarles para reforzar públicamente su liderazgo. Y podían estar tranquilos los estrategas electorales del PP porque pocos candidatos encontrarán con mejores condiciones para el debate.

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