Diario de León

Los ciudadanos se vuelcan en el homenaje a las víctimas y en la repulsa por la matanza terrorista

Tristeza, dolor, rabia y solidaridad en un Madrid marcado para siempre por el 11-M

La ciudad permanece en estado de shock un día después de la tragedia Cristina, herida en el Pozo, s

La policía contiene a varios ciudadanos durante el paro en Atocha a mediodía de ayer

La policía contiene a varios ciudadanos durante el paro en Atocha a mediodía de ayer

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Enrique Clemente - madrid
León

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Un taxista recoge a este periodista a primera hora de la mañana y, al cabo de unos minutos hablando de lo único que se puede hablar, se le sal­tan las lágrimas. «He quitado la radio porque están diciendo cosas que no puedo soportar, niños que han perdido a sus padres, personas que se han quedado ciegas, cojas o man­cas. Es terrible, no hay dere­cho», balbucea entre sollozos. Muchos ciudadanos lloraron ayer en Madrid. Las imágenes y los testimonios de la tragedia resultan insoportables. «He­mos superado la capacidad de aguante», afirma el jefe de los Bomberos de la Comunidad de Madrid, Juan Redondo, que se ha empleado a fondo durante las últimas horas. Tristeza, desolación, miedo, desconcierto, ira y un inmenso deseo por honrar la memoria de las víctimas en una ciudad en la que ayer nunca brilló el sol. Llovió durante toda la jornada. El tiempo acompañó al estado de ánimo de una po­blación golpeada y malherida. Madrid despertó ayer pero la pesadilla no había acabado. La herida está demasiado abierta para olvidar. Marcada para siempre «Madrid es una ciudad marca­da para siempre», asegura el psiquiatra Francisco Alonso-Fernández. Este reconocido experto, autor del libro Faná­ticos terroristas, considera que la capital padecerá un «dolor permanente y nunca se recu­perará por entero». «Estamos viviendo el espanto, pero no tenemos miedo. Nos embarga la tristeza, pero no nos vamos a quedar callados. Que los inocentes reposen en paz. Que los culpables nunca se sientan tranquilos», se lee en una pancarta desplegada sobre el muro central de la estación de Atocha, centro neurálgico de la ignominia en la capital. Toda una declaración de principios, aunque el miedo se palpa. De hecho, al iniciarse la jornada hay mucha menos gente en la estación que un viernes normal. Son numerosas las personas que no pueden con­tener las lágrimas y casi la to­talidad presenta un semblante compungido. «He notado a la gente muy retraída y callada, se nota en el ambiente que están cohibidos y apenados. A primera hora ha habido un silencio muy especial», relata un trabajador de la estación. En el vestíbulo han puesto ramos de flores, crespones negros, cartas, poesías y mensajes de apoyo. «Todos los españoles estamos con las víctimas y sus familias», dice uno de ellos. Falso aviso de bomba Pasado el mediodía, poco des­pués de comenzar la concentra­ción silenciosa en solidaridad con las víctimas, un falso aviso de bomba revivió el recuerdo del horror. Sirenas, gritos, ca­rreras y desmayos para ahondar aún más el dolor. En los apeadores del Pozo del Tío Raimundo y Santa Eugenia los vecinos han depositado los mismos símbolos de apoyo y solidaridad con las víctimas y de rechazo a los terroristas. En las tres estaciones del horror predominó un sobrecogedor silencio. «¿Quiénes son esos cobardes que se atreven a acabar con las vidas únicas de los demás?», se preguntaba una persona anónima en un mensaje de­jado en la estación de Atocha. ¿Por qué lo han hecho? ¿Qué habrán sentido los terroristas al ver las dantescas imágenes de su carnicería? El psiquiatra proporciona una respuesta intranquilizadora: «Habrán sentido satisfacción por el número de muertos y la con­moción nacional que han cau­sado, porque buscan dominar mediante el terror, imponer sus ideas por la violencia, debilitar a la población». En su opinión, estos desalmados pierden el sentido de la realidad; prime­ro empiezan siendo idealistas, luego se vuelven fanáticos y narcisistas y al final terminan convirtiéndose en unos vulga­res criminales. Su mecanismo de defensa para soportar el inmenso daño que provocan es tratar a sus enemigos como «homínidos», para así no sufrir al eliminarlos. Símbolos de luto Miles de madrileños colocaron banderas españoles con el cres­pón negro en las ventanas y los balcones de sus casas. Pero los símbolos del luto se veían por doquier, en comercios, edificios de oficinas, colegios, en coches, algunos de los cuales los porta­ban en el parabrisas delantero, en todos los trenes. Numerosos ciudadanos los llevaban en las solapas o adheridos a sus ro­pas. Las banderas ondearon a media asta. Madrid volvió a ser ayer la ciudad de la solidaridad. Los ciudadanos se volcaron de nue­vo con los afectados. Miles de voluntarios continuaron pres­tando su ayuda a los familiares de las víctimas y a los heridos. Los taxistas les ofrecieron sus servicios gratis, los hoteles les dieron plazas sin pagar. El impacto del 11-M ha sido brutal. Madrid continúa en es­tado de shock por la tragedia. La gente tiene miedo a ir en el metro, incrementado porque se han sucedido falsas alarmas de que había nuevas bombas ase­sinas en diversos puntos de la ciudad. A los que no les queda más remedio miran y remiran por todas partes a la búsqueda de la mochila sospechosa. El psiquiatra Alonso-Fernández dice que «Madrid no puede ser presa del terror colectivo, pero sí de la consternación»

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