Diario de León

Miles de personas quedaron atrapadas en el corazón de la capital

Los atentados paralizaron la City y la ciudad se volvió fantasma

El metro y los buses no funcionaron, y las tiendas decidieron cerrar sus puertas

Londinenses, desconcertados, atravesando el puente de Westminster

Londinenses, desconcertados, atravesando el puente de Westminster

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León

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A las nueve de la mañana Londres ya se había sumido en el caos: el metro, que en hora punta utilizan 400.000 londinenses, dejó de funcionar tras los atentados y al cierre de esta edición todavía no había recuperado la actividad; el servicio de autobuses que recorre el centro se paralizó, y los ciudadanos que quisieron usarlo en el resto de la ciudad fueron sometidos a rigurosos controles de seguridad; los taxis sólo atendían reservas y miles de londinenses intentaron huir en sus coches y provocaron un gigantesco atasco. Así, decenas de miles de trabajadores quedaron encerrados en la City, el corazón financiero de la capital, hasta la una de la tarde. Siguiendo las advertencias de la policía muchos trabajadores no abandonaron sus oficinas, mientras que en las calles se formaron colas ante las cabinas telefónicas, ya que la red de móviles estuvo sobrecargada por la mañana. Informaciones sin confirmar apuntan a que se bloquearon las redes para evitar el accionamiento de explosivos mediante móviles. Dado que la línea telefónica fija resistió sin muchos problemas, muchos trabajadores optaron por Internet para informarse e informar a sus allegados. «Lo más seguro que puede hacer todo el mundo es que-darse donde está», pidió Ken Livingstone, el alcalde. Muchos lo siguieron al pie de la letra y otros optaron por intentar regresar a pie a sus hogares a pesar de que en muchos casos están a horas de distancia, o haciendo uso de los barcos del Támesis, que trabajaron gratis. Los servicios religiosos de todos los credos abrieron sus templos y la catedral de San Pablo cerró sus puertas a los turistas pero abrió para todo el que quisiese entrar a rezar por la tragedia que asoló la ciudad. Con todo ese caos, una de las urbes más ajetreadas del mundo se convirtió en una ciudad fantasma: uno de cada dos comercios cerraron y calles normalmente llenas, como la céntrica Oxford Street, aparecían casi desiertas a medio día, con viajeros con las maletas a cuestas y ciudadanos desorientados sin saber cómo regresar a casa. Hasta en Downing Street, donde se encuentra la residencia del Primer Ministro, se colgó un cartel que avisaba del cierre de la calle. El asfalto se vació para que pasasen las ambulancias, y la policía reclamó a los ciudadanos que no llamasen al número de emergencias.

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