«Retroceder sería para mí un trauma terrible»

Felipe es otro caso excepcional. Forma parte de la primera remesa de penados en segundo grado, una docena, que accedieron en septiembre a esta situación equiparable al tercer grado gracias a la aplicación del artículo 100 del reglamento penitenciario. Tiene 69 años y ha pasado un año íntegro en Mansilla de las Mulas deseando cada día que el reloj diera las cinco de la tarde para ir al módulo ocho a enseñar su oficio a otros presos, la carpintería y la talla de la madera. En el centro de reinserción coincide ahora con uno de sus antiguos alumnos, pero apenas se ven porque el joven sale a trabajar al exterior. Condenado a tres años y medio por acoso sexual y maltrato familiar -«mal hice aunque desconociera la ley»- está a punto de lograr el tercer grado y asegura que «para mí sería un trauma terrible retroceder y tener que regresar a Mansilla de las Mulas». Pero sabe que esa posibibilidad es real porque la vio en uno de los presos que llegaron al CIS con su grupo. Mientras convierte los troncos en tallas su vista sólo puede llegar hasta el patio y un trozo de cielo, pero «aquí me siento libre y en la celda, no», asegura este hombre que aprendió el oficio de niño y está dispuesto a «volver a empezar porque aquí estoy aprendiendo y me he dado cuenta de que la vida tiene más valor». Desde que está en el centro de inserción no sólo ha cambiado de celda -individual y más espaciosa que la de Villahierro- sino que «mentalmente te consideras superior a lo que eras allí, el cambio es trascendental», agrega. Pero también «te da más envidia la calle, antes te conformabas más». Tiene cinco horas de permiso el fin de semana y excepcionalmente ha salido en viernes para ver una procesión y fotografiar las tallas.