Diario de León

«Chema está en la matanza»

Covadonga Soto y Mario Amilivia cumplieron con los pasos burocráticos, necesarios para presentar la moción de censura, en una procesión que derivó en paseo masivo

Amilivia pasa la mano por la espalda a Soto antes de validar su firma

Amilivia pasa la mano por la espalda a Soto antes de validar su firma

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A. Caballero - león
León

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Dos son pareja. Tres son multitud. Y catorce un equipo de gobierno suficientemente avalado por la ley electoral, a tenor de que en León los asientos municipales son veintisiete -pese a que con la rapidez que se mueven parezcan más-. Matemáticas exactas o física cuántica, igual da, los ediles firmantes del pacto llegaron con la lección bien aprendida para recitarla ante Carmen Jaen, secretaria del Ayuntamiento. «Presente», se adelantó alguno en el momento de que se cotejara su rúbrica del DNI con la reflejada en el documento del pacto. Y presentes estaban todos, salvo José María Rodríguez de Francisco, que estaba de viaje, «preperando la matanza, en la montaña», ironizaría después Covadonga Soto para que la curiosidad periodística no se fuera a hacer la ola. Cierto es que aunque no había ningún banquín de madera, ni cuelmos de centeno en brasas, sí que el detector de metales de la puerta del consistorio había cribado en un bote de plástico dos pequeñas navajas suizas. «El problema es saber si cortan con el filo o por los dos lados», mascullaba un empleado municipal, entretenido por el trasiego de micros, cámaras y plumillas. Hay quien asegura que corta más el papel que la daga. Covadonga Soto mecía aún la cuna -... es la mano que domina el mundo, sugiere el título de la película de suspense- cuando los concejales del grupo popular ya esperaban que llegase. Como dice la ley no escrita de la seducción que toda mujer que se precie debe hacerse esperar, la antigua militante de la UPL retardó su entrada. En el despacho del fondo de la quinta planta se repartían los nuevos cromos y en la sexta marcaban aquello de «prietas las filas». La alfombra roja ya estaba extendida -que para algo la moqueta va con el tono de la bandera leonesa- y la comitiva dio salida a la procesión. Validadas las firmas y extendida diligencia, descenso a la altura de la calle. Unos a pata y otros en ascensor, cada cual según su rango y méritos. El hall de entrada se plagó rápidamente de gente. Los medios provinciales hicieron corro para recoger las primeras impresiones de los protagonistas y en el maremágnum apareció incluso una cámara de Telemadrid -ahora, el centro está en todos los sitios, cosas de la globalización-, con lo que un vecino que había venido para reclamar una multa entendió que aquello era importante. Puso la oreja, cara de interesante y hasta le pareció formar parte del tinglado. En la sala de comisiones de la sexta planta, el alcalde salió un momento para tranquilizar a quienes esperaban la receta de la piedra filosofal: «Me han puesto aquí en el pecho un cartel que dice Me echan», bromeó -o quizá sólo era ironía-, antes de afirmar que en los próximos días llegaría más temprano «para aprovechar el sillón». Alejandro Valderas, entraba a la reunión de la feria del libro infantil y juvenil, sin ganas de hacer declaraciones sobre el pacto: «Lo mío es la cocina». Abajo, en la entrada, donde un cartel indica registro, había quedado en manos de Marta Cubría -que recibió más flashes que si hubiese destapado un idilio con el Cachuli - el documento de la moción de censura. Otro cartel aledaño recordaba: «Por favor, no fumar». Y alguno, todavía, prendió fuego.

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