Desagravio y golpes de horqueta en medio de una noche gélida

Tras los salmos y el miserere, se apagaron todas las luces de la iglesia de Santa Marina La Real. La ceremonia de las Tinieblas selló su ritual un año más, anunciando la llegada de la oscuridad y del silencio. Sólo el ruido machacón de las carracas y las matracas interrumpió la escena. Esa ceremonia sobrecogedora, escenificada por la cofradía del Santo Cristo del Desenclavo, volvió a congregar a decenas de leoneses, que acompañaron, poco después, a la comitiva por las calles del casco histórico. Siguiendo la tónica de la jornada, el cortejo se demoró media hora, aunque los participantes aguantaron estoicamente los cinco grados de temperatura y el viento gélido que acompañó la salida de la comitiva desde el colegio leonés. Las túnicas granates y los capirotes negros abrieron la procesión en riguroso silencio, cargando pequeñas cruces. Dos niños hicieron sonar sus carracas y apareció el paso del Cristo atado a la columna, del siglo XVII, de la escuela Medina de Rioseco. Es una talla menuda que precedió al santo Cristo de las Injurias, de Amancio González. Se echó en falta, sin embargo, el paso de la virgen de la Sexta Angustia y Nuestra Señora de las Candelas. El público se mantuvo también en silencio, mientras contemplaba la marcha de los cofrades al golpe rítmico de los horquetas, que chocaron contra el pavimento con gran esruendo. El desfile cumplió otra de sus tradiciones al llegar al convento de Las Clarisas. Los cofrades entregaron a las monjas treinta monedas, evocando la cantidad que recibió Judas tras vender a Cristo, en un gesto que se conoce como el Desagravio y que se reproduce cada Semana Santa. De nuevo en la iglesia, cuando se recogen tras la procesión de las Tinieblas y el Santo Cristo de las Injurias, los hermanos realizan un acto privado. El hermano mayor clava simbólicamente los clavos en la Cruz al cristo que se desneclava en la procesión de mañana, sábado.